El primero, la colisión con el bajo Scole y posterior naufragio del buque, tuvo como actores al capitán Schettino y al equipo del puente en el momento del accidente. La historia no admite muchas discusiones. Un error náutico seguido de una fase de desconcierto, estupor y parálisis. Una historia muchas veces contemplada: el exceso de confianza, algún detalle en apariencia irrelevante, la soberbia de quien ha de impartir las órdenes… Todo sin intención alguna de causar daño, pero ocasionando la catástrofe.
El segundo acto resulta más complejo y al mismo tiempo más transparente. Todo el mundo sabía (y sabe) que es imposible evacuar en media hora a más de cuatro mil personas de un buque accidentado (véase NAUCHERglobal). Lo sabía Carnival Cruises y su satélite Costa Corciere. Lo sabían los ingenieros navales que construyeron y certificaron en falso que la evacuación se podía efectuar en treinta minutos. Lo sabían los inspectores de la sociedad de clasificación que firmaron la documentación de seguridad del buque. Y lo sabían los funcionarios y las autoridades marítimas que dieron por bueno todo lo anterior.
Sin embargo, ninguno de ellos ha sido imputado, ni siquiera molestado. Resulta más cómodo cargar toda la culpa sobre el capitán Schettino, chivo expiatorio de todos los pecados de la comunidad marítima, los suyos y los de los demás. Y así seguirá si alguien no pone remedio.
Todos los cruceros padecen el mismo problema del COSTA CONCORDIA. La IMO, la ESMA y “tutti quanti” no deberían seguir mirando hacia otro lado mientras silban la melodía de “sappore di sale, sappore di mare”.