Vigo es una espléndida ciudad y un puerto magnífico. Tal vez sea cierto que a la transformación y los avances urbanísticos de las principales ciudades gallegas (estoy pensando en los ejemplos de La Coruña, Ferrol y Villagarcía), Vigo suma un plus que quizás haya que atribuir al buen hacer del consistorio dirigido por el ex ministro de Transportes Abel Caballero. Durante años visité el puerto de Vigo, y La Coruña a veces, enrolado de piloto en barcos de la Compañía Trasmediterránea destinados a la línea del Norte: Canarias-Galicia-Asturias-País Vasco. El último puerto antes de salir hacia Canarias era Villagarcía, donde se completaba el cargamento. De eso hace cuarenta años. Desde entonces, cada vez que he aterrizado en Galicia he encontrado motivos de orgullo y satisfacción por los cambios a mejor.
En mi último viaje a Vigo tuve ocasión de pasar por el Museo do Mar de Galicia. Entré en el sin prejuicios ni opiniones previas. Quien me aconsejó visitarlo, un vigués inteligente dedicado en Barcelona a la producción audiovisual, sólo me dijo que si tenía tiempo le echara un vistazo.

De entrada, impresiona el continente, tres edificios comunicados, de construcción moderna y estética limpia, levantados sobre la línea de costa. Sólo por eso, la visita al museo compensa el paseo. Pero, como es natural (diría el señor Fraga), a los museos se va a apreciar, a admirar y a aprender sobre lo que en sus salas se exhibe, no a contemplar su diseño arquitectónico. Y aquí es donde el Museo do Mar de Galicia rebaja varios grados las expectativas que uno pudiera tener. Al museo le falta contenido. Incluso a la sección mejor tratada, la que intenta explicar los modos de pesca, técnica y sociología, le faltan objetos históricos, piezas únicas que constituyen el alma de un museo. Exponen alguna embarcación y mucho metacrilato que pretende visualizar como se comportan los artes y aparejos utilizados para la captura de peces desde embarcaciones. La carencia de piezas de museo queda patente al recorrer la sala dedicada a la juguetería de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, que parece puesta para rellenar. El pequeño acuario en el tercer módulo del Museo do Mar, en el extremo occidental, resulta a mi juicio un tanto patético. No cumple los requisitos de un acuario digno de ser visitado ni las exigencias de un museo bien diseñado.

Y sobre todo, un museo que quiere ser do mar de Galicia, al menos eso reza su nombre, no puede obviar todo lo relacionado con la marina mercante, la emigración por vía marítima desde los puertos gallegos a las Américas, los accidentes de la Costa da Morte, la historia de los faros más famosos de España, o los últimos siniestros de petroleros con graves consecuencias medioambientales… De todo eso y en general del tráfico marítimo no hay apenas trazas.
Una de dos, o agrupan y adquieren piezas y elementos que muestren la rica historia del mar de Galicia, o sería prudente cambiar el título del museo, de la pesca, por ejemplo, o de curiosidades marítimas. El nombre del museo no debería inducir a confusión.