Estamos en 1983, el año del cambio que había prometido a los españoles el Partido Socialista en la campaña electoral de 1982 que encumbró al sevillano Felipe González Márquez, el encantador de serpientes. La marina mercante se hallaba en un momento de declive, empezaban a cerrar compañías y los buques quedaban abandonados en los puertos a la espera de quien quisiera hacerse cargo. El proceso, en sus inicios, que llevó a la flota española de los casi 8 millones de toneladas de peso muerto en 1979 hasta poco más de un millón diez años después. El gran derrumbe.
En ese marco, un par de capitanes, tal vez desorientados por faltarles el horizonte de mar, como escribe Vicente Gómez, deciden contactar con otros compañeros jubilados y crean un círculo estable, al que tienen la jovialidad de bautizar como Junta de Desguace.
Círculos semejantes, en forma de chocos, reuniones informales de café, comidas periódicas y encuentros programados, por ejemplo cada martes, o cada primer viernes de mes, existen en todas las ciudades con un mínimo de marinos, suficientes para completar lo que los físicos y los sociólogos llaman masa crítica, el umbral a partir del cual algo empieza a funcionar, o a morir. He conocido esos círculos en Madrid, apiñados por el gran José Luis Miguélez, jefe de personal de Trasmediterránea, y un par de ellos en Barcelona. Es como si los marinos fuera del agua necesitaran hablar del mar para seguir respirando, sentirse cerca de sus colegas para compartir historias ejemplares, nostalgias de lupanares, recuerdos y más recuerdos. Una comunión extraña, inusual en otras profesiones. Y paradójica, pues ese afán comunicativo convive con el enorme individualismo y la desconfianza en las organizaciones estables que tienen los marinos.
Tras varios años de reuniones y vivencias, la Junta de Desguace deja paso en 2008 al Círculo Marítimo, ampliado en sus horizontes a gentes de la mar, en general, aunque no hubieran ejercido de marinos profesionales. En su constitución, componen el círculo 34 capitanes; 7 jefes de máquinas; 8 oficiales de cubierta, máquinas y radio; 1 capitán de pesca, 1 patrón de pesca; 2 capitanes de yate; 8 patrones de yate; 2 delegados navales; y 3 “relacionados con la mar sin titulación específica”.
De los relatos que emergían al calor de cada encuentro de la Junta de Desguace, uno de los socios, Vicente Gómez Navas, incorporado al grupo en 1991, les propuso recopilar las historias en el proyecto Mil Años de Mar. Veinte años ha tardado en completar el empeño. Los marinos son resistentes a la disciplina terrestre y reacios a la literatura. Hay excepciones, desde luego.
Me he pasado un montón de horas leyendo “Mil años de mar”, releyendo, volviendo atrás, atando cabos y reconstruyendo a mi modo algunos relatos con mis propios recuerdos y vivencias. Todo el mundo sabe que los libros no hablan por sí solos. Me he cruzado en la vida con varios hombres y con muchos de los nombres de buques y puertos que aparecen en el libro. He sido alumno de náutica en el SAN JORDI con Arturo de Bonis de capitán, magnífico capitán. He conocido a Paco Millet y a Antonio Rodríguez Rubiño, y soy amigo de Aurelio Queraltó. He fatigado los puertos de África y de la costa americana del Pacífico. Me he fumado un Kruger, entero, y he sobrevivido. El PEDRO DE ALVARADO fue mi primer embarque, aunque a punto estuve de embarcar en el SANTA MARTA de Pysbe. Tuve como maestros a don Ángel de Urrutia, a don Cesáreo Díaz y a don Federico Piera. Participé en la redacción y edición del libro del SLMM sobre el siniestro del URQUIOLA (“Urquiola, la verdad de una catástrofe”), un libro excelente, escrito en su mayor parte por uno de los marinos que, sin título náutico, más ha dignificado la profesión, José María Ruiz Soroa, abogado. De modo que he disfrutado en estas semanas de una lectura creativa, en la que más allá del gozo que nos abre el narrador con su relato, he participado activamente en la historia. Doble placer.
Mil años de mar contiene un arsenal de anécdotas, historias y sucesos que componen un cuadro fresco y vivo de los marinos mercantes españoles entre los años 50 y 80 del pasado siglo. Hay de todo y para todos los gustos: accidentes, naufragios, fondeos del buque por autoridades venales, riesgos que acabaron en casi, acciones heroicas para salvar el buque y a su tripulación, temporales de mar y viento, tormentas personales, peripecias sin cuento, lances extraordinarios y seminales periplos por puertos exóticos de los siete mares. En cada historia brillan las emociones y palpitan los sentimientos de la vida en el mar, la soledad, el coraje, la amargura, el amor a distancia. Vidas fuertes, pero vulnerables. Intensas y remotas.
Unos lo cuentan con el estilo telegráfico de los cuadernos de bitácora y los cuadernos de navegación, otros florean la ocurrencia con detalles y adjetivos. Algunos le ponen ironía, otros humor, y otros lo cuentan con el mismo sufrimiento y con la misma pasión con que lo vivieron. Éste incluye fotografías, documentos transcritos o fotocopias de los periódicos que dieron cuenta del suceso. Aquél se permite un discurso al final de su vida escrita. Uno se atreve con un poema, el otro con una incursión histórica.
Todos hablan de la mar, de los barcos que tripularon y mandaron, de sus logros y malogros. El título es exacto y veraz: mil años de mar. Que nadie busque en sus páginas florituras de estilo, palabras campanudas y frases cinceladas con paciencia. No va de eso el libro. Sólo contiene años vividos en la mar. Imprescindible su lectura a los titulados náuticos de los últimos 30 años, internautas más que marinos, que han realizado interminables navegaciones por internet y que apenas han pisado cubierta ni aguantado olas rompientes ni han añorado hasta el dolor a sus familiares en tierra.
Tampoco se detenga nadie en los numerosos defectos de edición, nombres equivocados o mal escritos, comas sin orden, mayúsculas innecesarias y sintaxis desastrada. Peccata minuta ante el valor testimonial inmenso de esta obra.
Nota final. En sucesivas entregas, NAUCHERglobal publicará la totalidad del comentario de Juan Zamora sobre “Mil años de mar”.