Desde siempre la manipulación y el transporte por mar de la mercancía experimenta ciertas mermas involuntarias, especialmente si esta es a granel. Existe amplia legislación acerca de este tipo de pérdidas. El novelista Ildefonso Falcones, en La catedral del mar, se refiere a las mermas producidas durante la carga y descarga de mercancías argumentando que “los barqueros eran responsables frente al propietario de cualquier merma o avería que sufriesen las mercancías”. En la novela, ambientada en la Barcelona del siglo XIV, Falcones explica como sólo en caso de temporal los barqueros tenían derecho a negarse a acudir a descargar la mercancía.
Pero hay otro tipo de merma de causa nada prosaica, la producida a conciencia. Gaspar Sala i Berart (1605-1670), quién fue abad del monasterio de Sant Cugat del Vallès, nos habla en el libro Govern polítich de la ciutat de Barcelona, editado en 1636, de lo dañinos que resultan los numerosos vagabundos presentes en la capital catalana. Gaspar Sala nos habla sin tapujos de los continuos robos de grano una vez desembarcado en el Puerto de Barcelona. El trigo robado lo guardaban en agujeros hechos en la arena de la playa, que no sin cierta ironía ellos mismos llamaban “silos”. A parte del trigo y otros granos –que según parece robaban a mansalva– el bacalao también era objeto del pillaje, y tal era el calado de estos robos que el propio Gaspar Sala nos relata como el capitán de un barco pactó directamente con los vagabundos el darles dos quintales de bacalao a cambio de no ser ni robado ni molestado.
Volviendo a la literatura, en su obra Mirèlha (1859), el premio Nobel Frederic Mistral utiliza la expresión popular occitana “blad de luna” (trigo de luna), que no es otra que robar trigo a la luz de la luna, aunque en sentido figurado hace referencia a las citas de enamorados. El abad Sala no opina acerca de si el grano mengua más durante la noche o el día. A finales del siglo XIX parece que a los causantes de las mermas en el Puerto de Barcelona les traía sin importancia el actuar o no bajo el amparo de la noche. Ya en el año 1894 la madrileña Revista de Navegación y Comercio habla de la desvergüenza de los ladrones que actúan en el Puerto de Barcelona agenciándose algodón y grano. Estos “desvergonzados” son grupos de mujeres y muchachos de corta edad que en las mismas narices de jornaleros, carabineros, municipales y publico en general no dudan en llenar de genero sacos y las mismisimas faldas de las mujeres. A pesar de que estos robos afectaban también a miembros de la Junta de Obras del Puerto o de la Cámara de Comercio, estos no lograban poner fin a los robos de su propio genero.
Una forma curiosa de apropiarse de la mercancía y poder contabilizarla como merma se practicó en el Puerto de Tarragona en épocas de carestía del pasado siglo, cuándo en el entorno de la actual plaça dels Carros, como su nombre indica, acudían los carros con distintas mercancías con destino a la exportación. El aguardiente era uno de los productos estrella, no faltaban el vino o el aceite. Pues bien… de vez en cuándo alguna garrafa, alguna caja de botellas, se rompían en el muelle… encima de una sábana que actuaba a modo de colador! Y así el producto –nuevamente libre de impurezas gracias a la sábana– cambiaba de recipiente y de manos. Acto seguido se cumplimentaba el parte por la rotura accidental de la infortunada garrafa, y si hay suerte el seguro hará su trabajo. Y es que un accidente le sucede a cualquiera! Más fino era el menester cuándo de una bota se trataba, allí se hacía un pequeño agujero con un berbiquí y se sacaba un poco de producto, el suficiente como para que no se notase. Acabada la faena, el pequeño agujero se tapaba, se maquillaba… y listos. Y es que… quién esté libre de culpa…