Como es de público conocimiento, Juan Díaz Cano, presidente de la Real Liga Naval Española, ha ganado el XXIII premio literario “Nostromo, la aventura marítima”. Mi compañero David Rodríguez ya les ha explicado cómo se desarrolló el acto de la entrega del premio, celebrado en la Facultad de Náutica de Barcelona como un evento más del 250 aniversario de la institución. A mí me toca hablarles de Juan Díaz, el ganador, un hombre que une un gran talento a un carácter amable que ofrece una sentida empatía todo horizonte.
Juan Díaz vino con su esposa, Cecilia, a recoger el premio. Nos conocemos hace ya muchos años, de modo que compartí con ellos buena parte de la velada. Conozco relativamente bien las inquietudes culturales e intelectuales de Juan Díaz, pues leí con atención y provecho su tesis doctoral, “Marina Mercante Española (1868/1995)”, leída en 2014, un intento de explicar la decadencia de la marina mercante española, atribuida por el autor a “una concatenación de políticas proteccionistas indirectas que impidieron al naviero español desarrollar sus flotas y competir en los mercados internacionales de fletes”; y leí así mismo su libro sobre el naufragio de la Compañía Trasatlántica Española. Y desde luego conozco, como espectador atento, sus esfuerzos y desvelos por mantener a flote y navegando esa más que centenaria institución, la Liga Marítima que impulsó Antonio Maura y gestionó con buen pulso Adolfo Navarrete hasta los años finales de la década de 1920. Pero no tenía ni la menor idea de sus inquietudes literarias.
“En realidad, me dice, ya tenía escrita una buena parte de la novela. Lo que hice fue recuperar aquel fajo de folios, y darles una forma acabada. A ti te gustará, trata de los negocios sucios perpetrados en el mundo marítimo en los años del pelotazo, la Sociedad de Gestión de Buques y del lema ‘creced y enriqueceos’ que lanzó el ministro Carlos Solchaga, cuando alcanzó en 1985, la cartera de Economía en el segundo Gobierno de Felipe González”. Deduzco que Juan Díaz empezó a escribir la novela cuando acabó el grueso de su tesis doctoral y le pudo la tentación de contar la historia que no cabe en un trámite académico, donde cada afirmación, cada hecho, ha de estar documentado en fuentes primarias o secundarias. Pero como se aprende con los años, la vida resulta mucho más compleja e interesante de lo que es posible justificar en una tesis doctoral. Deduzco también que fue una obra rápida, tenía la cabeza llena de números y lecturas que le hablaban de turbias operaciones, de normas (órdenes ministeriales, decretos y leyes) en provecho de los astilleros y de los puertos y en detrimento de los buques, de personajes reales enriquecidos por arte de birlibirloque, de quienes se contaban historias de bragueta y de alcoba, de manejos y compadreos mafiosos que no era posible meter en la tesis. Necesitaban un relato, una novela que contara la verdad de tanta mentira.
Supongo que el final de la tesis, su lectura ante un tribunal y todo eso, más la dedicación a su profesión de economista y a la dirección de la Liga Naval (más los estímulos corrientes de una vida vivida), le condujeron al olvido de la literatura, que quedó a la espera de una segunda oportunidad. “No tengo intención de dedicarme a la literatura, aunque tampoco se puede decir de esta agua no beberé… Una novela supone un trabajo arduo y muy difícil. Te despiertas soñando con los personajes y te vas a dormir barajando opciones lingüísticas y sobre la trama”. Cecilia, su esposa, confirma que acabar la novela ha supuesto varios meses en los que Juan andaba perdido en la creación de ese universo de ficción que ahora ha sido galardonado con el premio Nostromo. Vivía pensando en la obra.
Como he dicho, conozco a Juan Díaz hace años. Picado por el virus de la literatura, dudo que no reincida. Escribir, crear, no es labor que pueda dejarse fácilmente, sobre todo si cuando la has probado te han dicho que lo haces bien y te han dado un premio. Nada menos que el Nostromo.