El resultado final del incendio hasta las 20 horas, con los bomberos todavía apagando rescoldos, es de seis barcos hundidos y cuatro más seriamente dañados, amén de un pantalán quemado en su mayor parte. Aunque de esloras dispares, la mayoría de las embarcaciones naufragadas superan los 20 metros. Es decir, barcos de recreo grandes, de considerable precio. Se prevé una tormenta de reclamaciones y acciones judiciales que, en la confusión de las causas del incendio y la insuficiencia de los seguros de los barcos, perseguirán que la marina, la empresa concesionaria del puerto, pague el desastre.
Sobre las 12 de la mañana, con cuatro barcos hundidos y uno quemado, los bomberos dieron por apagado el incendio, pero tres horas más tardes hubieron de volver a toda prisa pues el fuego había resucitado, afectando a otros cinco barcos: dos hundidos y tres dañados. Los composites de los cascos suelen mantener latente el incendio, en tabernáculo los definió el capitán Sergio Aranda, eclosionando con extraordinaria virulencia cuando las condiciones son favorables. Huelga decir que la mayoría de los materiales en el interior de los barcos suelen ser altamente inflamables, como quedó acreditado en los incendios en Botafoch, Ibiza, 2006, y Port Vell de Barcelona, 2008, entre otros.
A los daños causados por el fuego hay que añadir el perjuicio ecológico originado por los barcos quemados y hundidos, y por los combustibles y aceites almacenados en sus tanques. La factura por la limpieza de las aguas y la recuperación de los restos del fondo de las aguas cabe prever que alcanzará muchos ceros, todos a la derecha. Afortunadamente, tampoco en este caso ha habido daños personales dignos de consideración.