Ana María de Soto y Alhama, natural de Aguilar de la Frontera (Córdoba), de 16 años, decide hacer carrera en la Marina y más tarde es destinada a una fragata que participa en conflictos internacionales hasta alcanzar el empleo de sargento. De la frase anterior lo único que nos llamaría hoy en día la atención es la extrema juventud de la marinera, que tendría que haber pasado directamente de las aulas a la instrucción militar, lo que hoy en día no sería posible hasta cumplir los dieciocho.
La gracia es que la noticia es de 1793. Se ve que la juventud maduraba antes en aquellos recios tiempos, aunque fuera a coscorrones. Lo cierto es que cuando las, digamos, diferencias físicas se hicieron evidentes, se le concedió la licencia absoluta de forma fulminante. Eso sí, a cada cual lo suyo: en atención a su “acrisolada conducta” y “para que pueda atender a sus padres” (sic) se le reconoce el tratamiento y consideración (lo que incluye el sueldo) de sargento, y se le permite vestir con las insignias y colores de tal grado de la infantería de marina en su ropa de mujer. Más que nada, para evitar que ninguno cometiera un lamentable error y se encampanara ante una indefensa dama.
Tendrán que pasar ciento noventa y siete años para que Esther Yáñez, cañaílla, ingrese en la Escuela Naval Militar. Hasta entonces, las únicas opciones que tenía una moza de llevar uniforme marinero eran vestirse de sardinera y cantar “Desde Santurce a Bilbao” o servir como Dama Auxiliar de Sanidad Militar. Mira que nacemos al lado de una mujer (ahí la vida nos quiere decir algo) y morimos con el nombre de otra en los labios, pero luego solo las queremos cuando vienen malos vientos. En fin, al tema.
Hay que esperar a la ley orgánica 13/1991 (LOSM) para que se permita a la mujer el acceso a la categoría de tropa y marinería profesional, pero, hasta 1999, destinos como el arma submarina les seguirán vedados. Hoy andamos por un doce por ciento en todas las escalas, incluso con la faja de general. Vemos en las noticias que, poco a poco, el techo de cristal se rompe. Decía el almirante general Rebollo que no quería marchar de este mundo sin ver a una mujer almirante. Además de desearle salud y larga vida, quiero esperar que su deseo se cumpla pronto.
Se pregunta Bertolt Brecht: “César derrotó a los galos. ¿No llevaba siquiera cocinero?”. “Felipe de España lloró cuando su flota fue hundida. ¿No lloró nadie más?”. Nos impresiona el más rápido, el que llega más alto, el más fuerte, y le damos una corona de laurel que no se marchita, una moneda de oro y una copa. Sin embargo, nadie piensa en los currantes de la mar, en el mismo barco que el capitán, ligados a su suerte. Parece que el pescado fresco llegue a Barcelona por Amazon, pero ahí están en silencio José Manuel Juárez y sus muchachos o que las armadas no tengan marineros. Creo que la entrevista de hoy es especialmente relevante, pues hablan de aquellas personas que quizás no saldrán en los libros de historia, pero sin las cuales el barco no sale de puerto.
En Marinos de altura entrevistamos hoy a una brigada de la armada. Viento-bajo-mis-alas lee por encima de mi hombro y marcha murmurando a ver cuándo por fin veremos a las mujeres como solo a seres humanos, triste por la que está cayendo sobre tantas mujeres.

- Muchas gracias por atender a NaucherGlobal. Por favor, háblenos de su perfil profesional. ¿A qué se dedica?
Ahora estoy en una oficina, después de 20 años embarcada aquí y allá. Mi primer destino y hasta que no alcancé el galón de sargento fue desguazando barcos, no sin antes pasar largas temporadas en la mar. Ya de suboficial pasé a una fragata más moderna, que da nombre a las de su clase la fragata SANTA MARÍA, no tan moderna como las nuevas F-100, pero sí más joven que las que se conservan en mi memoria, como la fragata CATALUÑA. Qué penita me dio cuando a bordo de la SANTA MARÍAzarpamos hacía el sur, cerquita de las Islas Canarias, para realizar unas maniobras que consistían en hundir ese gran buque que ahora servirá de patio de recreo a los peces que habitan el mar.
- ¿Qué lleva a una persona a buscarse la vida en la Armada? ¿Vocación? ¿Tradición familiar?
Había terminado la carrera de marketing, pero no me llenaba. Desde pequeña me preguntaba por qué las niñas no podíamos ser militares, ¡y ya podemos! Me fui al centro de reclutamiento de mi ciudad natal, Zaragoza, y eché los papeles.Todos me preguntan por qué Armada y no tierra o aire, que aquí tienes ambos. Te cuento por qué. Tenía miedo de mi madre y de mi tía. Sabía que, si me metía en algún lío, recurrirían a mi padre o a mi tío para ver si podían sacarme de él.
- Hablando de familias, ¿cómo se lleva en la mar el tener una pareja, unos hijos?
No tengo pareja ni hijos, así que esa experiencia no la he vivido.
- Marinero: Un amor en cada puerto, largos meses de embarque. Hay mucho más que eso en el trabajo de la mar…
Esos largos días en la mar se compensan con grandes compañeros y las entradas a puertos extranjeros, donde sales a hacer turismo, a visitar volcanes, disfrutar de las playas, del baile, de la gastronomía, en definitiva, de lugares que de otra manera posiblemente nunca habrías llegado a conocer.
- Para las más veteranas, imagino que los principios de la mujer serían complejos. ¿Alguna anécdota que pasado el tiempo os gustaría compartir?
Anécdotas las habrá, pero ahora no me vienen a la memoria. Bueno, en mis primeros destinos había muchas mujeres, como en el T A ARAGÓN donde éramos más de una treintena perfumando el barco, entre mecánicos, hosteleras, radios, radaristas, una enfermera, maniobras, electricistas, artilleros, escribientes…, vamos, que siempre tenías cerca una compañera cerca cuando los tiempos se ponían difíciles. Ya de sargento, en la fragata, era la única suboficial a bordo, y en la cámara, por supuesto, pero tampoco lo noté ya que mis compañeros me hacían sentir una más y no la chica de la cámara.
- Si una joven te dijera que quiere seguir el duro oficio de la mar, ¿qué le diríais?
Que pruebe y disfrute, que aprenda de las experiencias-
- A los terrícolas nos cuesta a veces comprender la cultura y forma de hacer las cosas de los “barcos grises”. ¿Le cuesta a la mujer trabajadora actual adaptarse a un cuerpo militar con tanta solera?
No lo sé. Supongo que es como en todos lados. Imagínate a una albañil: al principio les resultará extraño, pero, con el tiempo, son dos brazos, una espalda, en definitiva, uno más arrimando el hombro para que el edificio crezca y sea habitable. Pues igual en la arina. Al principio nos miraban con recelo, pero poco a poco somos un miembro más de las dotaciones que sirven al Reino de España y a todos los que habitan en él.
Hace una generación, la mujer estaba en casa y, a veces, con la pata quebrada que decía el refrán; hoy está en primera línea. Que no se engañe nadie: los derechos se luchan, y el héroe mejor es el que pelea sin esperar reconocimiento. Si las mujeres pueden estar en un puente es porque una se quitó los zapatos de tacón, se calzó unas botas y echó la puerta abajo de una patada.