En los viejos tiempos se consideraba incluso de mal tono que el periodista (el plumilla) quisiera ser la noticia. Luego vino Hunter Thompson, pero no nos desviemos del tema. Ya que tenemos una cierta confianza, va a perdonar, amigo lector, que le pida hoy prestado su hombro. No solo le supongo amistad. A través de NAUCHERglobal tratamos cada día temas sociales y personales que tocan el corazón y la cartera. Nunca he tenido el placer de compartir un café con usted, pero sé que cuando hablamos, aunque sea de forma virtual, no hay tema que quede en un silencio incómodo.
Soy un genio. No se ría: lo dice la medicina. A cambio, otra parte de mi cerebro es capaz de olvidar si llevo puesta la gorra. Viento-bajo-mis-alas ríe mientras escribo esto y pone con suavidad su pie sobre el mío para hacerme consciente de mi pisada. Tiendo a levantar unos dedos y, por ello, siempre parezco al caminar uno de esos viejos marineros que en tierra también seguían el balance del velero. Yo no lo percibo, pero su conciencia yogui sí, y ahí está, siempre.
Tan patoso soy que una vez hasta llegué a ofender a un capitán. Le ruego públicamente que me perdone si está leyendo estas líneas. Ya ve, el peor pecado después de negar a un amigo, que también una vez cometí. Pero eso es otra historia.
Viene esto a cuento de que ayer fui a comprar un freno para los patines (patoso, pero perseverante). Dentro de la tienda, todos los rollers se preparaban, contentos, para una ruta, sin mascarilla, hombro con hombro. Pagué y me fui, triste. Patinaré solo. No, solo no, con Viento-bajo-mis-alas.
Estamos todos muy cansados, pero también estás cansado cuando te levantan en medio de la noche para entrar de guardia, o cuando tocas puerto solo para una breve estiba en que no te da tiempo, ya no digamos de una cerveza, sino ni siquiera de poner el pie en tierra, cansado de cobrar poco, de navieras pirata, de no ver crecer a tus hijos… Pero estás ahí, más tieso que un uno, para tomar el relevo de la guardia.
Hemos abierto la temporada turística, los cruceros, los presuntos mojitos y las bravas congeladas. No es un tema trivial que se deba despachar en dos líneas: el comer de muchas familias depende de ello. La cadena logística ha sobrevivido con sus más y sus menos. Incluso muchos emprendedores han visto en la crisis una oportunidad. La pesquera sigue ahí fuera dando el callo. Pero las imágenes de cardúmenes de cruceros fondeados nos hablan de un impacto no sólo a una macroeconomía que a veces se nos escapa a los mortales, sino de miles de familias que se han visto abocadas al desastre. La ciencia ha reaccionado deprisa, y quizás en algunos años se hable de la pandemia como nosotros recordamos la temible gripe “española” de 1919. Es necesario ponernos en pie y seguir avanzando.
No obstante, cuando un niñato (o tipejo) se me ríe en el metro cuando le pido que se ponga mascarilla y el resto del vagón hace el don Tancredo, cuando leo cómo han evolucionado en pocos días los números de la pandemia agradezco tener a Viento-bajo-mis-alas a mi lado. Todos ustedes saben bien que la mar no da medalla de plata; no permite errores. Parece que aquellos a quienes pagamos por gestionar nuestras vidas no lo tienen tan claro.
Al tema. Gracias por escucharme. Venía hoy algo caliente. Y, amigo —y esta palabra se la digo no en la acepción que le dan Facebook o las redes sociales—, recuerde: marinero de ley, mano para sí, mano para el rey. O, como decía el sargento Esterhaus: “Tengan cuidado ahí fuera.”
NOTA DEL EDITOR. La foto de portada, fue publicada en «Diario de Cádiz»