Pongamos que la lluvia provoca una riada y que en ella queda atrapado un vehículo con dos personas. Estamos en un pueblo costero. Al rescate de las dos personas atrapadas acuden los bomberos alertados por un testigo presencial. Tardan diez minutos, los bomberos, en llegar al lugar del suceso desde que recibieron el aviso.
Los bomberos se ponen manos a la obra y tienden una escala ad hoc desde la orilla firme hasta el vehículo que deriva con la riada. Un bombero alcanza a los ocupantes del vehículo, les tranquiliza y les ayuda a acceder al techo del coche para facilitar el rescate. Como cualquier operación de salvamento, esta no es una operación sencilla y han de asegurar el punto de apoyo en tierra de la escala y en el techo del vehículo.
En estas aparece un helicóptero de salvamento marítimo, alertado por un policía local que, tal vez ignorante del aviso a los bomberos, transmite a Sasemar la información de que el coche está siendo arrastrado al mar por la riada. “Si está siendo arrastrado al mar hemos de intervenir” –piensan los responsables locales de salvamento marítimo. Además más vale, en materia de salvamento pecar por exceso que por defecto.
En cuestión de minutos, el helicóptero está sobre la vertical del vehículo zarandeado por la riada y un rescatador baja a recoger a las personas atrapadas; en tierra, no en la mar. El bombero le explica al rescatador del helicóptero que ellos están ya trabajando en el tendido de la escala, que es cuestión de minutos. La situación está controlada.
El rescatador es izado al helicóptero, cuyo comandante explica la situación a Sasemar, y éstos comunican con la central de bomberos donde les confirman que pueden marcharse tranquilos, que la emergencia está en sus manos. Pero las circunstancias presionan y se produce un cortocircuito informativo que trae como consecuencia que el rescatador del helicóptero de Sasemar vuelve a bajar y se lleva a las dos personas atrapadas y al bombero.
Quien comandaba el helicóptero da cuenta del episodio y critica la descoordinación entre los bomberos y salvamento marítimo. Por los vericuetos de la estupidez burocrática, la información llega a manos de los políticos, donde permanece, que se tiran los trastos a la cabeza envueltos en supuestas competencias, imaginarias atribuciones, órdenes impartidas y prelaciones por cuestión de segundos de reloj. A ver quién luce más, quién tiene más méritos. “¡Maldita descoordinación! –piensan los políticos a dedo- Ojalá supiéramos como arreglarla”.