El puerto de Liverpool ha dejado de ser para la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Toda una tragedia marítima porque es el único gran puerto comercial de Occidente que, aun siendo en gran parte una desolada reliquia, mantiene en lo esencial la estructura de dársenas, muelles, almacenes, explanadas, edificios emblemáticos… anteriores a 1980, cuando la revolución del contenedor y de la logística fueron despojando del corazón de las ciudades a los puertos que durante siglos fueron moldeados por la vela y el vapor, por el tinglado y el almacén docker, sin dejar jamás su primigenio espacio pegado al centro urbano y a sus habitantes, con calles desembocando en el puerto y avenidas colindando con los muelles. Adiós a todo eso, a ese enorme patrimonio marítimo europeo. Quedan muchas y dispersas reminiscencias a modo de conspicuos restos de un naufragio, pero los viejos puertos occidentales desaparecieron y con ellos toda la preciosa carga general que conllevaban, no solo su estelar dimensión económica en el comercio marítimo.

La Unesco premió en 2004 al puerto de Liverpool galardonándolo como Patrimonio de la Humanidad por aguantar el tsunami de cambios abrumadores que iba barriendo sin remilgos los mayores puertos históricos dejando a su paso zonas expeditas para el maremágnum de ocio y comercio, de turismo, de oficinas, lujosos apartamentos, paseos, museos… Le sucedió igual a Londres, Hamburgo, Nantes, Marsella, Génova, Nueva Orleans, Baltimore…, también a Barcelona y Bilbao. A todos, a los grandes, en especial a los que en la Europa de tradición marítima evocaban la conquista de mares e imperios, la era de los descubrimientos, la colonización/emigración, la trata de negros, las guerras navales y ultramarinas, la hegemonía económica, cultural, lingüística e ideológica… gracias al incontestable poder marítimo. Y, por supuesto, dichos puertos rememoraban la mar de marinos que hubo en Europa durante siglos, hoy casi ausentes de Liverpool y de las naciones de tradición marítima, también en la acepción más tópica de “Tomorrow” (Eugene O´Neill, 1917). Los marinos occidentales han corrido una suerte pareja a la de sus puertos de siempre, como Liverpool, que les hicieron grandes a ellos y a sus países, y viceversa.
EL RECHAZO DEL LIVERPOOL WATERS PROJECT
No pudo ser. También Liverpool ha aprobado cambios de gran envergadura en su viejo puerto que tiran por la borda gran parte de su patrimonio. Y, por lo mismo, la Unesco no ha tenido más remedio que borrarle de su exclusiva lista de excepcionales lugares para la Humanidad. Hace una década, esta agencia de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura, dio un pase a que Liverpool levantase una posmoderna terminal de ferris que contrastaba con el entorno centenario. Fue un aviso. Lo que hoy la Unesco ha rechazado de plano es el mega plan urbanístico (“Liverpool Waters Proyect”) y el nuevo estadio del Everton FC, aprobados para aprovechar las infrautilizadas áreas del puerto. Según la Unesco, las autoridades inglesas arruinan la “autenticidad y exclusividad” de un patrimonio que galardonó por ser “el ejemplo supremo de un puerto comercial en la época de mayor apogeo de Gran Bretaña”.

La controversia es inevitable. Liverpool tiene un patrimonio portuario mayor del que puede mantener a expensas de su desarrollo urbanístico y de su progreso económico. Muchas de sus 150 hectáreas, entre dársenas, muelles, diques secos, esclusas, almacenes y explanadas, varaderos…, la mayoría en desuso, son también pasto ineludible para la especulación. Ya solo el “Waters Proyect” (60 hectáreas) conlleva invertir cinco mil quinientos millones de libras, lo suficiente como para que la ciudad se deje de historias y añoranzas. Quiere levantar allí un frente marítimo al río Mersey con grandes edificaciones para esplendorosos hoteles, restaurantes, oficinas, apartamentos de ensueño, puertos deportivos, zonas de esparcimiento…, amén de un nuevo estadio de fútbol para el Everton, equipo entrenado por Rafa Benítez, club archirrival del Liverpool FC. Esto supone rellenar dársenas y esclusas, borrar muelles, retirar grúas y noráis, derribar puentes y tinglados, desmantelar amplias zonas portuarias y, para colmo, encapsular o desmerecer, entre los nuevos rascacielos y la ciudad, los almacenes históricos (por ejemplo el del tabaco) y la zona más espectacular del puerto (edificios del Albert Dock, de la Cunard y de la autoridad portuaria). En los planes urbanísticos queda claro. Liverpool tenía que elegir entre preservar el viejo puerto comercial tal como lo exige la Unesco o dar un fuerte tirón a la ciudad sacrificando su patrimonio marítimo. Con los tiempos que corren, no hay color, no otro que el crematístico, sea deshonesto o no vender así el patrimonio.
LIVERPOLL NO QUIERE NAVEGAR SOLO
Liverpool, a tenor del célebre himno de su homónimo club de futbol (You´ll Never Walk Alone), quiere andar el siglo XXI junto a Londres, Hamburgo, Nantes y Barcelona, con y como los demás, sin el lastre de su patrimonio portuario. No se queda quieta y sola guardando las esencias de su histórico puerto mientras todas las demás ciudades marítimas que compiten, en su particular Champions, juegan acelerando el paso al no tener miramientos ni sentimentalismos con su glorioso pasado. Una pena. Liverpool resalta lo que somos y cómo somos.
El reflejo en el río Mersey de sus proyectados rascacielos será el Narciso de una ciudad que absorta se pavoneará después de desdibujar in situ su pasado y recluirlo en el museo con viejos portulanos, con infografías y leyendas que expliquen que este puerto fue pionero del sistema Docker (muelles con sólidos almacenes,1846) para que las cargas y descargas se hiciesen directamente, con lingadas o carretones, entre el barco y un contiguo edificio de ladrillo y acero (a prueba de incendios, inclemencias y robos); que estrenó el sistema de grúas hidráulicas; que fue cuna del imperio británico, incluido el lamparón de la trata de esclavos… También descolló por las huelgas de estibadores, de los de gancho… y, en todo caso, fue un puerto que protagonizó como pocos la revolución industrial y la era victoriana, así como también, al final, la decadencia del imperio colonial y de la industria y marina británicas.

Liverpool ha dado el carpetazo a un tipo de puerto que empezó a hacer aguas cuando en Felixstowe se levantó en el mar del Norte el primer puerto británico exprofeso para contenedores. Lo conocí en 1974 con el “Mánchester Rápido” (Naviera Contemenar), pocos años antes de atracar con bulkcarriers en Liverpool y Bikerhead, puerto extendido en la otra orilla del Mersey. Llamaba la atención el contraste entre el puerto recién estrenado para portacontenedores y el viejo de Liverpool ya con indicios de decadencia. Aunque fue Europort (puerto exterior de Róterdam) quien nos alertó a los marinos sobre unos puertos que nada tenían que ver con los tradicionales de Liverpool y Barcelona: alejados de las ciudades, muelles sin almacenes, aceleradas operaciones de carga y descarga, sin tiempo ni medios para que los tripulantes salieran a tierra. Con el puerto de Liverpool desaparece también el último puerto importante que, aunque en gran medida baldío, evoca al completo un modo de ser marino, todavía en 1980 un tanto novelesco y hoy imposible.
… CONTAINERIZADA LA VIDA EN LA MAR
Los nuevos puertos ya no es que estén alejados de sus anteriores emplazamientos (ej. Tanger-Med), es que han surgido sin conexión con ningún centro urbano ni tampoco con la Historia, tales que Jadeweser (Alemania) y Maasvlakte (Holanda), incluso sin apenas estibadores, agentes y autoridades a la vista (automatización, digitalización), sin ratas ni, por supuesto, taberneras del puerto; a lo más, seguratas atentos a las pantallas de videovigilancia. Son otra cosa. Tan despersonalizados y tan en ninguna parte que se añoran los puertos tipo Liverpool que condicionaban nuestras vidas y evocaban a Rafael Alberti: “¡Ay, mi blusa marinera!/Siempre me la inflaba el viento/Al divisar la escollera/Barco carbonero/Negro el marinero (…) ¡Qué negro su navegar!/ (…) Negra su vida en la mar” (“Marinero en tierra”, 1924). El poeta gaditano ni sospechaba lo sombría que podía ser también hoy para los marinos la mar sin barcos carboneros.
A Liverpool le han relevado los puertos sin alma y los barcos impolutos, y con el relleno de muchas de sus dársenas y muelles desaparecerá uno de los vestigios del patrimonio que tuvieron los marinos para sobrellevar sus campañas: “Barcos contaneiros, contaneirizado el marino (…) contaneirizada la vida en el mar”. No hay otra. El puerto de Liverpool ha perdido el galardón de la Unesco; los marinos, a su vez, la posibilidad de transitar la nostalgia sobre viejos muelles; y la Europa de tradición marítima pierde otra irremplazable joya de su patrimonio. ¡Y van muchas!