“Un hombre, mil negocios”, último libro de Martín Rodrigo Alharilla, es hoy noticia con el título “Antonio López, marqués de Comillas: las pruebas de su pasado negrero” (Cristian Segura, El País). Otra tanda de mentiras y manipulaciones. La tan socorrida cita de Francisco Bru carece de credibilidad y a estas alturas resulta ridícula su cita. Hasta aquí nada nuevo. Tampoco sorprenden las imprecisiones del periodista al tratar este tema: son una constante en la prensa que añadir al maltrato de la figura de Antonio López. Y salvo una o dos, las presuntas pruebas nuevas sacadas del libro de Alharilla contra el naviero cántabro son conocidas desde al menos un cuarto de siglo.
Obvio del artículo de Cristian Segura lo que no hace referencia al pasado (negrero) del marqués de Comillas porque, por ejemplo, es descabellado dar por buenas las cifras comparativas de esclavos desembarcados en Estados Unidos y Cuba. Además, es capcioso lo referente al final de la esclavitud en Cuba y al papel que jugó en ello Antonio López. Lo realmente grave de todo lo publicado por El País son las pruebas acusatorias contra éste por amasar su fortuna con el comercio ilegal de esclavos. Cristian Segura, supongo que en base a lo que afirma Alharilla, se atreve a escribir no sólo que los hermanos López, Antonio y Claudio, “dirigieron una de las mayores compañías dedicadas al negocio legal de compraventa de esclavos ya afincados en Cuba, sino que con toda probabilidad se enriquecieron con el tráfico de negros”.
Martín Rodrigo Alharilla aporta por primera vez como prueba contra Antonio López que el cónsul británico en Santiago de Cuba le señaló como uno de los destinatarios de los 280 esclavos que en 1850 iba a desembarcar en Cuba la goleta DESEADA. Tras ser interrogado al respecto por la máxima autoridad en el oriente cubano, la delación de Forbes quedó en nada o, a lo más, en un informe enviado por éste a Londres. Antonio López alegó que no tenía nada que ver con esa goleta. Y Forbes no pudo probar nada ante las autoridades españolas. Habrá que investigar mejor en los archivos británicos que registraron la trata atlántica (ej. Parliamentary Papers). En todo caso, la delación de James Forbes es un indicio, pero, valga la redundancia, también es una prueba de que no pudo demostrar nada contra el futuro marqués de Comillas. Entre el indicio y la prueba, me quedo con la prueba.
Hay que distinguir. Una cosa son los indicios, otra, las pruebas; y otra más, las certezas. Y en una buena investigación, cuando las acusaciones son graves al extremo de acusar de negrero a alguien, es un fraude pasar de una cosa a otra con latiguillos del tipo: “todo indica que…”, “al parecer…”, “solo así se puede entender…”. Es el mecanismo de la insinuación que Umberto Eco relacionaba con la prensa del fango. No tiene pase que todavía hoy el investigador de referencia venga con estas, en vez de con pruebas incontestables. De joven ya cometió la ligereza de endosarle a Antonio López un homicidio provocado por una reyerta callejera que, según Alharilla, le obligó a huir a Cuba. Se basó en una fuente oral de las que, al cabo de siglo y medio, suelen tener mucho de leyenda familiar. Algo similar le pasa con el braguetazo que le adjudica a López al casarse con Luisa Bru; o con el vapor “General Armero” al implicarlo sin base alguna en el tráfico de esclavos. ¡Basta de suposiciones, de insidias y mentiras! A día de hoy, en Barcelona se ha retirado sin motivo la estatua de Antonio López.
Tampoco prueba nada el anuncio: “Compran negros de ambos secsos en partidas y sueltos al contado; los Sres. Antonio López y Hermano, calle Marina número 38” (“El Redactor de Santiago de Cuba”, 1851). Anuncios como este o similares ya eran conocidos hace muchos años y lejos de contribuir para acusarle de negrero, lo desdeciría. ¿Qué sentido tiene que un negrero aparezca en la prensa comprando esclavos, cuando lo suyo era comprar y vender de tapadillo? No me imagino a un narcotraficante comprando droga por fardos y al menudeo a través de los periódicos dando, para más señas, su nombre propio y su dirección. Sería raro que un negrero en Cuba se arriesgase a publicitar su negocio legal de venta de esclavos. Se ponía el foco él mismo. Este tipo de anuncios sería más propio de alguien nada sospechoso de estar relacionado con la trata. Para qué exponerse públicamente con una actividad comercial legal si en paralelo llevas un negocio ilegal relacionado también con esclavos.
Escribe el periodista de El País: “Otro indicio [que no prueba] del comercio ilegal de personas lo encuentra Rodrigo [Alharilla] en las cuentas de 1853 de la Sociedad Antonio López y Hermano, en la que se registran unas pérdidas por `expediciones´ que no llegaron a buen puerto con el naviero gallego Eusebio da Guarda”. Otra vez la técnica de la insinuación, con el dar por hecho y con la supuesta quema de pruebas. Siempre igual. Y de paso mancha la imagen de Eusebio da Guarda, un marino gallego que dejó la mar hacia 1845, para llevar desde La Coruña las finanzas del indiano Juan Menéndez Fuertes y que a la muerte de éste se casó con la viuda. Da Guarda es una personalidad en La Coruña, con estatua y con un instituto que lleva su nombre porque fue costeado por él y que ha sido el orgullo de muchas generaciones de gallegos. He estudiado a Eusebio da Guardia para mi libro y no se puede asegurar que participase con Antonio López en la trata de africanos.
El País también resalta, como prueba contra Antonio López, “los apuntes contables y notariales que recopiló Rodrigo en el Archivo Nacional de Cuba y en el Archivo Provincial de Santiago de Cuba indican una compraventa frenética de esclavos por parte de los López. Tan solo entre los años 1848 y 1851 constan en el libro más de 500 esclavos adquiridos por ellos”. Vamos a ver. Ni conoce el significado de “frenética” ni tampoco el comercio legal e ilegal de esclavos que se dio en Cuba por entonces. Durante esa época la trata de negros seguía casi en mínimos históricos, entre otras razones, porque el comercio legal de esclavos, criollos o regularizados, cubría la demanda con los 40.000 esclavos que, a partir de 1845, pasaron de trabajar en los cafetales, la mayoría en la zona oriental, a las zonas de cultivo de caña y de industria azucarera, parte central y occidental de la Isla. Esto, a su vez, precisa de más explicaciones.
Los huracanes de 1844 y 1846 habían arrasado parte de los cafetales y demás cultivos de las regiones más azucareras, mientras los beneficios de los cafetales caían en picado debido a la competencia de Brasil y a la subida de aranceles impuesta por Estados Unidos. Así resultó que mantener esclavos en los cafetales no era rentable y este cultivo pasó a manos de familias de campesinos libres, negros y blancos, que lograron afanarse para vivir del mismo. Habría que reseñar que la mitad de los blancos cubanos trabajaban la tierra, que no se pasaban medio día abanicándose y el otro medio con el látigo en mano. Por contra, en las zonas azucareras urgió mucha mano esclava también para reconvertir en cañeras las zonas cafeteras, desbastadas o no por los temporales.
En este contexto, muy poco me parece la compraventa, en tres años, de más de 500 esclavos en la que intervino la casa comercial de los López. No eran suficientes, ni de lejos, para amasar una fortuna habida cuenta de que en ella participaban también sus socios, agentes y demás intermediarios, amén de que al ser un comercio legal el margen de beneficio sería modesto, nada que ver con los pelotazos de la trata. De ser cierta esta cifra, la venta de esclavos debió ser incluso un negocio marginal para los López, más dados ellos al mundo de las finanzas, de la especulación y de los servicios, sectores en los que pronto Antlonio López demostró en Barcelona de lo que era capaz, sin esclavos de por medio.
Martín Rodrigo Alharilla también señala uno de los sistemas fraudulentos que servían para legalizar los bozales. Había otros muchos. Sin embargo, en el texto de El País no se prueba que los López estuviesen involucrados en ninguno de ellos. Y el dato que ofrece de la compraventa de una tacada de 47 esclavos es menos que un indicio. Cualquier finca de las que cesaron en el cultivo de café en torno a 1850 podía tener de media esa cantidad de personas esclavas. A falta de datos que corroboren sus temerarias acusaciones, Alharilla recurre a los latiguillos impropios de un investigador mínimamente serio: “sólo así se puede entender…” Lo que uno no puede entender, tras leer el artículo de El País, es que le haya servido de tan poco volver a Cuba a repasar los archivos y las escribanías.
Nota del editor. El lector puede encontrar en la colección de artículos publicados en NAUCHER global sobre «La falseada vida de Antonio López» datos exhaustivos y argumentos que prueban que la acusación de negrero contra Antonio López no pasa de una leyenda negra urdida con el mecanismo de la insinuación, el sectarismo ideológico de determinados profesores de Historia y su ignorancia sobre el mundo marítimo. Que el señor Martín Rodrigo Alharilla insista en otorgar credibilidad a los panfletos de Francisco Bru contra el naviero pone en cuestión su seriedad académica e intelectual. Y tal vez su honradez personal, muy atacada por el orgullo de sostenella y no enmendalla.