Allí estaba el director general de la Marina Mercante, José Luis López Sors, solo, en completa soledad, sin apoyos dentro ni fuera de la sala, aguantando el tipo con una mueca de miedo y estupor junto a un tranquilo y bronceado Apostolos Mangouras y al apuesto Nikolaos Argyropoulos, jefe de máquinas del PRESTIGE, que ni él ni nadie sabe por qué y para qué está allí.
López Sors se mueve desde hace años como alma en pena. La cúpula del PP ya le ha condenado por incompetente y mentiroso, nos mintió vilmente aseguran, por su culpa perdimos las elecciones de 2004, que parecían ganadas ante la miseria del PSOE. Por su culpa anda el Estado español embarrado en un cenagal del que no han podido ni han sabido salir.
Para el PSOE, López Sors no es más que el pobre infeliz que estaba donde no debía y que actuó ante un problema complejo con la simplicidad del corredor sin fondo, digamos un Forrest Gump abandonado por la suerte.
López Sors sabía que sus colaboradores más capaces le aconsejaron meter el buque en un lugar de refugio, director éste es un caso de libro, evaluamos el estado del casco, rodeamos el buque con barreras y lo descargamos. Pero él se creyó más listo que nadie, aquí un director de pelo en pecho, y le dijo a sus funcionarios técnicos que la orden de hundir el buque venía de arriba. Y a sus superiores, los de arriba, les vendió la garantía de que todo su equipo de expertos, capitanes, jefes de máquinas, ingenieros navales, todos, estaban de acuerdo con sacar el buque, send the vessel away, en inglés, que conste.
Por eso José Luis López Sors está sólo. Nadie le abraza, nadie le escribe, nadie da un duro por él.
El capitán del Prestige sabe que tiene a todos los expertos de su lado. Su detención y procesamiento penal, un puro despropósito, sólo puede calificarse de ignominia. Dicho con toda la crudeza de nuestros vecinos franceses: es una canallada detener a un inocente para tapar los errores y la incuria de quienes convirtieron un accidente en una catástrofe.
De Nikolaos Argyropoulos, ¿qué les puedo decir? Quizás está allí, sentado junto a Mangouras, frente al Tribunal que le juzga, porque un pretencioso delirante, Serafín Díaz Regueiro, declaró para darse importancia que él, sólo él, había puesto en marcha la máquina propulsora del PRESTIGE. La Administración agarrada al clavo ardiente de semejante personaje, un subinspector encausado por falsificar certificados de seguridad, se tragó, quiso tragarse el cuento chino. Quien puso en marcha la máquina del Prestige, obviamente, fue Argyropoulos y el personal de máquinas que reembarcó durante la mañana del dia 14 de noviembre de 2002. Pero al jefe de máquinas del PRESTIGE le acusan de desobediencia en base a la declaración de Díaz Regueiro. Una locura.
López Sors está solo, la Abogacía del Estado embarrada y el Tribunal con una papeleta de mil demonios Quienes sepan rezar, que recen por ellos.