Esos y los problemas habituales derivados del paso del tiempo y de las nuevas demandas de los usuarios se han ido parcheando a lo largo de estos últimos años. Pero hace mucho tiempo que se hizo evidente la necesidad de proceder a una reforma de la marina que, por un lado, subsanara definitivamente algunos de los problemas sobrevenidos y, por otro lado, adaptara el puerto a la oportunidad de negocio que supone para la marina y para la ciudad la creciente demanda de amarres para barcos mayores de 30 metros de eslora.
Conviene recordar aquí que cuando Barcelona supo abrirse al mar, aprovechando la celebración de la Olimpiada de 1992, la única obra de la remodelación del port vell que sólo recibió elogios y parabienes fue la construcción de la marina. Al contrario que el antipático edificio del cine Imax y la polémica iniciativa del Maremágnum, cuya presencia en terreno portuario resulta discutible, la construcción de un puerto para embarcaciones de recreo a todos nos pareció lógica, económicamente necesaria y socialmente acertada.
Tras años de consultas y de anteproyectos, con un cambio de titularidad de la concesión por medio, finalmente se dio por bueno un proyecto de reforma que contaba con la financiación precisa. El proyecto de reforma ha pasado sucesivas consultas y filtros antes de quedar definitivamente aprobado por la Autoridad Portuaria de Barcelona y por el Ayuntamiento.
El proyecto final, digámoslo claro, resulta tímido en exceso. Tal vez por imposición de las autoridades competentes, o a causa del ventilador de demagogia puesto en marcha por la plataforma anti-puerto, el proyecto de reforma no ha llegado donde muchos marinos, gente de mar y ciudadanos ligados al entorno portuario pensábamos que podía y debía llegar.
Abrigábamos la esperanza de contar con una marina bien dotada, capaz de competir y ganar a los puertos franceses e italianos que albergan grandes yates (Porto Cervo Montecarlo, Niza…), pero el proyecto se ha limitado a reordenar los pantalanes, dejando mayor espacio a los barcos de gran eslora, proyectar un par de edificios insuficientes, uno de una sola planta y el otro de planta y piso, y prever la entrada principal a la marina por el actual acceso junto al Palau de Mar. Ya digo, una tímida reforma.
Que el proyecto de reforma de MPV amplíe el número de amarres para grandes yates responde a la lógica del mercado. Existe una demanda creciente para ese tipo de embarcaciones, que además resultan mucho más rentables para la marina, pero sobre todo para la ciudad. La memoria económica presentada por la empresa concesionaria de Marina Port Vell prevé que, cuando esté en pleno funcionamiento, la marina remodelada, creará cerca de 400 puestos de trabajo, directos e indirectos, y la ciudad recibirá de los pasajeros y tripulantes de los grandes yates que se espera atraquen en el puerto una inyección económica cifrada en 105 millones de Euros anuales.
Tal vez estas cifras no se cumplan en su totalidad. Pasa a menudo que los planes de negocio de cualquier proyecto se ven, una vez puestos en marcha y enfrentados a la realidad, desbordados por abajo y, excepcionalmente por arriba. Aunque así sucediera, ello no resta un ápice a la necesidad de la obra de reforma ni a su carácter ventajoso para la ciudad.
De la demagogia vertida contra el puerto y contra el proyecto de reforma de MPV ya hemos hablado en artículos anteriores (veáse NAUCHERglobal, “La reforma del port vell, el lujo y lo que conlleva”, 3 de febrero de 2013; y “¿A quien sirve la sedicente ‘Plataforma defensem el Port Vell’?”, 27 de noviembre de 2012). Entre mentiras (la “privatización” de un espacio público), engaños (“los yates de lujo traerán la desgracia a la ciudad”), delirios (“la reforma de la MPV es el eje de una conspiración urbanística contra la Barceloneta”) y falacias diversas (“la maritimidad amenazada”, “el puerto atenta contra la ciudad”, etc.), la plataforma anti-puerto ha conseguido involucrar a algunos personajes respetables. Éstos, ya que las razones concretas contra la reforma del Port Vell resultan tan ridículas e insostenibles, meten al puerto en una confusión de temas genéricos sobre la ciudad: la deficiente relación con los ciudadanos; el descuido de la cultura; el control del puerto, o de una parte, por el Ayuntamiento de la ciudad; etc.
Lo cierto es que ese desagradable ruido, que atenta contra el sentido común, probablemente ha tenido alguna culpa de que el proyecto de reforma de la Marina Port Vell se haya quedado por debajo de las posibilidades que teníamos de contar con un gran puerto de recreo, capaz de competir en el entorno europeo. Una pena.