¿De dónde surge un poema? ¿De qué fuente, de qué idea? ¿Una emoción, tal vez? ¿Una imagen que conmueve, una información que estalla? Los escritores no suelen explicar cómo trabajan ni el móvil de su creación, pero hay algunas excepciones. Unos cuentan que parten de una imagen, que ven o imaginan, y de esa estampa extraen el relato o el poema. Otros construyen a partir de una idea leída o inducida por una conversación o una fotografía. Coinciden todos que la experiencia, los años vividos, sufridos y apresados en el conocimiento componen materiales imprescindibles. Hay excepciones, sin duda, autores muy jóvenes que hablan de la obscenidad de la vejez con un sentido profundo; o que versan sobre el mar sin haberlo fatigado. Es el caso de Carlos Hans, 16 años y una producción poética que asombra y admira.
No sé cuándo empezó todo esto.
¿Cómo debía ser el día?
¿Sería otoño o invierno?
Montaban los fusiles guardia sobre el cielo?
¿Y hacia dónde miraba el tridente de Poseidón?
No sé cuándo empezó ni cómo debía ser el día.
Sé que antes el mar erguía su diáfano pecho con orgullo
y ahora lo esconde porque le han salido unas manchas rojas.
También sé que las olas avanzaban al compás de peces y medusas
y hoy se arrastran apartando despojos de madera y carne.
Hay playas en las que llegan niños a hacer castillos con arena
y otras en las que se marchan junto a la desgracia sobre un bote.
Un día de estos nos quitan la custodia de este mar.
No nos lo merecemos.
En vez de haberle peinado sus tirabuzones de zafiro
le hemos enredado cuerpos temerosos que naufragan.
Y en vez de haber tendido puentes
hemos levantado cementerios bajo el agua.
Quizás un día termine anegado por tanta lágrima caída.
O a lo mejor el sufrimiento acabe secándole los labios.
Él que nos ha dado tanto y que tanto nos da.
Que abrió una ventana azul y un balcón en nuestras mentes
y que nos dio a cada uno un beso y una gota al nacer.
Él, que nos sacó de la vastedad de la tierra y el monte
para montarnos en un velero hacia donde el horizonte termina,
Que nos enseñó el acorde de la risa y el llanto
y que dibujó gaviotas sobre sus cabellos
para mostrarnos el vuelo de la libertad, retándonos a alcanzarla.
Quienes somos se lo debemos a él; lo que somos al hombre.
El mundo avanza y no podemos dejar a nadie por el camino,
así que venid, venid todos. Coged todo lo que tengáis.
Cuchillos, cuerdas, mantas, chalecos salvavidas,
abrazos, besos, casas, camas, brazos abiertos…
Si los de trajes y corbatas no quieren,
habrá que armarse de amor y hacerlo nosotros mismos.
Amando al mar que ama al hombre,
amando la tierra que ama al mar.
En NAUCHERglobal hemos hablado del espanto de esas personas que intentan cruzar el trozo de mar que les separa de lo que ellos creen el Edén, o al menos un lugar digno donde vivir. Las noticias siempre son la misma noticia: el horror, el horror que el marino Joseph Conrad halló cuando escribía The heart of darkness, el corazón de las tinieblas.El mismo horror y el mismo afán por comprender que asoma en los versos del poema transcrito. Un poema de Carlos Hans.