Ir a la guerra, navegar y casar no se ha de aconsejar (sabio refrán marinero)
Allá por el siglo XVII su majestad Carlos II, rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, mandó construir un barquito de 16 metros para salir a pasear por el Támesis. Todos los nobles corrieron a copiar la nueva moda, en una escena que recuerda aquellas otras de la película de Berlanga, La Escopeta Nacional; al poco tiempo se montaba, con el debido respeto, una regata en el río. No era esto práctica habitual: en aquellos recios tiempos solo se salía a la mar para comerciar, piratear, o ambas cosas a la vez.
En 1720 se monta un club naútico en Cork, Irlanda. En 1844 otro en New York, y en solo cuatro años ya andan picados. Es bien sabido que los gentlemen sportmen son muy competidores. De ahí nacerá la Copa América, que aún hoy se celebra. Ni era costumbre del común de los mortales ni estaban a su alcance semejantes extravagancias: estas locuras eran cosa de aquellos que subieron al Everest “porque estaba ahí”, o que al sentirse enfermos abandonaban la tienda de campaña para internarse en la ventisca, en medio de la Antártida, con la excusa de tomar el fresco, para dar una oportunidad a los compañeros.
Es por ello que la literatura sobre los exploradores, geógrafos, comerciantes y piratas (que, ya digo, muchas veces eran los mismos) resulta bastante amplia, pero muy escasa la que mira simplemente la parte humana de la mar. Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo, escribe en1539 la genial ¡La vida de la galera, déla dios a quien la quiera!, explicando qué bonito era viajar en aquellas naves. Inprescindible, corran a leerlo, pero no después de comer. El maestro Conrad, una excepción, nos habla no solo de la mar, sino también de las almas de los que eligieron vivir en ella. En Chaqueta Blanca, Melville nos pone en el día a día de la marina de guerra. Pero tenemos que esperar a finales del siglo XIX para que Joshua Slocum apañe un barquito medio podrido con sus propias manos y se lance a dar la vuelta al mundo, así para matar el rato, y encima lo escriba en un libro.
Hablemos hoy de un autor que establece un genero literario: el de los que se embarcan sin pensar en un objetivo, simplemente por el viaje en si. Un joven estudiante de Derecho de 19 años, en Harvar se contagia de sarampión lo que a su vez le provoca una grave oftalmia que le obliga a interrumpir su formación. Con buen sentido decide hacer un viaje por mar, pero con mucha menos sensatez se enrola de simple mozo en un bergantín que hace la ruta de Boston a San Francisco, cruzando el Cabo de Hornos. ¿Qué puede salir mal?

Richard Henry Dana Jr. despacha todo su pasado y todos sus sentimientos para dejar su cómoda vida en 58 palabras del primer párrafo. A partir de ahí subimos con él a bordo. El siguiente párrafo describe como un compañero le recibe y acompaña al espartano sollado. Mañana entra de guardia sin una queja, sin un comentario. Solo se permite una sonrisa ante su propio aspecto: la ropa poco llevada, que aún no se ajusta a su cuerpo parece un disfraz y le recuerda que aquí no es un estudiante de Harvard, sino un mero aprendiz. A partir de ahí, Two years before the mast, dos años al pie del mástil.
Todo ejecutivo sensato de Hollywood diría que es mal guión para una película. No cuenta una historia romántica, la búsqueda de un tesoro, bellas indígenas baliando para los exploradores. Eso sí, encontrara todo el escorbuto, la lucha contra la tempestad, el frio que pueden caber en dos años de la vida de un marinero, que no es poco. Me limito a citar a Herman Melville: But if you want the best idea of Cape Horn, get my friend Dana’s unmatchable Two Years Before the Mast. But you can read, and so you must have read it. His chapters describing Cape Horn must have been written with an icicle. Quien desee tener una idea del cabo de Hornos, debe comprar el incomparable ‘Dos años al pie del mástil’ de mi amigo Dana. Y leerlo, por supuesto. Sus descripciones del cabo de Hornos deben haberse escrito con un carámbano.
Podría destriparles el libro, pero no voy a hacerlo por un simple motivo: si por algúna extraña razón alguno de ustedes aún no lo hubiera leido, que sepa que mis palabras no irían a mejorar las de un marinero, que digo, un mozo que simplemente escribe su día a día. Un joven marinero ha tenido un viaje duro, y te lo cuenta. No juzga, todo lo que le pasa viene con la magra paga, y no es más que la rutina ahí fuera. Que más tengo que decirles a ustedes. El libro, publicado en primera edición en 1840, es tan realista que es apreciado como guia de California.
Quisiera, eso sí, hablar de la fascinante figura del autor. Recapitulamos: tiene que interrumpir sus estudos de abogado en la universidad más elitista de Estados Unidos por un problema en la vista y en vez de un agradable viaje turista por, digamos, la Riviera, se alista como simple marinero camino del cabo de Hornos. No soy un experto en cosas de la mar, pero no acaba de parecerme una gran idea, qué quiere que le diga. En 1836, dos años después, reemprende sus estudios de Derecho, ya recuperado, y se colegia en 1840, especializado en… Derecho marítimo. Al año siguiente publica The Seaman’s Friend, un compendio juridíco que se convertirá en referencia sobre los derechos y deberes de los trabajadores de la mar.
Dana no es un simple diletante, cordero con piel de lobo de mar que moja la pluma en el tintero que sostiene su mayordomo para escribir cuan importante es, cuan profunda ha sido su experiencia. Escribe el diario de un simple marinero y punto, pues eso es lo que es. No nos sorprende que en tierra no deje crecer la hierba bajo sus pies, reaccionando ante aquello que le parece injusto. En 1848 participa en la creación del partido abolicionista Free Soil Party y en el Comité de Vigilancia de Boston, que ayuda a esclavos fugitivos. ¿Les parece poco? A él sí: en 1853 defiende la patente del éter como anestésico de William T.G. Morton. En 1859, cuando los recién nacidos Estados Unidos comienzan a mirar con interés a la Cuba española, viaja a la isla y escribe To Cuba and Back, documentando sus costumbres.
Llegada la Guerra de Secesión, Dana sirve al Norte con su mejor arma: el derecho naval, argumentando la legalidad del bloqueo naval al Sur y el derecho de presa. No deja de aprovechar su tribuna de fiscal general del Estado de Massachussets para pedir que los esclavos tengan los mismos derechos que otros ciudadanos. Cansado al no conseguirlo deja la vida pública. No será hasta 1877 cuando su país vuelva a requerir su enorme talento jurídico sobre la mar en la Comisión Pesquera de Halifax, ahora para resolver derechos de pesca. Pretende dedicar su madurez a publicar un compendio de Derecho internacional, pero la muerte le alcanza en Roma a los 66 años.
La edición más común de Two Years Before the Mast es la revisada por su hijo en 1911. Se basa a su vez en la revisada por Dana en 1869, a partir de la primera edición de 1840. No se preocupe el lector: no le falta un gramo de energía, y el joven marinero sigue teniendo la palabra. El principal añadido de Richar Dana III es una semblanza de su padre que de forma muy breve les he resumido.

A mi dos cosas me fascinan especialmente sobre este libro. Primero, la humildad de sus descripciones. Por supuesto que como joven marinero está puerilmente contento al pasar el Ecuador o constatar que va consiguendo sus sea legs. Pero no se nos muestra orgulloso de si mismo como vencedor de la naturaleza, como conquistador que se siente superior. Observa mucho y juzga poco.
La segunda cosa es una palabra casi olvidada hoy en día, “nosotros”. Quizás alguno de ustedes haya leido las magníficas memorias de Winston Churchill,que creo recordar se llaman Como gané yo solito la guerra, o algo así. Equipo. Tripulación. Nosotros. Bonitas palabras, que en un mundo solipsista cada vez cuestan más de encontrar fuera del diccionario. Dana es parte de una tripulación. Claro que nos cuenta sus problemas y opiniones, pero nunca olvida que a bordo todos viven problemas y todos opinan. Todos.
Sería soberbia por mi parte empezar ahora a declamarles el paso del cabo de Hornos que relata el joven marinero. Los marinos que han ejercido este duro oficio pueden contar historias con la misma fuerza, pues es la misma mar. A mi lo que me fascina realmente de este autor es su humildad, su coherencia. Embarca como marinero y escribe como tal. Vuelto a tierra no olvida el plato donde comió, y emplea todas sus fuerzas en lo que cree justo, la defensa de marinero. ¿Solo los hombres de la mar? No, todos aquellos que sufren injusticias.
Que quieren que les diga, de estos hombres quedan pocos. Y saben ustedes, esa forma de ser me recuerda la de aquellos viejos capitanes que fueron sus maestros. Líderes serios, firmes, severos, que no se movían del puente hasta que el último mozo estaba en el bote de salvamento.