Dentro de su admirable programa de actividades culturales, cuyo objetivo es dinamizar la existencia del Museo Marítimo de Barcelona (MMB), para convertirlo en el referente de la cultura marítima de Cataluña y de España, se presentó el pasado martes, 16 de abril, el libro de Carlos Peña “Historias de barcos de la Compañía Trasatlántica Española”.
Antes de la intervención del autor, el representante del MMB, Enric Garcia, lanzó la propuesta de un proyecto histórico sobre la Compañía Trasatlántica cuyo epicentro sería el propio Museo. Ese proyecto histórico habría de rescatar y recopilar la dispersa documentación del entramado de empresas construido por Antonio López y López, primer marqués de Comillas, fundador en 1850 de Vapores Antonio López y Cía, empresa que en 1881, en Barcelona, se convirtió en la Compañía Trasatlántica Española (CT), palo de pajar sin duda del imperio económico del marqués; y conseguir cuantos testimonios orales sea posible de personas ligadas a la compañía. Ambicioso proyecto que enlaza con la obra del capitán de la marina mercante, de Santander, Carlos Peña.
La intervención de Carlos Peña mostró dos cualidades sobresalientes: una apreciable sencillez expositiva y un lenguaje claro y preciso. El libro que ha escrito hay que enmarcarlo en esa tradición de los marinos de recordar con nostalgia las venturosas navegaciones en que se vieron enrolados. En este caso, Peña, se ha esforzado por añadir unas pinceladas históricas de la CT, la gran compañía de navegación española en la segunda mitad del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, cuando llegó a contar con 42 buques de pasaje de gran porte, algunos de ellos de un lujo espectacular. Una empresa a la que Carlos Peña confesó que amaba y admiraba.
Como capitán de la Compañía Trasatlántica, Carlos Peña gozó de una trayectoria profesional impecable, ocupando durante una época cargos importantes en tierra (delegado de la compañía en Italia, por ejemplo), y regresando a la mar para vivir el final de los buques de pasaje (BEGOÑA, COVADONGA, SATRÚSTEGUI, MONTSERRAT), que hacían navegaciones oceánicas. Final que Carlos Peña califica de doloroso y lamentable, y sitúa en 1974. El tramo final de la CT, aún abierto puesto que la compañía está todavía en concurso de acreedores, resulta una historia de pícaros, de falsarios y hampones, con el INI, con Naviera del Odiel, con una empresa mexicana, ventas, reventas, compras y recompras hasta la derrota final. O sea, la historia habitual en este desgraciado país.
La gran Trasatlántica Española, la que va de 1850 a 1931, la que Carlos Peña observa con admiración, fue, según el autor, un sostén del Estado, capaz de transportar ingentes cantidades de soldados a Cuba y Filipinas durante las guerras que estos territorios libraron por su independencia y capaz de pagar deudas del Estado que éste no podía asumir.
¿Fue Antonio López un negrero, como admite la historia más rigurosa? Según Peña, no se ha probado que el marqués se dedicara al tráfico de esclavos. Por otra parte, añadió Peña, la esclavitud era legal en esos años. Tal vez de forma inconsciente el autor olvida que lo ilegal era el tráfico de esclavos y fue precisamente esa condición (la ilegalidad del tráfico), lo que propició los altísimos beneficios que obtuvo el naviero López transportando ilegalmente esclavos desde Cuba a Estados Unidos, la base de su fortuna, blanqueada en España con multitud de empresas y compras de latifundios.
Esperemos que persevere el ánimo del MMB y algún día podamos ver escrita la historia completa de la Compañía Trasatlántica Española, con sus glorias y sus miserias, sus luces y sus sombras.