Todos los marinos sabemos que una de las banderas del Código Internacional de Señales, la correspondiente a la letra Q, tiene el significado de que “Mi buque está sano y pido libre plática”. Con ella, los capitanes de los buques podían indicar a las autoridades de un puerto al que fuesen a recalar, que no había casos conocidos de enfermedades infecciosas a bordo y no suponía un riesgo a la salud pública general.
Las medidas de prevención de trasmisión de epidemias por vía marítima son muy antiguas. Se remontan a la llegada a Europa de la terrible peste negra de 1347. Por lo general, se considera la Edad Media como una época de cierta barbarie y oscurantismo, por la tendencia a compararla con los anteriores esplendores artísticos y culturales del Imperio Romano, pero lo cierto es que, a partir del siglo XIII, en Europa se entra en una etapa de prosperidad económica, incremento de la población e intensificación de los intercambios comerciales. Las grandes catedrales góticas erigidas en las principales ciudades del continente son testimonio vivo de dicho auge económico, aunque las condiciones de vida de la mayor parte de los habitantes no fuesen mucho más allá de la simple subsistencia.
Como indicábamos más arriba, en 1347 un barco mercante procedente de Crimea llega a Messina, puerto de una Sicilia entonces bajo el dominio de la dinastía de la Corona de Aragón, portador de una terrible enfermedad incurable nacida en el actual Uzbekistán: la peste negra. El vehículo trasmisor del virus —se especulará, mucho más tarde— parecen ser las pulgas de las ratas de barco que, a su vez, lo trasmiten a las ratas terrestres y, de ambos roedores, pasa a los humanos. De Messina, también por vía marítima, llega a Venecia, Génova, Barcelona, Valencia y Marsella, entre otros puertos. Se extiende por Italia, Francia, España y parte de Alemania, llegando al cabo de un par de años a Inglaterra y Escandinavia, causando la muerte de entre un cuarenta y el sesenta por ciento de la población europea, según los países.
Con la llegada de esta epidemia, nacen los primeros mecanismos de prevención, como la construcción de lazaretos, por ejemplo en Venecia o Milán, y la imposición de cuarentenas a los viajeros o marinos procedentes de zonas infectadas. Se estima que, por tierra, la enfermedad avanza sólo a una velocidad de entre dos y ocho kilómetros diarios; es, por tanto, la vía marítima la que propicia una extensión más rápida de la misma a todo el ámbito europeo.
A partir de este primer gran desastre sanitario, durante los siglos siguientes se mantiene la constante de la trasmisión de nuevas epidemias siempre por vía marítima. La peste reaparece periódicamente en Europa, hasta la gran epidemia de Londres de mediados del siglo XVII. A través de uno de los viajes de Cristóbal Colón, llegan al Nuevo Mundo enfermedades para los cuales los nativos no tenían defensas: la viruela en primer lugar, pero también el sarampión, el tifus y la difteria. Su propagación es rápida y letal en grado sumo. Se estima que la población del actual Perú estaba ya diezmada por la viruela mucho antes de que Pizarro pusiera el pie en el imperio inca. A su vez, según una teoría controvertida, los primeros exploradores y conquistadores hubiesen traído de América a Europa otra terrible enfermedad que se extiende de forma fulminante: la sífilis.
Mientras que la viruela y la sífilis causan estragos en Europa en el siglo XVIII y se abren lazaretos en diversos puertos españoles como Mahón o La Coruña, en la siguiente centuria otra epidemia llega a nuestro continente por vía marítima: el cólera. Enfermedad endémica en la India, pasó a China, Indias Orientales, Japón y Persia, y posteriormente de allí a Rusia. En Europa se introduce a través de Londres, por un barco procedente del Báltico ruso y de Inglaterra pasa a Francia, otros países europeos y Canadá. Los brotes en España, a donde entró por Vigo, son particularmente virulentos hasta fines de siglo, matando a más del siete por ciento de la población de nuestro país, unas ochocientas mil víctimas, con especial incidencia en ciudades de la costa mediterránea densamente pobladas.
LA LLAMADA ‘GRIPE ESPAÑOLA’
El caso paradigmático de trasmisión por vía marítima en el siglo XX es el de la mal llamada “gripe española” que afectó a casi todos los países y causó unos cincuenta millones de muertes. Según la teoría más plausible, se trató de una peste porcina que pasó del cerdo al ser humano en una granja de Kansas. La fatalidad histórica hizo que ello coincidiese con la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. El reclutamiento de un granjero infectado hizo que la gripe se difundiera en primer lugar en un campo de entrenamiento de tropas que luego serían embarcadas hacia Francia, llevando consigo la primera oleada de la enfermedad. Se extendió con rapidez por los campos de batalla, sin respetar líneas de frente, ya que no sólo los soldados aliados la contrajeron, sino que también causó estragos entre sus oponentes alemanes y austríacos.
Finalizada la guerra en noviembre de 1918, el regreso a casa de los soldados y una posible mutación del virus que le hizo más virulento, extendió la catástrofe a la población civil de los países beligerantes. En Estados Unidos, el foco principal fue el puerto de Filadelfia, donde se produjo una mortalidad enorme. De allí, pasó a los puertos de América del Sur. El regreso de soldados indios a través del puerto de Bombay, llevó la enfermedad al subcontinente y causó allí casi la mitad de la mortalidad mundial total.
Como es bien conocido, esta pandemia se conoce como “gripe española” por una circunstancia muy simple. España era un país neutral y su prensa no estaba sujeta a censura, por lo que pudo informar libremente de los primeros casos detectados en nuestro país, mientras que las autoridades francesas y británicas mantenían los suyos en secreto. Sólo una vez acabadas las hostilidades pudo el gran público de los países beligerantes empezar a atisbar la magnitud del problema.
Con el corazón encogido, en estos últimos dos meses hemos podido constatar la rapidez con que la actual pandemia del Covid-19 se ha extendido por todo el mundo. Lo que antes se trasmitía por vía marítima a través de años, o meses como mínimo, ahora puede infectar a millones de personas en todo el orbe en cuestión sólo de unas pocas semanas. Las causas son obvias: globalización, masificación en grandes ciudades, gran movilidad personal y transporte de pasajeros por vía aérea. La exhibición por los buques de la amarilla bandera Q del Código Internacional de Señales es ya una reminiscencia del pasado, de muy limitada eficacia hoy en día.