De playas abarrotadas y cruceristas en masa (2,5 millones en Barcelona) al particular recreo con botes de pedales, moto-náutica, surf, kate-surf, para-sailing, esquí náutico, paddle, piragua, kayak, fly-fish… Entre parque temático a grandioso “Salón Náutico” al aire libre.
La gente se ha puesto el mar por montera tras haberse familiarizado con el ambiente marino, hasta el extremo de que cada vez más se atreven a navegar a lo grande. Se han consolidado así los clústeres náuticos, con acopio de todo tipo de profesionales, dado que a las sociedades desarrolladas les sobra tiempo, dinero y medios para gozar del mar. Y más que grandes titulaciones, al modo de la mercante y la pesca de altura, a la náutica de recreo le vale con una formación ajustada a cada tipo de navegación. Cada vez menos. Las más de las veces la mínima para navegar por casa. Porque las nuevas tecnologías han simplificado el trabajo y el ocio en la mar y desde tierra se garantiza una seguridad marítima insospechada hace sólo tres décadas. Basta dar un repaso a las titulaciones aprobadas en el último medio siglo y al desarrollo de este sector marítimo. La reordenación de los estudios náuticos de 1965 refrendó los títulos aprobados en 1914. Mantuvo el de capitán de yate y convalidó como patrón de yate al patrón de embarcaciones de recreo, para quienes navegasen más allá de la franja del litoral sin las tarjetas profesionales de la marina mercante o de la náutico-pesquera.
Poca broma. Era una temeridad meterse a navegar por afición. Por entonces, el precedente de Salvamento Marítimo no era ni la modesta Cruz Roja del Mar. Esta última se creó en 1972, a raíz de varios desastres marítimos ante los cuales nada se pudo hacer ni cuando sucedieron a tiro de piedra de la costa; por ejemplo, 15 muertos al naufragar el pesquero LA ISLA muy cerca de la Torre de Hércules, en 1970. La seguridad marítima estaba en manos de la beneficencia, de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, surgida en 1888, lo más parecido a no contar con nada ni con nadie. Y los 3.500 titulados en navegación de recreo que había entones podrían haber presumido de intrépidos si no fuera porque la mayoría de ellos se contentaban con la vieja tónica de considerar su título y sus clubs de náutica como símbolos de prestigio y centros de exclusivas relaciones sociales. El yate, el velero, el título, el real club náutico o marítimo seguían siendo en España patrimonio de las grandes fortunas o al menos de los ricos con medios suficientes. A fin de cuentas, todavía mantenían el tono aristocrático con que habían surgido a principios del siglo XIX, dando fe de ello el Real Club Náutico de Barcelona (1902) o que la realeza los ostentase sin excepciones: GIRALDA (Alfonso XIII), SALTILLO, GIRALDILLA (don Juan), BRIBÓN, FORTUNA (Juan Carlos I). Felipe VI rompe la tradición, al menos hasta ahora. Aunque le aficione el mar, no se le puede relacionar con un velero propio ni con uno en concreto, quizá porque rompería su imagen de austeridad y de compromiso con la corona: “España sin Gobierno y yo regateando. No, gracias” (agosto, 2016). Tanto da. A estas alturas la náutica ya no necesita prestigiosos banderines de enganche. Tiene deriva propia.
Los superyates de gran lujo se apoderan de los mejores amarres, pero el mar se ha democratizado, es de la gente. De mil maneras, desde que las nuevas embarcaciones de fibra de vidrio o las balsas hinchables acabaron por popularizar la navegación, aparecieron los fuerabordas, los motores marinos muy fiables y los veleros con nuevos materiales que facilitan su manejo. El GPS y las cartas electrónicas, -a veces vale el móvil con ciertas aplicaciones-, los equipos radio-marítimos (VHF, walking, Gmdss) y el radar, la corredera, la sonda… están tan al alcance como las academias donde sacar los títulos y certificados para embarcarse con todas de la ley.
Navegar resulta ahora la mar de fácil. De adolescentes a jubilados, vale con tener estudios primarios y el cursillo del PER (patrón de embarcaciones de recreo). Luego ese mismo gusanillo quizás aboque a un plus ultra, porque parece no conocer el miedo quienes caen fascinados por la belleza del mar o por los innumerables recursos recreativos que ofrece este incomparable espacio natural.
El resultado en cifras de España palidece ante Francia e Italia, que junto a muchos otros países van millas por delante en el mar de ocio, turismo, deporte, aventura, pesca, submarinismo… Aun así, 8.000 kms. de costas, un favorecido clima y un país atractivo (setenta millones de turistas), dan para mucho. Grosso modo, 370 instalaciones deportivas, 140.000 amarres, 4.000 clubes de deporte federados (incluido de pesca), 160.000 embarcaciones de recreo y 220.000 personas con licencia para navegar… son, a pesar de que se puedan discutir los números arriba o debajo, un reflejo bastante fiel de este sector que lleva creciendo de promedio un 5% anual en el último cuarto de siglo. Con infraestructuras (marinas, puertos deportivos) y empresas náuticas (300, en Barcelona) ya montadas, el sector está preparado para explotar su potencial tras superar la crisis iniciada en 2008.
Hay recorrido, también pecuniarios, pues a pesar de sus deslumbrantes cifras la náutica contribuye directamente poco al PIB. No es un negocio tan redondo. Sus precios, ajustados; las contribuciones, altas. Así que la mayoría de las empresas son pymes, los beneficios y sueldos tan bajos como estacionales y las titulaciones preferidas son las exigidas para darse una tranquila vuelta por el litoral, solo o acompañado, y volver a comer o cenar a casa o en el chiringuito. O, a modo de pasarela acuática, para navegar el frente marítimo en paralelo a quien recorre el paseo marítimo. Para eso, más que muchos y alambicados conocimientos, se necesitaba una formación básica y, sobre todo, sentirse seguro en el mar si viniesen mal dadas.
No es casualidad que la náutica popular despegase en 1990 al aprobarse el título de Patrón de Embarcaciones Recreativas (PER) y la Autorización Federativa (“Titulín”). Y esto fue posible después de que la Guardia Civil (Servicio Marítimo-Semar, 1986) empezara a controlar e inspeccionar y el Plan Nacional de Salvamento (1989), estrenase un modelo de seguridad (Sasemar, 1993), sobre bases diametralmente distintas al voluntarismo y la precariedad de medios de la Cruz Roja del Mar. Así sí, en condiciones. Pudieron salir a navegar más gente, más lejos y con embarcaciones más grandes. Se entró en una dinámica en que las marinas surgían como hongos por el litoral conforme el exceso de botes desbordaba la disponibilidad de amarres en las ya existentes. Y aparte de más toneladas de cemento en puerto, y más tonelajes de registro bruto navegando, para la náutica de recreo acabaron siendo determinantes las nuevas tecnologías y los requerimientos SCTW (IMO) exigidos también a las titulaciones no profesionales y a los tripulantes de barcos con menos de 24 metros de eslora.
La disponibilidad de tener información meteorológica marítima en tiempo real y detallada ha impulsado la seguridad; y los cursos de formación básica, supervivencia, contraincendios, primeros auxilios, gmdss… han acercado la náutica de recreo a la categoría del profesional, y la profesional de rango bajo a las titulaciones deportivas superiores. Un caso paradigmático es pasar de PER a PPER. De aficionado a profesional sin estudios de grado medio ni licenciaturas. Más horas lectivas y de prácticas, y algunos cursillos más. Los exámenes siguen siendo tipo test. Y ya está, para escándalo del fantasmal COMME y de las asociaciones de marinos. Lo ven como intrusismo, sin percatarse que hoy un PPER bien formado ofrece las mismas garantías en sus funciones que tiempo atrás un piloto mercante o un patrón de altura. Cuenta con más medios e información para navegar y, al estar a menos de 60 millas, con el apoyo de las torres de control (VTS) y Sasemar.
El certificado de PPER constata el mar de la gente, donde una formación profesional, similar en nivel de estudios al de auxiliar de enfermería, es suficiente para pilotar embarcaciones con pasaje. Para llevar a buen puerto a unos excursionistas o realizar una salida turística a la isla de enfrente no hace falta un licenciado en ciencias náuticas ni un patrón de altura. Por lo mismo, este último ha cogido algunas atribuciones de los pilotos mercantes. O a la inversa, un título superior permite ejercer en las escalas inferiores de la náutica, o sólo con algunos requerimientos extras, como sucede a los capitanes de yate para trabajar con las atribuciones de PPER.
Toda una revolución en los títulos y competencias que la Unión Europea intenta estandarizar (proyecto Trecvet); el ISM la acomoda en el régimen de cotizaciones Retamar; la Asociación Nacional de Empresas Náuticas (ANEN) la propicia para reforzarse; y el gobierno la encaja como puede porque, a falta de un ministerio de Marina, la náutica de recreo sigue donde están los barcos más enormes, en Fomento.
Y por la parte baja de las titulaciones, el PER puede ya gobernar barcos de 15 metros de eslora y, si hace 24 horas de prácticas adicionales, incluso barcos de 24 metros de eslora (lo que se considera un superyate), y poder cruzar de la Península a las Baleares por muchas millas que sean, siempre que haga buen tiempo. Por la misma ley de 2014, el patrón de navegación básica se hace cargo de botes de 8 metros y sale hasta cinco millas de la costa o zona de abrigo; el ex “titulín” (Licencia de Navegación) se responsabiliza de botes de 6 metros; y la exención de cualquier título alcanza a las esloras de cinco metros. ¡Quién da más! Es la conquista del mar por parte de la gente. La mar de todos.