Tal vez exista una explicación social, cultural, histórica y política que desvele las razones de la elección por el asalto a la fortaleza por vía pacífica o por la vía armada de los piratas. Por supuesto, unos y otros son deudores de mafias, bandas y jefes sin ideología y sin escrúpulos, que no dudan en sangrar hasta la muerte a los parias que se les ponen a tiro.
En la película “Capitán Phillips” hay una escena terrorífica que muestra con cegadora claridad la esencia del problema: un mísero bote salvavidas con cuatro desharrapados malnutridos, se ven rodeados por un portahelicópteros y un navío de la armada estadounidense, buques enormes, con ojos electrónicos y oídos electrónicos por doquier, con gente perfectamente uniformada y alimentada, armados hasta los dientes con máquinas de matar de última generación, un despliegue fastuoso contra unos pobres desgraciados que, armados con viejos kalasnikovs, sólo pretenden una parte de las migajas que caen de la mesa del poderoso.
¿Demagogia? En absoluto. En la historia de esta infamia no hay políticos dedicados a adular al auditorio, sea éste el que sea, ni gobernantes dispuestos a excitar sin miramientos las pasiones irracionales del animal humano. Los piratas buscan en el mar el alimento que no tienen en tierra; los emigrantes ilegales –con perdón- se embarcan para matar la desesperanza que padecen en sus lugares de origen. Frente a ellos desplegamos la ostentosa Operación Atalanta, los muros hirientes y los hombres de Halliburton mezclados con los SEALs. No es justo ni eficaz, me temo, al menos a medio y largo plazo.