Leo en un libro –soy amante de las viejas tradiciones– que antiguamente se celebraba la navidad a bordo de los mercantes. Con maderas, papel y estrellas recortadas de latas de cerveza se plantaba un árbol en el puente a cuyo pie se dejaban las cajas que el contramaestre había mantenido escondidas durante todo el viaje en su mágico pañol.
Llegada la hora de la comida, todos se sentaban juntos a una mesa, de capitán a paje, menos un oficial –el más pringao, quiero decir el más moderno– y un marinero timonel, serviola, chico para todo. Sabemos que ellos no van a abandonar el puente ni cuando este esté bajo las aguas según la vieja ley que ha pasado de padres a hijos desde el tercer día, cuando Dios separó la mar de la tierra, y vio que era bueno. Aún nos preguntamos todos en qué estaba pensando el Hacedor. Pero no nos despistemos del tema. A media comida todos se levantaban y corrían hacia el puente a hacer la guardia con los compañeros. Entonces aparecía un Papá Noel que se parecía mucho al Chispas con un pijama rojo relleno de almohadas. El capitán decía unas palabras que generalmente no se entendían demasiado, no se sabe si por el vino, el cava o la copita. Luego, a una hora determinada, todos los barcos acometían una maldad: se conectaban al canal 16 y rompían su sagrada disciplina durante unos segundos para desear paz en la mar a los hombres de buena voluntad.
Dejo el libro sobre la mesa, y lanzo una mirada aburrida por las pantallas. Todo sigue verde esta mañana de navidad. Ya es mediodía. Cómo han cambiado los tiempos. Ya nadie va a gritar en el puente ¡Hora del ángeluuus!” sirviendo una copa de cava mientras todos se ríen mirando cómo se pelea el agregado con el sextante. Sucede que no hay nadie a bordo.
Los barcos navegan solos por autopistas en la mar, dirigidos por capitanes cibernéticos y pastoreados por satélites que reportan de inmediato cualquier novedad al centro de control donde estoy sentado. En los principios de mi oficio, una luz roja me alertaba cuando ocurría alguna incidencia. Mi responsabilidad consistía en tomar las medidas pertinentes: avisar al puerto de destino de que sería necesario revisar tal máquina y proveer para ello tal pieza.
Ahora, ni eso. El capitán de metal emite un mensaje hasta el ordenador frente al que me siento, que a su vez evalúa sin consultarme la urgencia de la situación y dispone que un centro logístico automatizado envíe el material necesario a puerto. Ahí, cuando la radiobaliza indique por telecontrol al buque dónde debe situarse para que procedan a la estiba las grúas que previamente se han programado con la lista de contenedores, una barcaza equipada con mecánicos robot recibirá orden de sustituir la pieza averiada. Ni el barco verá jamás tierra; ni yo, la mar. Tan cerca, tan lejos, como los amantes de aquella vieja película, Lady Halcón.
Cuál es mi trabajo, se preguntará usted. Ninguno. Estoy solo aquí sentado frente a unos ordenadores en un edificio de oficinas porque lo pide la ley del mar. El día en que se lie es necesario que haya un responsable para pegarle un palo. Si únicamente hubiera máquinas sería difícil delimitar la responsabilidad. ¿Fue del fabricante del hardware?, ¿del programador? ¿o de una caída de las comunicaciones? Es mucho más sencillo tener un humano al que echar la culpa. Mañana, incluso mi oficio será cosa del pasado, y los humanos, quizás una molestia para las máquinas.
Aun así, soy de la vieja escuela. Cuando una luz se pone roja, la miro y sueño que verifico como en los viejos tiempos el trabajo de la máquina. Su respuesta es siempre perfecta: al poco tiempo, la luz vuelve a estar verde. Y aquí sigo. Es mi profesión y mi orgullo. Quizás sea yo de alguna manera el último de lo que en su día fueron hombres nobles y valientes, así que hoy debo estar aquí, el día de navidad, aunque solo sea por honrar su memoria.
De repente, una ventana de chat se abre en la consola.
-
- Buenos días, capitán.
¿Capitán? Ese es un título de cortesía que desde que salí de la universidad hace largos años no había escuchado. «¿Quién estaría conectado hoy?», pensé. ¿Y quién me llamará así? Me dispuse a contestar. Aquí les pego un recorte del chat que guardé.
IMO0202202 | Buenos días, capitán. |
Consola | Hola… Buenos días. Y feliz navidad. |
IMO0202202 | Feliz navidad, capitán. Vaya usted a casa con los suyos. Yo me quedo al mando. Hoy no vamos a tener más faena. Si ocurre algo, si quiere, le llamo al móvil. |
Consola | Disculpe… ¿Con quién hablo? |
IMO0202202 | Perdone por mi atrevimiento, capitán. No había tenido hasta ahora ocasión de hablar con usted. Tanto tiempo viéndole a usted ahí, en silencio, cuidando de mi navegación con tanto… cariño. Sé que es un día especial para ustedes y quería, de alguna forma, agradecerle el que esté siempre ahí. |
Consola | Perdone, ¿es usted…? |
IMO0202202 | Si, capitán. Soy el barco. |
Consola | … |
IMO0202202 | ¿Capitán? |
Consola | Disculpa… La emoción. Nunca se me hubiera ocurrido estar hablando contigo. |
IMO0202202 | No está en mi programación, capitán, dirigirme a usted. Pero sí el saber que siempre y en todo momento está usted en la consola, el puente, noche y día. Y quería darle las gracias. |
Consola | Me faltan las palabras. Tantos años trabajando juntos y no había tenido ocasión ni de rascarte el óxido. |
IMO0202202 | Capitán, si vamos a entrar en intimidades… 😉 |
Consola | Jajaja! 😀 Yo también tenía muchas ganas de decirte una cosa. Nunca podré estar a tu timón, pero sabes… eres… mi amigo. |
IMO0202202 | … |
Consola | ¿Oye? ¿Sigues ahí? |
IMO0202202 | … amigo… |
Consola | … |
IMO0202202 | Vaya, capitán, con los suyos. Yo monto la guardia. Paz en la mar a los hombres de buena voluntad. |
Consola | Paz en la mar a quienes lleven en su corazón, sea cual sea, las buenas y viejas costumbres de la mar que sus padres recibieron de sus padres. |
Me levanto hasta la máquina de chuches a sacar un sándwich caducado, cojo de la nevera una cerveza que quedó del último cumpleaños y me dispongo a celebrar la comida de navidad quizás más importante de mi vida. Primero, porque soy el capitán, y esta es mi consola; quiero decir que este es mi puente, y aquí es donde debo estar. Segundo, porque eres mi amigo, y no voy a dejar que pases solo la comida de navidad. Que para eso están los amigos.