Entre los marinos existe una generalizada admiración por quienes han tenido el valor de lanzarse a organizar y dirigir un negocio tan complejo como el naviero. A los marinos nos gusta leer y tenemos tiempo entre las guardias para satisfacer el gusto. Emilio Banova, jefe de máquinas, contaba que había visto en algún barco varios de los libros de Jesús Valdaliso, excelente historiador marítimo, del que recordaba por lo mucho que aprendió, el dedicado a la saga de naviera Aznar. Y había hablado muchas veces con los compañeros a bordo de las novelas de O’Brian, de Alexander Kent y de Pérez Reverte.
Como en todas las profesiones, oficios y sectores económicos, entre los navieros conviven personas creativas, solidarias y respetuosas con la ley y personas logreras, que buscan el beneficio caiga quien caiga, habituados a cortar la ley por donde les conviene. También entre los maquinistas, mi gremio, hay buenos, mejores y algunos que están por reciclar o en vías de desarrollo.

Por las cámaras de los barcos suelen circular variadas anécdotas, cogidas de aquí y de allá, por unos u otros, que cuentan lances, algunos jocosos, otros infames, de quienes gestionan, dirigen o simplemente mandan los destinos de las naves. Empresarios que compiten entre ellos y contra los navieros del mundo entero, pues el negocio ya nació globalizado. Lo que tal armador vasco, amante de la Rioja, le contestó al subsecretario más eficiente de cuantos han ocupado el despacho principal de Ruiz de Alarcón número 1: Leopoldo Boado Endeiza; o lo que se le ocurrió a tal otro, traficante afincado en Madrid más que naviero, para convencer a Vicente Rodríguez Guerra, primer director general de Marina Mercante o como se llamara entonces la Subsecretaria degradada a Dirección General al inicio de la Transición, para que le avalara un gran negocio… En fin, historias y cuentos que servían para amenizar las partidas de naipes o las reuniones entre guardias.
De la necedad de los Burgos, navieros de ocasión, se contaba la ocurrencia de comprar un quimiquero pret-a-porter en China, que lógicamente no servía para los eventuales tráficos a realizar, en vez de encargar un buque a medida y con especificaciones precisas. Y se comentaba la correría por Argentina con un barco muy baqueteado, el ALCUDIA, bajo la marca de Naviera Albatros, de donde salieron escaldados pues se les tiró encima la prensa, que les despellejaba por llevar allí un barco viejo y defectuoso que no podría navegar en Europa; es decir un comportamiento típicamente colonialista. Además, añadía algún enterado, tuvieron problemas con el Banco de Argentina por manejos cambiarios irregulares. A todo eso siempre mencionaba alguien la ruindad (aquí se solían añadir epítetos que no podemos reproducir) a la hora de pagar a sus empleados, algunos se habían pasado meses sin cobrar y al final habían tenido que denunciar, aunque con poco éxito pues los Rodolfo y Rodolfo José Burgos tenían la habilidad de las anguilas para desaparecer del radar de la Administración de Justicia, un radar muy deficiente, dicho sea de paso.

Victoriano Sayalero, el taurino, ganadero y apoderado, era otra cosa. En un encuentro de navieros al que asistió el ministro Borrell, Sayalero, dueño de la naviera Isnasa, le cogió por el brazo y se lo llevó hasta su Mercedes aparcado a pocos metros, abrió el capó trasero y le mostró una bolsa o una caja (las versiones diferían en este detalle) llena de billetes de mil y cinco mil pesetas. Ante la cara de estupefacción del ministro, también experto en cuestiones fiscales, Sayalero le explicó: Siempre lo llevo conmigo. Por si acaso.
También contaban como don Victoriano fue a la DGMM a solicitar una línea de navegación y para conseguirla simuló una grave enfermedad en vivo y en directo, dejándose caer en una escalera entre gemidos y aspavientos, como si fuera un futbolista suplicando que le pitaran el penalti. Se repuso cuando entendió que no era necesaria la actuación, que la línea se la darían encantados.
En las grandes navieras, se hablaba con preferencia de determinados directivos. En Trasmediterránea era frecuente que el nombre de José Luis Miguélez saliera a colación. Miguélez, jefe de personal, tenía detractores, faltaría más, pero la mayoría de los comentarios eran loas a sus desvelos por atender las peticiones que le hacían los capitanes y tripulantes para ir a tal línea o a tal barco concreto. Yo hablé con él un par de veces. No me embarcó de primer maquinista ni en el barco que solicité, pero llegué a la conclusión de que era un tipo estupendo, de bigotes imponentes, culto, comprensivo y con mucho talento.
NOTA DEL EDITOR. La foto de portada, el buque BAHIA DE CADIZ, de Isleña de Navegación, SA, fue realizada por Manuel Moreno Martínez y facilitada por su hijo, Carlos Moreno.