Pocos, muy pocos, salvo si se cuenta mejor, de otro modo, porque entonces sí éramos la mar de gente a tenor de que en Barcelona este colectivo va a menos en sus tres ramas tradicionales, nunca se reúne como tal ni siquiera para celebrar su patrona la Virgen del Carmen y este acto estaba concitado por los más advenedizos, quienes encima ocupan el rango bajo en el escalafón de patrones profesionales. Porque a pesar de su largo y rimbombante nombre, la Asociación Nacional de Patrones Profesionales Embarcaciones de Recreo (ANPPER) cuenta apenas con 200 asociados de un colectivo que no llega a los 2.000 en activo y ni siquiera tienen título profesional. Empezaron a navegar en 2011 avalados sólo por un certificado (R.D. 973/2009). Tienen, por tanto, atribuciones modestas. Pueden pilotar embarcaciones de hasta 24 metros de eslora, en travesías hasta 60 millas del puerto más próximo y con un máximo de 12 pasajeros. Con un bagaje tan reciente y poco relumbrón, algún acierto habrá tenido esta asociación para que, por segundo año consecutivo, convoque con éxito al conjunto de la gente de mar y a sus instituciones a una ceremonia religiosa, seguida de un acto festivo en la Lonja de Pescado.
Habría sido todo muy extraño si no fuese porque este nuevo colectivo ha retomado la antigua costumbre que tenían las asociaciones de la marina mercante de celebrar una misa anual en memoria de los marinos muertos en el mar. La costumbre debió perderse conforme fueron a menos tanto la marina mercante como el número de fallecidos en naufragios y demás desgracias marítimas. Hoy parece increíble que cuando empecé a navegar, en 1973, del 8 de enero al 14 de febrero perdieran la vida 54 marinos españoles en desastres y accidentes laborales a bordo. Ese año se saldó con 203 muertos, el anterior “sólo” con 132. Por entonces, éramos muchos y había mucho y por muchos que rezar. Hoy es otro mundo. El anterior se vino abajo en número de tripulantes y de barcos mercantes y de pesca. Está en mínimos. Pero todavía queda por qué preocuparse y lamentarse. La gente de mar, en especial los pescadores, sigue siendo el colectivo con mayor siniestralidad laboral. De hecho, en la misa se recordó en especial a los dos marineros ahogados en el naufragio de EL FAIRELLel pasado 20 de marzo, a los que habría que sumar, en el entorno próximo, otro pescador muerto tiempo atrás en accidente mientras faenaba. Tres fallecidos son, comparativamente, muchos para un colectivo que en Cataluña rondará los 2.000 pescadores, 260 de ellos en Barcelona.
El peligro inherente al mar fue el eslabón para que el presidente de ANPPER hiciera una “convocatoria no protocolaria” al conjunto de los marinos. A modo de explicación. Esta asociación participa en la náutica de ocio, la de mayor pujanza entre los marinos españoles, y como tal ha tomado el testigo de recordar a quienes mueren en el mar, con la salvedad de los inmigrantes que se embarcan a la desesperada planteando problemas de otro tenor. Es un aviso a los navegantes que más de la mitad de las intervenciones de Salvamento Marítimo la acapare la náutica de recreo/ocio, y la tendencia es que siga aumentado.
La ceremonia religiosa dio pie a que después el variopinto grupo de marinos estrecháramos lazos con unas tapas en la lonja de la Cofradía de Pescadores, en el Muelle del Reloj. Cambio de escenario. Es lo que tiene el mar. De calma a temporal; de lo divino a lo mundano. Se pasó de la agraciada iglesia barroca, proyectada en 1717 para la guarnición de 3.000 soldados que tendría la Ciudadela, a la desangelada lonja de pescado que espera la piqueta para levantar otra, esta vez abierta al sector lúdico y turístico al igual que sucede con otras actividades tradicionales del mar.
El escenario de las subastas de pescado sirvió para contraponer la creciente náutica de ocio con la bajamar de la marina de pesca. Allí mismo. José Mª Bertrán, presidente de ANPPER, y José Manuel Juárez, patrón mayor de la Cofradía de Pescadores, comentaron o expusieron la situación de sus respectivos colectivos. Mientras los PPER van a más esperando que la UE normalice sus certificados y competencias a los que tienen sus afortunados homónimos en varios países europeos; el sector de la pesca en Barcelona sobrevive a pesar de perder tripulantes y barcos (la mitad en tres décadas). Dos colectivos navegando entre lo nuevo y lo tradicional. La ANPPER aboga por una mayor liberalización de la náutica de ocio, asumiendo competencias antes más propias de los marinos mercantes y de los patrones de altura. Y las cofradías se amarran a un modelo que en buena parte es anterior a la revolución industrial: sin sueldos fijos, con ganancias tan azarosas como sus vidas que se sobrellevan gracias a los solidarios lazos de los pescadores. Y entre reivindicaciones y lamentos, entre conversaciones y tapas, el grupo musical “Pirats pel mar”, con logotipo de calavera y tibias cruzadas, amenizaba la reunión con habaneras. Su nombre ponía un punto de ironía por cuanto, en el mar, la leyenda y los doblones de a ocho se los llevan sobre todo quienes incumplen la ley y el orden. Cada cual, a su manera, siquiera al menudeo. Los patrones de embarcaciones de recreo aprovechándose, hasta el 2010, del vacío legal de dicha profesión; y los pescadores ajustando las normas a sus intereses si quieren sobrevivir en un mar con más leyes que peces. Gracias que no expusieron también sus problemas y agravios el resto de las marinas presentes. No había tiempo para más, y la informal fiesta prosiguió hasta acabar con la famosa habanera “El meu avi”.
Dejé la Lonja con la imagen del patrón mayor de la Cofradía congeniando con el presidente de ANPPER a pesar de ser marinos contrapuestos. El del sector primario vivía del mar pescando; el otro, del sector terciario, gracias a los múltiples recursos intangibles del mar relacionados con el tiempo libre.
Esta contraposición entre la náutica de ocio y la de los pescadores era evidente justo al lado de la Lonja. Incluso resultaba brutal bajo los ojos enormes del Faro del Port Vell que desde 1772 otean los cuatro puntos cardinales, hasta 1904 arrojando luz y luego dando la hora. Por primera vez vi todo el Muelle de Pescadores ocupado por superyates, de gran escora y gran lujo. El viernes bastaban con cuatro, uno de ellos el Hermitage, para encerrar en el Port Vell el glamur que son capaces de exhibir en Barcelona quienes se benefician del mar sin pescar ni trasportar mercancías. Una empalizada hecha de cilindros de acero partía todo a lo largo dicho muelle. Delimitaba dos marinas, la de ocio a costa de la pesquera, pues le ha arrebatado parte de la zona de privilegio que el corporativismo franquista le había garantizado en 1945 al refundarse la Cofradía. Ha sido un zarpazo más de la náutica de ocio sobre las demás, pues los barcos mercantes y sus tripulaciones hace tres décadas que fueron echados del Port Vell y de la dársena Nacional hacía la desembocadura del Llobregat. Ahora les toca apartarse a los pescadores. Ceden incluso el muelle que lleva su nombre a las ociosas y acaudaladas formas de explotar el mar, a las que lejos de estar subvencionadas, dan dinero. Su gran valor lo confirma la empalizada de acero, una obra de carácter defensivo e intimidatorio para dejar fuera a quienes amenacen la exclusividad y la seguridad que requiere el dinero. Es lo que tiene la riqueza de verdad, de lo contrario sería de medio pelo. Lo mismo pasa con sus zonas residenciales que a modo de guetos de lujo tienen en tierra. Pero resquemores aparte, hay miles de marinos que viven de este sector, son tripulantes que, con otro aspecto y cometidos que los tradicionales, atracan incluso en lo mejor del puerto, pegados al corazón de Barcelona. Desde capitanes de yate y patrones profesionales a subalternos que se pasan el día sacando lustre al lujo. Aunque no encajen en la imagen clásica, son marinos a todos los efectos. Trabajan en la náutica del ocio. La misma que, además de los ostentosos yates, engloba un sinfín de actividades populares, desde los grandes cruceros que abarrotan su terminal de pasajeros al deporte de vela… y a los chárteres.
La entrada en escena de ANPPER confirma el auge de este sector, antes reservado a unos pocos, y hoy patrimonio de tan amplias capas de la población que el puerto de Barcelona, sumando también a los de la mercante y pesca, quizás nunca contó con tantos marinos. Asunto distinto es que la mayoría no sean españoles, no salgan a tierra o si lo hacen no sean lo ostensibles que siempre fueron las gentes de mar. Pero haberlos, haylos, en ese mar de la gente conquistado en masa por quienes ya se no contentan con sol y playa.