La Capitanía Marítima de Gijón envió un equipo de inspección a reconocer el estado del buque y decidió, de acuerdo con los propietarios del buque, la sociedad de clasificación (NKK, Nippon Kaiji Kyokai), los prácticos y los aseguradores, realizar una reparación de emergencia que permitiera vaciar los tanques inundados, meter el buque en puerto y descargarlo (la mayor parte de la carga no iba destinada a Gijón, sino a Hamburgo), para despacharlo hacia un puerto con astilleros de reparación disponibles y capaces de acoger un mastodonte de 289 metros de eslora, 45 de manga y 177.536 toneladas de peso muerto.
En un exitosa maniobra, con dos prácticos y cinco remolcadores, el buque herido fue introducido en puerto. No hubo daños personales ni se produjo contaminación alguna. Como declaró el capitán marítimo de Gijón, Ignacio Fernández Fidalgo, decidimos “meter el barco en el puerto, asumiendo un riesgo importante que se podía y debía asumir”.
La CIAIM (Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes Marítimos) está investigando las causas y la gestión del siniestro. Sobre las primeras, destaca la pregunta de si el buque se encontraba fondeado en una sonda suficientemente segura para evitar lo que sucedió; si se permitió el fondeo en esa zona; y si también garrearon las anclas. De la gestión de accidente caben pocas dudas. Hubo acierto pleno en las grandes decisiones que tomaron las autoridades marítimas: dar refugio al buque y descargarlo para no repetir la amarga experiencia del CASTILLO DE SALAS… Ni la desgracia del PRESTIGE.