La CIAIM sustituyó en el año 2009 a la vieja Comisión Permanente de Investigación de Accidentes Marítimos, un órgano interno de la Dirección General de Marina Mercante que carecía de uno de los elementos fundamentales de una comisión de investigación creíble y eficaz: la independencia del órgano administrativo responsable de la seguridad marítima. Su creación, impulsada por la entonces vicepresidenta del Gobierno de Rodríguez Zapatero, Teresa Fernández de la Vega, fue bien recibida tanto en plano interno como internacional.
En su corta historia, la CIAIM no ha investigado ningún incidente, aún cuando su presidente, Eduardo Cruz, insistiera en una conferencia en Bilbao –causando el pasmo de los asistentes- que ahí residía la diferencia esencial entre la vieja y la nueva comisión de investigación: que la nueva añadía (y se supone que se ocupaba de) los incidentes marítimos. Incidentes no, pero sin embargo la CIAIM ha considerado pertinente emplear sus medios en la ¿investigación? del atropello de un bañista por una embarcación de poco más de 5 metros de eslora.
¿Con qué criterio, si alguno, decidió la CIAIM ocuparse de un accidente del que, lógicamente, ninguna enseñanza podía obtenerse, obviando otros muchos accidentes e incidentes cuyo interés para los objetivos de la CIAIM no admiten comparación con el del bañista arrollado por una lancha de 5,6 metros de eslora?
La lectura del informe de esa ¿investigación? deja al lector sumido en la perplejidad. Si descontamos una curiosa curva de maniobra, de fundamento más que discutible, el resto del informe es una mera descripción de hechos y lugares, copiar y pegar. Y las conclusiones y recomendaciones con que acaba el sedicente informe agravan la perplejidad del lector hasta el límite de la irritación.
El informe concluye que la embarcación iba muy rápida y no vió al bañista, una conclusión que parece sacada de cualquier atestado de Tráfico ante un accidente en carretera o en ciudad.
Las recomendaciones que siguen a las conclusiones no tienen desperdicio. Cierto es que las recomendaciones de los informes de la CIAIM suelen adolecer de una obviedad excesiva, pero éste lo borda: que el patrón/conductor no corra y esté más atento; y al Ayuntamiento de Vigo, que vigile más y que ponga más multas.
La CIAIM ha gozado de unos años de silencio y placidez, un tiempo en el que ha agravado su ineficacia y que ha servido para enquistar en su seno a determinados individuos con escasa competencia, capacidad más que dudosa y nula representatividad.
No hace falta insistir en la necesidad de la crítica como factor de progreso. La degradación de la CIAIM constituye un claro ejemplo. En el silencio sólo medran los mediocres; el silencio alimenta la corrupción. Es hora de regenerar a fondo el órgano español de investigación de siniestros marítimos.
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