Ediciones Boloña, en la órbita de la Oficina del Historiador de la Ciudad de la Habana, publicó a finales de 2018 un interesante libro sobre el tráfico de esclavos: “Pedro Blanco el negrero. Mito, realidad y espacios”, escrito por la historiadora María del Carmen Barcia Zequeira. La Oficina del Historiador es un organismo público, creado por la iniciativa de un académico que supo convencer al castrismo gobernante en Cuba desde 1959 de la necesidad de acometer la restauración de una ciudad que se cae a pedazos, arruinada y deshecha por lo que el castrismo sigue llamando “la revolución”. La Oficina del Historiador ha disfrutado de la tolerancia del régimen para recabar fondos de empresas e instituciones de países capitalistas, de modo que su labor está siendo muy provechosa, aunque sólo afecta por el momento a La Habana Vieja.
El trabajo de Barcia Zequeira parte del famoso libro de Lino Novás Calvo “Pedro Blanco el negrero”, publicado en 1933, cuando el autor residía en Madrid como corresponsal de la prensa cubana. Lino Novás había nacido en la aldea coruñesa de Grañas do Sor en 1903. Con 16 o 17 años, según la investigadora norteamericana Lorraine Elena Roses, que pudo entrevistar a la familia, emigró a La Habana, donde, tras practicar diversos oficios (cortador de caña, camarero, dependiente, taxista…) se hizo poeta, periodista y escritor. Hoy está considerado como miembro eminente de la literatura cubana, autor de una sola novela -la del negrero Pedro Blanco-, escritor de numerosos poemas, cuentos y artículos periodísticos, y traductor de las obras de Hemingway, Graves y Faulkner, entre otros.
Novás Calvo luchó en la guerra civil española como corresponsal y oficial de enlace de las tropas comandadas por Valentín González, El Campesino. A pesar de ello fue acusado por un mediocre y envidioso personaje, Carmona Menclares, de haber atacado por escrito a los mineros sublevados en 1934, una imputación que implicaba su fusilamiento inmediato. Manclares lanzó su acusación ante más de tres mil participantes en el II Congreso de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (Madrid-Valencia, 1937). Novás fue detenido, aunque finalmente se libró porque nadie pudo aportar una sola prueba de su supuesto delito. Acabada la guerra se exilió en París, desde donde pudo regresar a Cuba con el apoyo de algunos escritores cubanos.
La amarga experiencia de 1934 debió condicionar su postura ante la llegada al poder de Castro y sus secuaces en 1959. En cuanto pudo, en agosto de 1960, pidió asilo político en la Embajada de Colombia en La Habana y salió de Cuba junto con su esposa Herminia del Portal (1909-2003), poeta y periodista, y su hija Himilce (1944), para afincarse en Estados Unidos, donde murió en 1983. Está enterrado en el cementerio de Syracuse, al norte de Nueva York, en cuya universidad ejerció de profesor de Literatura Hispanoamericana de 1967 hasta 1973.
Aunque Lino Novás Calvo ha sido objeto de algunos trabajos biográficos por parte de escritores americanos, tal vez la mejor descripción del personaje se la debamos a él mismo. Esto escribió a la muerte de Hemingway, a quien había tratado de cerca:
Lo que le llamaba la atención [a Hemingway] era que ni mi tono conjugaba con lo que sabía de mí: que -como él- había sido corresponsal de guerra, que -como él- había escrito cuentos de lucha y muerte, que -como él- había estado en el lugar de los hechos. Esto no rimaba con la persona que tenía delante. No podía haber mayor contraste: él era grande y fuerte; yo, pequeño y endeble; su voz era recia y dura; la mía, débil y blanda; él era brusco y altanero; yo, cauteloso y humilde. Otra paradoja: Hemingway se parecía a su obra; yo no me parecía a la mía.
PEDRO BLANCO, EL NEGRERO
La célebre novela, una biografía novelada, está basada en un personaje real, Pedro Blanco Fernández de Trava, nacido en Málaga hacia 1795/1800 y construido con una ingente documentación histórica, de modo que el lector no advertido cree al leerla que se halla ante la biografía real del negrero. Y de hecho así es. Aunque Novás se permite alguna licencia para llenar las lagunas de la vida del personaje, todas verídicas aunque se pueda dudar de su veracidad, la novela reconstruye con precisión y gran belleza literaria el mundo de la trata de esclavos africanos (también se les llamaba bozales, carbones y bultos), desde las costas del África occidental hasta el Caribe. Al final de la obra, el autor añade una cronología del comercio y el transporte de esclavos hacia los países americanos y una relación de “obras especialmente útiles para el estudio de la trata y la esclavitud de los negros».
Sobre el libro de Lino Novás construye su obra la historiadora María del Carmen Barcia. En dos sentidos. Por una parte, recompone la biografía de Pedro Blanco, añadiendo a la novela datos, fechas y acontecimientos hasta ahora desconocidos; y por otra parte, profundizando en la historia de la trata cubana entre los años 1820 y 1860. Para ello, se ha sumergido en archivos y centros de documentación hasta ahora muy poco utilizados, y en una extensa bibliografía que le ha permitido armar un listado muy completo de negreros, factores y comerciantes de esclavos asentados en Cuba. Es posible -al menos no se puede descartar- que en el futuro todavía sepamos algún extremo más sobre la trata hacia Cuba en la primera mitad del siglo XIX. Pero nadie puede albergar duda alguna de que las personas que no están en las listas de Barcia no han ejercido ningún oficio ni han tenido relación con la lacra del comercio negrero cuando el tráfico de esclavos (no la esclavitud) había sido prohibido por todos los países entre 1815 y 1820.
Y en el exhaustivo registro de negreros y socios necesarios de la trata no aparece ni rastro de Antonio López y López (Comillas, 1817-Barcelona, 1883), fundador en La Habana de diversos negocios y una compañía naviera, transformada en 1881, en Barcelona, en la Compañía Trasatlántica Española. Si somos intelectualmente decentes, es imposible afirmar que el empresario Antonio López fue un negrero, pues de haber tenido algún vínculo con el tráfico su nombre, ya conocido por sus éxitos económicos, habría aparecido en los numerosos documentos que ha analizado Maria del Carmen Barcia.
EL NAVIERO ANTONIO LÓPEZ
Cuando el Ayuntamiento de Barcelona y su alcaldesa, la señora Colau, tacharon al emprendedor Antonio López de negrero y borraron su nombre del nomenclátor y derribaron la estatua que la ciudad le había erigido en 1884, estaban mintiendo. Pura saña ideológica, basada en prejuicios e ignorancia a partes iguales, combinada con el postureo populista. Difamaron a una persona que llegó a amasar una gran fortuna merced a su talento y a su cultura de trabajo, pues procedía de una humilde familia de Comillas, Santander. Deshonraron a un personaje a quien debemos las obras de Jacinto Verdaguer y la arquitectura de Antonio Gaudí, a uno de los pocos empresarios españoles que supo levantar una naviera comparable a los grandes armadores de Inglaterra. Justo es reconocer que la vileza cometida contra Antonio López no es exclusiva de la señora Colau. De forma incomprensible, no pocos historiadores e intelectuales dan por buena la falsedad histórica y hablan alegremente del “negrero Antonio López”. Entre ellos destaca uno de los asesores de Colau, un tal Ricard Vinyes, un botarate que utiliza la cacareada Memoria Histórica para satisfacer sus frustraciones.
En su momento, cuando derribaron el monumento al fundador de la Compañía Trasatlántica situado frente al edificio de Correos, al final de la Vía Layetana de Barcelona, un colaborador de NAUCHERglobal, Eugenio Ruiz Martínez, magnífico periodista, escribió sucesivos artículos con datos y fechas que probaban que Antonio López y López no habría podido dedicarse a la trata. El buque que mandó construir en Boston, el GENERAL ARMERO, primer vapor español con hélice, jamás se dedicó al tráfico de esclavos. Por sus características no habría podido aún en el supuesto de que quisiera. Las pruebas aportadas por Ruiz Martínez son corroboradas ahora por la historiadora cubana Barcia Zequeira.

Monumento a Antonio López en Barcelona
Dejémoslo claro: quienes acusan a Antonio López de negrero no han aportado nunca prueba alguna, ni siquiera indiciaria, salvo el panfleto que publicó en 1885 su cuñado Francisco Bru, despechado por atribuir a López el que su padre le hubiera desheredado en favor de su hermana, Luisa Bru, casada con el naviero en Barcelona, en 1848. Y ocultando que el tal Francisco Bru ya había escrito un texto difamatorio y envidioso sobre su cuñado en 1857 bajo el título “Fortunas improvisadas”, 14 páginas repletas de resentimiento, pero en las que no aparecía la acusación de negrero. Fue en 1885, en un momento de condena social unánime del comercio de esclavos, cuando el cuñado, oportunista, se acuerda de que la fortuna de López se basó en la trata. Naturalmente, sin citar fechas, documentos y nombres que pudieran demostrar algo. Y de ese texto infame, y de conjeturas impropias de personas con algo de inteligencia (“como hizo la fortuna en los años en que entraron en Cuba miles de esclavos…”), y de mucho “al parecer”, “todo parece indicar”, etc. sale la leyenda de Antonio López el negrero, una leyenda que desde principios del siglo XX han comprado la mayoría de los chatarreros intelectuales y dinamiteros sociales que en España han sido.
Es posible que el comerciante inscrito en Santiago de Cuba en febrero de 1848 haya participado en el transporte de esclavos entre puertos cubanos, una actividad plenamente legal que no se puede confundir con la actividad de quienes sacaban negros de África y los vendían como esclavos en América. Y nada extraño tendría que hubiera dispuesto de servidores esclavos en sus tierras y propiedades. Pocos empresarios, si alguno, en la Cuba de la primera mitad del siglo XIX, no mantuvieron contactos con el comercio y el trabajo esclavo. Era una parte esencial de la economía cubana. Pero, insisto, Antonio López y López nunca se dedicó a la trata porque, aún en el supuesto de que hubiera querido, nunca pudo hacerlo. No tenía los medios, ni el nombre, ni los contactos imprescindibles para entrar en un negocio muy provechoso, monopolizado por determinadas familias (una de ellas, por cierto, con el patriarca ejerciendo de concejal del Ayuntamiento de Barcelona), que en ningún caso hubieran dejado entrar a un sencillo comerciante que no era marino ni había estado nunca en África.
El Ayuntamiento que preside Ada Colau alardea de demócrata, participativo y social. Es decir, alardea de honradez y dignidad. Ahora tiene una buena oportunidad de demostrarlo. Reconozca el error, señora Colau, admita que las fuentes que utilizó han quedado desacreditadas por investigaciones posteriores. Y restituya a Antonio López en su pedestal. Ese sería de verdad un acto de coraje.
La imagen de portada corresponde a la pintura «Barco negrero» del pintor cubano Manuel Merdive (Museo de Bellas Artes de La Habana)
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