En la situación actual es imposible obviar que cualquier acontecimiento anómalo producido en el lugar más remoto, bien de forma natural o por política o intereses económicos, tendrá consecuencias en el resto del mundo y por lo tanto afectará a la sociedad global. Ello se debe a factores muy diversos y complejos, entre los cuales cabe destacar por su gran relevancia el grado de dependencia de la energía, de materias primas y de tecnología que la mayoría de las naciones tienen respecto a unos pocos. El desequilibrio entre unos y otros confiere un enorme poder a estos últimos para imponer sus reglas sobre los demás, obligados a aplicar la política económica que conviene a los paises hegemónicos, aunque ello, como sucede casi siempre, perjudique a los ciudadanos que somos peatones de la Historia. Nadie les ha consultado ni han participado en las decisiones ni en su mayoría saben por qué cada día viven peor. Lo vemos ahora con la guerra en Ucrania; lo vimos antes con la embarrancada del portacontenedores EVER GIVEN en el canal de Suez; lo sufrimos durante la pandemia del Covid-19 (por cierto, ¿se sabe ya donde surgió, o ya no interesa saberlo?); y lo vemos incluso en lo que aparenta ser una política favorable: el ansia descarbonizadora que exhiben los grandes organismos internacionales, particularmente los marítimos. Todo se presenta a los ciudadanos como causa, trampantojo en realidad, de sus propblemas y miserias.
La subida de los precios del combustible, la carestía de la vida y la contracción del consumo.
Desde principios de año los precios de los combustibles subieron aproximadamente un 23% como consecuencia de las oscilaciones del crudo. Este incremento añade más encarecimiento e incertidumbre a las cadenas mundiales de suministro, y todo apunta que seguirá así durante meses. Sostengo que estos precios del crudo llegaron para no marcharse o para permanecer en segmentos oscilatorios muy próximos a lo valores actuales. Hay que darse cuenta que estamos hablando de un alza de casi el 120% con respecto a la misma fecha del año 2021.
La razón de este aumento estaría basada principalmente en dos circunstancias internacionales: el tablero geopolítico en el que están jugando las naciones más poderosas del planeta, la guerra en Ucrania como muestra; y en la imposición de la OMI/IMO para reducir las emisiones contaminantes de los buques a fin de llegar al 2050 con una completa descarbonización en el tráfico marítimo, una medida con un coste muy alto sobre las cadenas logísticas, que al final se traduce en un aumento de precios y una disminución del consumo. El resultado está a la vista: mayor pobreza y aumento del número de personas que en el mundo tienen dificultades para vivir con lo mínimo necesario.
Estrangulamiento de los tráficos marítimos
En estos momentos tenemos dos puntos sensibles que están provocando un estrangulamiento del tráfico marítimo a nivel mundial: la guerra en Ucrania y el atasco de los buques portacontenedores en el puerto de Sanghai debido a la limitación de movimientos decretada por la autoridades chinas para combatir la pandemia.

El conflicto en Ucrania, un asunto puramente geopolítico, con el que Rusia pretende dominar los puertos del mar de Azov y del mar Negro ante el temor de que Ucrania forme parte de la UE y de la OTAN, lo sufren en primer lugar los ucranianos, pero a continuación la sufrimos los europeos por la dependencia de las importaciones de energía y materias primas. ¿Cuándo acabará la guerra? Se lanzan muchas conjeturas, pero ni una sola certeza. No se sabe nunca cuando ni cómo acaban los conflictos bélicos.
La guerra en Ucrania provocó que los Gobiernos occidentales promulgasen un bloqueo económico a Rusia, incluyendo sus importaciones y exportaciones. En consecuencia se retrae el tráfico marítimo mundial y aumenta el coste del petróleo, ya que Rusia es el tercer país exportador de crudo tras Estados y Unidos y Arabia Saudita. Sin embargo, a pesar del bloqueo, el petróleo ruso sigue fluyendo por mercados no convencionales, los cuales compran bajo y venden caro, repercutiendo en la economía de los ciudadanos, especialmente de los paises con mayor grado de dependencia energética. La sociedad, siempre la gran perdedora: pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos, cierre de empresas ante el elevado coste de la energía, aumento del paro y de la precariedad laboral, que en algunos casos comienza a ser alarmante.
La pandemia y las restricciones de movilidad decretadas por el Gobierno chino han dado lugar a un atasco en las mercancías que circulan por carretera hacia el puerto Shangai, hasta tal punto, que en la actualidad hay aproximadamente unos 500 buques portacontenedores esperando atraque en ese puerto. Y, lo dramático de esta situación es que cuando se empiece a descongestionar el puerto, se producirá otro cuello de botella en las terminales y puertos de recepción de las mercancías, con las consiguientes demoras y las perturbaciones industriales que de ello se derivan. Resultado: cierres de empresas, paro e inflación, pues el ciudadano de a pie habrá de pagar mucho más caros los productos y servicios que hasta ahora disfrutaba.
Otra situación que habrá de tenerse en cuenta en un futuro no muy lejano es el control de los estrechos, los llamados choke point, que afectan de pleno a las políticas de los países poderosos. Por los estrechos y canales del planeta pasa prácticamente el 80% de las mercancías sólidas y a granel, así como los buques portacontenedores. Quien controle alguno de estos choke points dominará buena parte de la economia mundial. España tiene uno de ellos en el mar Mediterráneo, el estrecho de Gibraltar, actualmente muy amenazado por un lado por Gran Bretaña, instalada en Gibraltar, y por otro lado por la presión ejercida por Marruecos sobre las ciudades de Ceuta y Melilla. Ciudades de gran valor estratégico que los Gobiernos españoles parecen haber olvidado.
Algunas conclusiones
Europa y por lo tanto España deberían sacar conclusiones de lo que nos está sucediendo. En la actualidad, no somos dueños de nuestro destino, la dependencia de actores externos que juegan a sus intereses particulares es muy amplia. Si queremos disminuir el endeudamiento, la precariedad laboral, el paro y el incremento de la pobreza deberemos implantar, entre otras, políticas tendentes a reducir la dependencia energética y crear las infraestructuras necesarias para producir la mayoría de nuestros propios bienes de consumo. De lo contrario, estaremos abocados a depender de los intereses económicos de grupos de presión muy poderosos, para acabar convirtiéndonos en una sociedad subsidiaria y fácilmente manejable. Para evitarlo se necesitará una Unión Europea unida y con unos objetivos comunes perfectamente definidos: la autonomía energética y la producción propia de alimentos, bienes y materias primas (hasta donde sea posible).
España tiene en sus costas bolsas de gas y petróleo para más de tres generaciones, aparte de las energías solar y eólica, saltos hidráulicos y, como no, la energía nuclear que queramos aprovechar a través de pequeños reactores, más seguros y menos costosos que las grandes centrales nucleares. De no explorar estas posibilidades acabaremos siendo una isla energética en manos del mejor postor.