El Museo Marítimo de Rotterdam alberga el único modelo conocido de un barco medieval.
Se dice que procede de una ermita de la costa catalana situada cerca de Mataró.
Desde 1929 es objeto de estudio y se llegó a la conclusión de que representa una coca mediterránea de 1450. Más recientemente, el carbono-14 ha dado un periodo de unos 20 años centrado en 1470.
En ese periodo de la Historia, genoveses, venecianos y catalanes mantenían rutas marítimas que se extendían desde el Levante mediterráneo hasta Inglaterra y Flandes.
Un artista llamado Joan Rexach pintaba dos barcos muy parecidos a la Coca de Mataró en un retablo dedicado a Santa Úrsula. (Más tarde, Botticelli pintaría un barco más evolucionado en su obra “El Juicio de Paris”). Pieter Brueghel el Viejo pintaba un cuadro titulado “El triunfo de la Muerte” porque la peste negra del siglo XIV iba, venía y sus rebrotes se prolongarían durante siglos.
En Barcelona un terremoto causaba el derrumbamiento de la fachada de Santa María del Mar cuando estaba casi terminada.
En Cataluña la economía se resentía por las incesantes guerras en que participó Alfonso el Magnánimo, a las que en 1462 siguió una guerra civil dentro del Reino de Aragón y Cataluña.
En la Península, la convivencia pacífica de las tres culturas era cosa del pasado.
Las rutas marítimas se veían amenazadas por el avance otomano y el auge de la piratería en el Mediterráneo. En 1453 Constantinopla cae en poder de los turcos. En el Canal de la Mancha también hubo piratería.
Bien, pues, en ese contexto, un artesano anónimo construía un modelo de barco a escala que siglos más tarde, alcanzaría gran notoriedad.
Todos los artículos y ensayos que he leído sobre la Coca de Mataró coinciden en que a pesar de su acabado tosco, se adivina el trabajo de una mano hábil y experta. Se quedan cortos.
En 1979, la Hoja del Mar, del Instituto Social de la Marina, publicó un magnífico artículo sobre modelismo naval de D. Xabier Pastor Quijada, dedicado exclusivamente a la ‘Coca’. Me impresionó de tal manera que tomé la determinación de construirme mi propia copia de la Coca a escala mitad de la original (45cm. LOA). Compré los planos en el Museo Marítimo de Barcelona y … me olvidé del tema.

Tras la jubilación, recuperé mi viejo proyecto y en poco tiempo, conseguí un esqueleto formado por la quilla, roda, codaste y diecisiete cuadernas. Cada cuaderna está formada por una varenga central y dos estemenaras simétricas.
Tras colocar durmientes y baos, el modelo quedó listo para el principal desafío: la tablazón del forro. Para esta tarea, lo recomendable es encargar a alguien que posea una sierra circular que nos corte todos los “tablones” a escala, a partir de una pieza de madera en bruto, por ejemplo, un viejo cajón o un palet.
Los tablones son rectos pero el casco de los barcos suele ser curvo. El procedimiento habitual de los modelistas para doblar las tablillas consiste en tenerlas en remojo y después doblarlas aplicando calor por el lado que se debe contraer. Finalmente, se las deja secar sujetándolas sobre una superficie curva (puede servir un cacharro de cocina). De esta forma, se consiguen unas tracas que, con algo de fuerza, son fáciles de adaptar a la curvatura del casco de un modelo (me resisto a decir maqueta).
Sin embargo, para la Coca, ese sistema no resultaba.
Me encontraba ante un casco endiabladamente curvo donde debía fijar tablillas y listones de dos y seis milímetros de grosor que en principio eran rectos.
Me tomé un descanso de varios años y el “esqueleto” fue acumulando polvo.
Tras muchas pruebas fallidas, no tuve más remedio que emplear el mismo sistema que los astilleros: cocer los “tablones” al vapor (en mi caso con una olla a presión) y mientras estuvieran blandos, clavarlos directamente a las cuadernas.
Comencé por fijar los cuatro cintones que dividen el casco en cuatro zonas por ambas bandas.
Después, fui rellenando cada zona con tracas de doce milímetros de ancho por dos de espesor.

Obviamente, hubo que rellenar algunos espacios con tracas discontinuas, acabadas en punta por ambos extremos.
Ahora bien, en el modelo original cada zona entre cintones está cubierta por una sola traca muy amplia, lo cual significa que el artífice ¡cortaba la pieza en su medida y forma exacta antes de doblarla y adaptarla a la forma del casco!
Exámenes recientes del modelo original han hallado trazas de estopa (calafateado) y brea.
Caben pocas dudas de que su autor era un profesional cualificado de la construcción naval.
Resuelto el problema de cubrir el casco, es fácil imaginar el rompecabezas que supone construir un castillo de proa que se sustenta sobre piezas falciformes por ambas bandas y una superficie curva de tablas en tingladillo por popa.
El castillo está rematado por balaustradas que forman un prisma triangular, ¿sencillo?, pues no exactamente, porque el prisma no es recto, sino que está ligeramente inclinado hacia proa.
De todos modos, probando, rectificando y con la ayuda de modernos pegamentos y otras trampas conseguí terminar el casco y superestructuras.
Para el aparejo me guié por los planos del Museo Marítimo de Barcelona y por el retablo de Joan Rexach.
Hay un detalle que he omitido y es que en el original, los candeleros de todas las balaustradas y de la cofa tienen unas ranuras verticales que servirían para colocar cuarteles y formar parapetos defensivos.
Para la cabullería, me he servido de hilo de sisal y de una ropemaking machine que me he fabricado a base de bricolaje.
Terminé mi coca en 2020 durante el confinamiento y lo celebré con una botella de cava.