El libro “El marqués de Comillas, su limosnero y su tío” se sostiene cada vez menos conforme Pancho desgrana su versión del caso Verdaguer: los jesuitas, el desfalco de los fondos para limosnas, la ingenuidad del sacerdote poeta, el asunto del escote de la bella marquesa, el uso cristiano de la riqueza de los Comillas, las relaciones de amistad del limosnero Verdaguer con una madre y su hija (Deseada y Amparo, las Durán)… Pancho Bru se mete en todos esos charcos aparecidos en la prensa y también en el suyo propio al interrelacionarlo con la trama del dinero recibido por él bajo cuerda.
Donde no entra en absoluto es en las prácticas exorcistas de Verdaguer a pesar de que esto fue lo decisivo para ser defenestrado por los Comillas. Toda Barcelona lo sabía, pero Pancho lo ignora intencionadamente para así centrar el Caso Verdaguer en asuntos de dinero, que es lo que le interesaba a él para unir su desgracia a la suya sin más componentes que una trama económica. Obviar el Verdaguer de los demonios, con sus exorcismos en el Palacio Moja y sus posesos de la Casa de Oración, es una prueba irrefutable más de que Pancho no merece ninguna credibilidad. Tampoco se refiere explícitamente a su ruinoso negocio «Arte Moderno» que le amargó las relaciones con Verdaguer y los Comillas.
La verdad es subsidiaria a sus objetivos. Y lo hace sin reparos, tanto en su último libro como en los otros dos. El caso es que él miente y calla con intención y, a su vez, quienes recurren a sus textos para acusar a López, los leen callando luego lo que les interesa. Doble falta, cuando la investigación exige doble comprobación. El bodrio resultante es una manipulación en apariencia cierta para quienes, estando en sus propios asuntos, confían en la profesionalidad de sus políticos e intelectuales.
Por fortuna este libro es una rica veta para conocer mejor a Francisco Bru y poner a prueba su credibilidad. Evito al lector analizar las disquisiciones sobre lo que él considera un buen sacerdote para respaldar la labor eclesiástica de Verdaguer en el palacio Moja. Carecen de valor y le sobran acusaciones contra el obispo de Vic, contra los jesuitas y, por supuesto, contra los Comillas. Más atención merece el oscuro enredo en el que se vio envuelto cuando dos mujeres desconocidas, aunque relacionadas con su hermana Luisa y Jacinto Verdaguer, le hicieron visitas reservadas para anunciarle que recibiría de los Comillas 45.000 pesetas para salvar su negocio a cambio de llegar a términos con ellos.
Pancho Bru dice sentirse chantajeado por esta oferta. Sin embargo, acepta el trueque de miles de pesetas con una de las desconocidas a cambio de que no lo dé a conocer a Verdaguer cuando éste, en nombre de Claudio López, le visite para entregarle esas 45.000 pesetas y días después darle otras 55.000 pesetas. La visita de Verdaguer a su casa, el apretón de manos de ambos, las sumas de dinero entregadas, la ayuda familiar de 1.250 pesetas mensuales, la salvación de su empresa… suenan a delirios de F. Bru, aunque quizá tengan un trasfondo de verdad aún por dilucidar. Es una movida respaldada con numerosos destalles, al contrario que las acusaciones de negrero a Antonio López.
Aprovechando las relaciones industriales que había adquirido y los útiles, maquinarias y existencias contenidas en mis talleres del Paseo de Gracia, monté en la calle Diputación mi actual fábrica de placas fotográficas, que es la primera y única en España por no decir su honra, y en la cual tengo enterrados todo mi dinero y todas mis esperanzas.

Meses después de que se las prometiese tan felices, estalló el caso Verdaguer al ser expulsado del Palacio Moja. La noticia le entristeció por lo que suponía para “mi excelente amigo el Padre Verdaguer.” Arrogarse la amistad de éste debería ser considerado un oportunismo de Pancho Bru, al igual que la relación que hace entre el caso Verdaguer y el final del apoyo que recibía él de los Comillas.
El Padre Verdaguer y yo somos seres vivos y reales, y lo son también las señoras fascinadoras de rúbrica, madre e hija, las mismas que en medio de un misterio que no me explicaba hasta ahora, me proporcionaron no sé cómo ni por qué género de artes diabólicas, el dinero que me hacía falta para salir a flote con mi porvenir y mi crédito, cobrándose una hermosa comisión por sus supuestos trabajos.
Esta comisión hace referencia, siempre según él, al dinero entregado por Francisco Bru a una de las dos señoras, que le visitaron al principio, a cambio de no decir nada a Verdaguer sobre la trastienda de esas ayudas. ¡Vamos!, que Pancho Bru fabula una conjura contra Jacinto Verdaguer relacionada con las 100.000 pesetas recibidas por él de los Comillas a través del limosnero y de unas “misteriosas desconocidas”. Soy incapaz de sacar nada claro ni creíble de este relato rocambolesco si encima Pancho, lejos de probar nada, considera que ya ha esclarecido todo lo sucedido, incluso cuando en su relato tan pronto culpabiliza a uno que otro: Claudio, obispos, jesuitas, señoras…:
Paréceme excusado insistir en que, realmente y según se desprende de la fidelísima relación de hechos que precede, la desgracia del Padre Verdaguer y la mía reconocen una misma y única causa (…) La causa es la inopinada injerencia de aquellas dos mujeres en nuestros asuntos de familia.
El alegato final de Francisco Bru es que su sobrino Claudio Bru le retiró injustamente las ayudas sin darle explicaciones porque le cree culpable de lo sucedido con su limosnero Jacinto Verdaguer:
El delito de que [los Comillas] me habrán hecho reo, pues, consiste en haberme concertado con mi hábil desconocida y su hija para que asediaran sin descanso al pobre cura y pusieran a contribución todos los innumerables recursos de que disponen a fuer de mujeres de alta escuela para apoderarse de su corazón y de su alma hasta el punto de anular su voluntad, enmohecer sus sentimientos y convertirle en un simple servidor automático de todos sus caprichos; todo con el exclusivo fin de ir arrancándole [a Verdaguer] y repartiéndonos el dinero de los pobres.
Francisco Bru sólo se confiesa culpable de haber gastado en su vida el dinero a la ligera y con genialidades en los negocios, pero asegura que no es capaz de participar en el timo de quedarse las limosnas que gestionaba Verdaguer, ya que ello supondría: “ingratitud sin igual, imprudencia sin límites, alevosía incomparable; dureza de alma nunca vista (…) y miserable codicia del dinero de los otros y propósito de apoderarme de él sin reparar en medios.”
En su particular “En defensa propia”, Francisco Bru se lamenta de que su sobrino Claudio López le crea capaz de cometer tal delito:
Podré haber cometido mil calaveradas, habré podido gastar el dinero irreflexivamente, ya sea por el poco apego que le tuve siempre, ora porque ¡necio de mí! supusiera que, al fin y al cabo, no había de faltarme jamás la protección de los míos (…) pero miente a sabiendas con toda la boca y toda el alma quien diga que soy capaz del infame y repugnante timo que alguien debe haberme atribuido.

También admite las ayudas recibidas de su hermana Luisa y de su tío Claudio y que, aunque tuvo conflictos graves con ellos, como el que le llevó a la cárcel “por sacar antiguas historias familiares”, todo se había superado años antes de que el marqués le retirara los apoyos.
Lo que sigue son unas hojas de descargo para demostrar su inocencia y culpar directamente al segundo marqués de Comillas de las desgracias suyas y de Verdaguer. El caso es ligar su infortunio al de Verdaguer y culpar el de ambos, en último término, a su sobrino Claudio, aunque la causa final de las desventuras de ambos ha sido “la irrupción en nuestro camino de las dos misteriosas mujeres.”
Vivía yo al amparo y bajo protección de la casa López; mi familia comenzaba a ser bien recibida por mi hermana y mi sobrino, aproximándose sin duda el día en que, desaparecidos por completo los odios y rencores anteriores, se realizara quizás aquella ansiada reconciliación que debía proporcionarme nuevos veneros de cariño. De improviso (…) [Verdaguer] es expulsado de la casa [Comillas]; y de improviso también veo (…) convertido mi hogar próspero y tranquilo en un infierno de lágrimas y miserias.
Luego vuelve a divagar sobre los motivos de la conjura para acabar responsabilizando a la casa Comillas por su pérdida de ayudas económicas y la caída en desgracia de Verdaguer. Y, como en su obra de 1885, termina con una “Advertencia al lector” para asegurar, esta vez, que se va a dedicar a ser un escritor público, dando a luz varios opúsculos y folletos que llamarán la atención; que el Padre Verdaguer morirá en un manicomio estando cuerdo y él, “en un presidio en África si me atrevo a ponerme en boca a mi sobrino, aunque sea para quemarle incienso”.
Nada más se supo de él. Lástima porque, mentiras y venganzas, aparte, su estilo novelesco y sus golpes de ingenio son apreciables, de agradecer incluso.