Francisco Bru Lassús publicó 500 páginas de texto en el total de sus tres libros contra los Comillas: “Fortunas improvisadas”, 1857; “La verdadera vida de Antonio López y López”, 1885; y “El Marqués de Comillas, su Limosnero y su Tío”, 1995. De ellas, Pancho Bru sólo dedica tres páginas a acusar de negrero a su cuñado Antonio López. Un novelista mediocre habría escrito idénticos tópicos para perfilar a un protagonista dedicado a la trata, pues el negrero que describe Pacho Bru se ajusta a la perfección al más tosco prototipo que los lectores tienen sobre los traficantes de esclavos. Evita, naturalmente, personalizarlo con testimonios, fechas, nombres, lugares. El suyo es un negrero tan despojado de atributos y pruebas que resulta sospechoso por estereotipado, de cartón piedra. Podría llamarse López o tener cualquier otro apellido. Es una invención de Francisco Bru para denigrar a Antonio López, a quien acusaba de haber hurtado la fortuna familiar creada por su padre, Francisco Bru Puñet, aprovechando que en 1885 la trata ya era considerada un delito inasumible, capaz de desprestigiar al más encumbrado. Pancho ni se informó, ni tampoco se documentó al estilo de Pío Baroja (“Los Pilotos de altura”, 1929), o Lino Novás (“Pedro Blanco, el negrero”, 1932), para dar un mínimo de verosimilitud a su, digamos, relato breve El negrero López, incluido en el libro “La verdadera vida de Antonio López”.
El López negrero es tan de cliché, tan tópico, que resulta difícil rebatir las acusaciones del autor. Este es el problema. Si Pancho aportase testimonios, pruebas, documentos… nos daría la posibilidad de contrastarlos con la realidad. Pero, no. Juega con la ventaja de quien lanza la piedra y esconde la mano. Él vivía en Barcelona cuando, presuntamente, su cuñado se dedicó a la trata; y estando en Cuba, hacia 1862, no recabó información de primera mano, con nombres, hechos y detalles constatables con los que poder acusar a López de negrero. Normal que Pancho Bru fuese encarcelado por injurias tras publicar su libro repleto de infamias, sin pruebas. Lo anormal es que todavía alguien siga creyendo hoy la disparatada acusación, utilizándola como pretexto o socapa para que el Ayuntamiento de Barcelona retirara la estatua del marqués de Comillas. ¡Ay, cuanto mal produce la ignorancia!
La acusación arranca a mitad de un largo párrafo que narra, según Pancho Bru, la malhadada fe ciega que tenía su padre en su yerno Antonio López, de quien era socio de su casa comercial en Santiago de Cuba. Y de sopetón, ni punto y aparte, Francisco Bru interrumpe ese hilo argumental para arremeter contra su cuñado:

¿Quiere saberse ahora el comercio que el insigne D. Antonio López hacía? Traficaba con carne humana; sí, lectores míos. Era comerciante negrero. Compraba en Santiago de Cuba negros a bajo precio, y los enviaba a La Habana y a otros puntos de la Isla, donde los vendía con más o menos ganancias, pero siempre con una ganancia muy alta, porque como la trata estaba prohibida y castigada, había falta de brazos y los negros eran muy buscados. López se entendía con los capitanes negreros, y a la llegada de los buques, compraba todo el cargamento, o la mayor parte de él…
Pancho Bru delata que López era traficante de esclavos, pero en vez de aportar alguna evidencia, o indicios al menos, vuelca obviedades: comprar barato y vender caro; la trata estaba prohibida y castigada; hacían falta negros para trabajar; ganó mucho dinero. Es no decir nada. En todo caso, aunque no especifica el periodo al que se refiere, da entender que fue después que el matrimonio López-Bru desembarcase en Cuba, en 1849, y Andrés Bru Puñet, suegro de Antonio López, participase como socio comanditario en la casa comercial de su yerno. Da la casualidad de que durante esos años la trata estaba en mínimos o justo repuntaba.
Los adjetivos huecos para sustituir lo sustantivo
Francisco Bru miente cuando afirma que compraba los negros en Santiago de Cuba, pues hacía años que el delito de compraventa de bozales se cometía en barracones remotos y recónditos, de tapadillo. En las ciudades solo se comercializaba con esclavos siempre y cuando fuesen criollos o regularizados, una práctica legal, sin riesgos y, por tanto, con poco margen de beneficio. Tampoco se sostiene, sin pruebas, que López se entendiese con los capitanes de los buques, comprándoles todo o parte del cargazón de esclavos. Como si el comillano esperase durante días, a pie de playa, con las botas hundidas en la arena, a que el barco negrero fondease y el capitán apareciera en un bote para negociar la venta de bozales. ¡De película!
Este delicado eslabón de la trata era más complejo. Había personas interpuestas porque no era un negocio abierto al oportunismo ni al mejor postor, sino acotado por los poderosos consorcios con intereses y socios en varios sectores, también en el extranjero. Francisco desconoce lo que dice. Ni se enteró que su cuñado había tenido por aquellos años un barco a vapor, el GENERAL ARMERO. ¡Cómo para saber si López formaba parte o no de algún consorcio! Lo ignoraba. Y a falta de datos incriminatorios recurre a más obviedades y a criticar la trata calificándola de “brutal, más cruel, más horrendo, hediondo”, en solo una línea de texto. Es el recurso fácil de quien no teniendo argumentos o información sustancial recarga los párrafos con una ristra de adjetivos y adverbios.
Y cuando Pancho ha agotado la batería de adjetivar el tráfico de esclavos, entonces inicia la retahíla de calificativos contra Antonio López:

… tratándose de un chalán de carne humana del carácter y de las entrañas de mi ilustre cuñado Antonio, el horror y la repugnancia no podían ser más justificados. En efecto, López lo ejercía [la trata] con un empedernimiento insuperable. Santiago de Cuba no había visto jamás a un negrero, más empedernido, feroz y bárbaro. (…) López era un hombre feroz, un verdadero tigre. Ningún comerciante de negros separó jamás con tanto empedernimiento a las madres de sus pequeñuelos, al esposo de la esposa; ninguno castigó a sus esclavos con tal refinamiento de suplicios por los motivos más ínfimos…
Esta cita marca el tono de las parrafadas que Francisco Bru dedica a acusar de negrero a su cuñado. Todo se reduce a contar mentiras mostrando continuamente la increíble crueldad extrema, la sevicia, de López con los esclavos. Ni un sicópata se comportaría como Pancho afirma que lo hacía Antonio López. Y pone como testigos a los habitantes de Santiago de Cuba, pero no da nombres, testimonios ni detalles. Es evidente que el autor solo pretende desprestigiar el máximo a López aun a riesgo de no ser creíble, pues pretende una crueldad que raya el paroxismo:
Su sola presencia [de López] hacía temblar a los negros de más entereza; su mirada les hacía estremecer; un grito suyo les dejaba aterrado. Tal era el horror que causaba su nombre, que bastaba a los peninsulares decir a un negro indócil: `que te voy a vender a López´, para que el rebelde se doblegase como un guante.
Pancho Bru ignora cómo era la esclavitud en Cuba en torno a 1850 y por tanto su relato no serviría ni para un mal folletín. Eran delitos graves, según el Reglamento de Esclavos de 1842, todos y cada uno de los hechos y escenas que él adjudica a López y para entonces, tras la dura represión de la sublevación de la Escalera (1843-44), había cambiado radicalmente la mentalidad de los dueños respecto a los esclavos. Se habían humanizado las relaciones hasta el punto de que la brutalidad, aparte de penada, empezaba a ser inusual y, sobre todo, inasumible por los propios esclavos, quienes tenían conciencia de sus derechos y contaban con entidades propias (cabildos, por ejemplo) y vías legales cada vez más eficaces para exigir justicia (la figura del Síndico). Los esclavos habían dejado de ser sujetos pasivos, eran más reivindicativos y tenían mayor personalidad jurídica. Así que la esclavitud de última generación tenía en Cuba poco que ver con la esclavitud del látigo, de la separación de los miembros de una misma familia, de la crueldad gratuita que Pancho Bru atribuye a López para denunciar su falta de entrañas. Todavía son más falsarias las horrendas escenas si las sitúa en Santiago de Cuba y pone como testigo a los santiagueses. Esa ciudad tenía en Cuba el porcentaje menor de esclavos, el mayor de negros y mulatos libres, y la menor proporción de blancos respecto a los de color: los blancos eran el 25% de la población del oriente cubano. Además, los esclavos de dicha región gozaban de mejor trato porque eran menos dependientes del trabajo duro relacionado con el azúcar. Los del oriente de la isla trabajaban más en el servicio doméstico y en el cultivo del café, una labor que por sus características resultaba más sana pues se realizaba al fresco, entre los arbustos arbóreos de café en las zonas montañosas; y más llevadero, se recolectaba a mano, no a machete. De hecho, el trabajo en los cafetales fue el primero que pasó masivamente a manos de personas libres a costa de vender sus esclavos para cubrir la demanda del cultivo de la caña y de los ingenios azucareros.
La esclavitud en 1850
En este contexto, donde la esclavitud pura y dura llevaba camino de extinguirse en Santiago de Cuba, los esclavos estaban mejor y más protegidos que en otras partes de la isla gracias a la amplia mayoría racial que gozaban en dicha ciudad y en el conjunto de la zona oriental de Cuba. No se podía abusar impunemente de ellos y por muy negrero que fuese alguien, no se le permitiría cometer flagrantes atropellos. Y no digamos qué pasaría si presenciaban o se enteraban de la sevicia que Francisco Bru achaca a Antonio López. No se la tolerarían y, por supuesto, tendría serias consecuencias por sobrepasarse con ellos. Esta cita, en realidad todo el texto, resulta inconcebible, fruto del delirio incontenible que genera el odio:
Preguntad por el López de aquellos años a los habitantes de Santiago de Cuba, y veréis como los ancianos confirman mi descripción. ¡Cuántas veces presenciaron la inhumanidad con que arrancaba a los negritos de los brazos de sus madres, suplicantes, llorosas y desesperadas! Antonio les cerraba la boca, descargándoles media docena de latigazos con toda la fuerza de su puño.
Tampoco concuerdan los hechos descritos por Pancho Bru con la personalidad de Antonio López. De tan desalmado que lo presenta, es imposible que fuera él. Apenas conocemos los rasgos del carácter del marqués de Comillas; aun así, el relato sobre él se contradice con las cualidades propias de un exitoso emprendedor y empresario: autocontrol, eficiencia, empatía, resiliencia, proactividad e inteligencia. Un negrero tan brutal como el retratado por Pancho no sería capaz de gestionar ni un puesto de pipas. ¿Cómo se explica que quien llevó sus empresas con acierto, y sin conflictos, que se sepa, con sus trabajadores, fuera incapaz de controlar a sus esclavos sin maltratarlos con crueldad?
La eficiencia empresarial es incompatible con la horrorosa gestión de las negradas a fuerza de látigo, inhumanidad y notorias ilegalidades a la vista de todos. A fin de cuentas, la trata era un negocio, no como cualquier otro, pero sí un negocio que había que saberlo llevar para obtener beneficios, también evitando la violencia extrema, las imposiciones crueles, el descrédito público y las pérdidas debidas a la ferocidad del dueño. No tiene sentido presentar a un exitoso empresario de esta guisa:
López tenía un cargamento de negros cuando estalló la enfermedad [cólera], y se introdujo entre ellos; y asustado de la pérdida que le amenazaba, recorría la cuadra de los enfermos látigo en mano, gritando: `que hagan tomar de grado o por la fuerza los remedios a esos pícaros; que se me avise enseguida si alguno se niega. ¡Vive Dios! capaces son de dejarse morir, para defraudarme los miles de pesos que me cuestan.
Lástima que no den para más análisis las tres páginas que dedica Francisco Bru para acusar de negrero a su cuñado. Son un relato hueco. Además de no aportar una prueba o al menos un atisbo creíble, el autor queda en evidencia: miente e ignora cómo era la esclavitud y la trata en los tiempos de Antonio López. Resumiendo: aun en el caso, más que improbable, que éste hubiera sido un negrero, el texto de Pancho Bru es una patraña. Le falta verosimilitud, incluso un mínimo de rigor histórico, algo de lo que también carecen los historiadores que creen y citan las acusaciones de negrero vertidas contra el marqués de Comillas.