La leyenda negra de Antonio López es la venganza urdida por su cuñado Francisco Bru Lassús, quien primero le acusó de saquear el patrimonio familiar antes y después de que muriese su padre Andrés Bru Puñet en setiembre de 1856. A tal fin publicó un disparatado libelo de 16 páginas (1857). No le sirvió de nada. La Justicia le reclamó por injurias, huyó, pero acabó en la cárcel. Le quedó un hondo resentimiento que le amargó la vida y se la echó a perder. Volvió a la carga casi tres décadas después, cuando Antonio López no podía defenderse porque había muerto dos años antes. Esta vez, con un libro (1885) que versionaba su ya maltrecha venganza, acusándole por primera vez, de enriquecerse en Cuba con el tráfico de esclavos comprados a capitanes de los barcos negreros, una práctica ilegal desde 1820 aunque en la Isla fuese admitida sottovoce e incluso con la connivencia o licitud de algunas autoridades coloniales. De nuevo, fue encausado y encarcelado por infamias.
Todavía publicó otro libro (1895) de resarcimiento. Acusó a Claudio López Bru, hijo de Antonio López, de arruinarle la vida por haberle retirado de golpe las ayudas que le iba dando. Y le zahirió sin mentar para nada el tráfico de negros, aun cuando en 1885 le había acusado de que ése era el origen de la fortuna heredada. Este último libro es una delirante exculpación que vincula su ruina con la caída en desgracia de Jacinto Verdaguer, capellán en la Casa Comillas.
Total, tres publicaciones, tres acusaciones distintas; las tres sin pruebas ni testimonios y, encima, con versiones contradictorias. Una sarta de mentiras, una venganza para siempre. La credibilidad de Francisco Bru debería estar tan cuestionada que parece increíble que sus acusaciones de negrero contra A. López hayan sido determinantes para desprestigiar su imagen y tumbar su estatua en Barcelona en dos ocasiones (1936, 2018). Por eso vale la pena delatar a este resentido personaje analizando lo que trasluce su vida y constatan sus libros. Nadie se ha molestado en hacerlo. De paso quedará en evidencia la falta de rigor académico de quienes le citan dando plena validez a las acusaciones de negrero que escupe Francisco Bru.

La gran mayoría, desde el historiador de referencia (Martín Rodrigo Alharilla) al catedrático más próximo a Comillas, quien, incluso admitiendo que dicho cuñado escribió “desde el rencor”, hasta le transcribe en uno de sus trabajos parrafadas enteras de bazofia (“La imagen de Antonio López, primer marqués de Comillas”). Ambos no hacen referencia a dos de los tres libros publicados por Pancho Bru, ni figuran en sus bibliografías, como si estos no existieran o ellos no se dieran por enterados a pesar de que ambas obras aportan suficiente información para cuestionar la credibilidad de su autor y contextualizar sus acusaciones de negrero contra el marqués de Comillas.
La venganza y el hondo resentimiento no desacreditan sin más una acusación. Pueden incluso confirmarla porque contribuyen a que el delator vaya a por todas al aportar nombres, datos y pruebas que de otro modo casi nunca saldrían a la luz. Tanto más si la denuncia pública parte de quien por tener lazos de parentesco o de máxima confianza conoce mejor lo que estaba de tapadillo. En último término todo depende de la credibilidad del acusador, de las pruebas que aporte y de los testigos que presente. Aquí radica el fraude de quienes, como papanatas, admiten a pie juntillas lo que Francisco Bru publicó contra Antonio López. Se han ahorrado el engorroso esfuerzo de analizar quién fue este cuñado y hasta qué punto lo que publicó es creíble y coherente. O peor, han dado credibilidad a una infamia que contribuye a derribar la imagen del marqués de Comillas conforme a los intereses sectarios de quienes la manipulan.
Todos los que acusan de negrero al marqués de Comillas remiten a Francisco Bru, pero nadie, recalco, NADIE se ha molestado en conocer quién era él, ni siquiera lo poco y falso que dice de sí mismo. Y, claro, tampoco han analizado sus textos. Doy por sentado que la inmensa mayoría de esos crédulos ni han visto sus tres libros, que estaban sin digitalizar cuando en 2018 retiraron la estatua de Antonio López. Salvo que los leyesen gracias a quienes como yo los fotografiaron, el listado de quienes los pidieron en la Biblioteca Nacional de Cataluña resultará exiguo comparado con el de quienes los citan como fuente fiable. Ni siquiera han tenido en cuenta para nada dos de esos tres libros.

El libro “La verdadera vida de Antonio López y López” (1885) ha sido la prueba por antonomasia de que su protagonista fue un negrero y, encima, despiadado. Sin embargo, Francisco Bru no aporta ni una sola prueba, ni un testigo, ni tan siquiera alguna fecha. Sus 271 páginas serían intrascendentes si no fuera porque esta injuria se atiene al principio: “Miente que algo queda”, y a su corolario: Miente ahora, véngate para siempre. Sería hoy una insidia difícil de rebatir si no fuera posible descalificar al autor y demostrar la falsedad de sus acusaciones. Tarea nada fácil.
Nadie lo ha hecho en 135 años y ha arraigado con fuerza la leyenda del negrero López incluso entre los investigadores que, urgidos de fuentes, rellenan con lo que sea, con cualquier cosa al abasto, la poco documentada etapa de Antonio López en Cuba. Si el resentido Pancho Bru es el que más información aporta, pues, nada, a saco, se da por fiable, se corta y pega tal cual él lo publicó. Para peor praxis académica, obvian incluso la existencia de sus otras dos obras y hasta evitan poner a prueba la catadura moral del autor. Admiten que sus acusaciones estaban movidas por la venganza y el rencor, sin por ello negarle la mayor: que Antonio López fue negrero. Indigencia intelectual. Si reconocen que a Francisco Bru le movía el resentimiento, lo menos que podrían haber hecho es, de entrada, poner en cuestión sus acusaciones, revisando el conjunto de sus tres obras y enfocando la incierta honorabilidad de su autor. Nada de eso hicieron.

El origen de la venganza familiar fueron los pleitos familiares que estallaron a raíz del testamento de Andrés Bru Puñet (1856). Se zanjaron siete años después en los tribunales no sin antes emponzoñar de por vida las relaciones entre el matrimonio Antonio López-Luisa Bru con los otros familiares implicados en la herencia: la viuda Luisa Lassús Ganné, sus hijos Andrés, Francisco, Ramón y Caridad, y su otro yerno Rafael Masó Ruiz de Espejo, casado con Caridad. Son líos de familia imposibles de entender sin conocer las relaciones entre sus miembros y sin perfilar quién fue Francisco Bru. Hay que investigarlos, en lo posible, aunque sea con limitaciones. Solo así podemos desenmascarar las patrañas que éste publicó contra los dos primeros marqueses de Comillas: “Fortunas Improvisadas” (1857); “La verdadera vida de Antonio López y López” (1885); y “El marqués de Comillas, su Limosnero y su Tío” (1895).
NOTA DEL EDITOR. Este artículo es el primero de la serie de diecisiete escritos por el marino y periodista Eugenio Ruiz Martínez sobre la leyenda negra atribuida al naviero Antonio López, a quien sin pruebas, sólo con el testimonio de un texto plagado de errores y falsedades, e insinuaciones propias del cotilleo y del fango, se acusa de «negrero». La foto de portada es de un busto en mármol de Antonio López y López, fundador de la Compañía Trasatlántica Española.
Esta serie es la continuación de los artículos publicados en NAUCHERglobal sobre el naviero Antonio López que el lector puede leer o releer mediante el buscador y, por ejemplo, el item «Antonio López»