Entramos en la zona militar, a la izquierda hay unos edificios de ladrillo rojo, a la derecha aparece el VICTORY. El coche pasa casi por debajo de su bauprés.
Ya lo he visitado en dos ocasiones, pero giro la cabeza para mirarlo otra vez…. fascinado. Y me vienen recuerdos de otro barco de la misma época, aunque construido a diferente escala.
Hubo una etapa de mi vida en la que pasar junto a un navío del siglo XVIII era un asunto cotidiano. Ocurría cada día, al entrar y salir de clase pero a pesar de ello, no dejaba de causarme la misma fascinación.
Se trataba de un navío de dos puentes construido unos años antes de Trafalgar, sirviendo primero para la formación de marinos y más tarde para enseñarnos a respetar nuestra historia.
Muchas generaciones de marinos lo hemos contemplado navegar en silencio en la penumbra del edificio neoclásico que desde hace ochenta años alberga a la Escuela de Náutica de Barcelona.
Sus mástiles parecen llegar a la altura del segundo piso. Se lo hemos mostrado con orgullo a amigos y familiares.
Han pasado los años y no puedo dar crédito a lo que leo:
El edificio de la Escuela de Náutica corre peligro. ¿Qué quieren hacer con ella?
¿Van a poner un casino? ¿Un banco?.
¿Y todo lo que hay dentro?: material docente, maquinaria, una biblioteca que ha costado siglos reunirla, máquinas de vapor, magníficos cuadros, maquetas de barcos, instrumentos de navegación, todo ello piezas de museo.
Parece que todo lo que es noble y limpio desentona y estorba. Sobre todo, estorba y desentona el trabajo honrado.
A uno de nuestros políticos se le atribuye la frase: «para qué queremos marina mercante si ya la tienen los griegos».
Si he de decir la verdad, últimamente ni siquiera he visto la bandera griega en los puertos. Ahora los barcos llevan banderas de paraísos fiscales (no sé por qué las llaman de conveniencia).
Vivimos unos tiempos que me recuerdan mitos ¿de la antigüedad? sobre dioses cuya ira, o indiferencia, había que aplacar sacrificándoles jóvenes.