En las tardes de un verano tan extremadamente caluroso como el de este año, en el que una cierta lasitud se apodera de nuestros miembros, lo más adecuado resulta acogerse a la sombra refrescante de un frondoso árbol, si es posible en un lugar en que una gentil brisa marina suavice las altas temperaturas y dedicarse al saludable hábito de leer o releer libros, preferiblemente de narrativa.
Durante el pasado agosto, el autor de estas líneas ha tenido ocasión, en cumplimiento del precepto arriba indicado, de dedicar parte de su tiempo a dos obras literarias españolas que cabría calificar de pertenecientes al género de narrativa marítima, lo cual es bien cierto respecto a una de ellas y no tanto en cuanto a la otra.
La cara de dicha experiencia la ha constituido la lectura de Sartine y el Caballero del Punto Fijo, novela de 500 páginas editada hace ya algunos años por Edhasa y de la cual es autor Juan Granados Loureda (A Coruña, 1961). El señor Granados es historiador y profesor de esta disciplina en un instituto de su región natal.
Vaya por delante que Sartine y el Caballero del Punto Fijo es una buena novela, máxime teniendo en cuenta que se trata de una opera prima. Escrita con agilidad y elegancia, alude a una de las épocas más injustamente relegadas en la memoria de nuestra historia, aquella en que unos gobernantes conocidos ya entonces como “ilustrados” (¡como si fuese concebible que mereciera ser gobernante alguien carente de ilustración!) intentaron con éxito limitado y efímero llevar a cabo las necesarias reformas para que España —el imperio de mayor extensión territorial del mundo, en aquel momento— pudiese parangonarse con sus más directas competidoras en el campo político: Francia y Gran Bretaña. Concretamente, la novela de Granados se sitúa durante el gobierno del marqués de La Ensenada, bajo el reinado de Fernando VI, un rey bonachón, melómano, indolente y algo lunático (hasta caer en una total demencia al final de su breve reinado de trece años) pero que tuvo el buen acierto de confiar los asuntos públicos de Hacienda, Guerra y Marina en el riojano don Zenón de Somodevilla, más conocido como marqués de La Ensenada, entre 1746 y 1754.
Nicolás Sartine, el protagonista de la obra y fruto de la creatividad del novelista, resulta ser un marino e intendente real que recibe órdenes del citado ministro para establecer un moderno arsenal en la ría del Ferrol, labor en la que encontrará resistencias por parte de la facción más conservadora y retrógrada de la Corte y de la Armada, reticentes a los planes de Ensenada de construir una potente flota capaz de defender el Imperio ultramarino. Como personaje secundario, encontramos a una figura de la máxima categoría de su época, el científico y marino valenciano Jorge Juan, conocido ya en su tiempo como “el sabio español”, del cual Granados narra su aventura como espía en Inglaterra bajo nombre falso, investigando las avanzadas técnicas de construcción naval inglesas y reclutando allí trabajadores cualificados británicos para los arsenales y astilleros proyectados por Ensenada en Cartagena, Cádiz y, como hemos señalado anteriormente, en el Ferrol.
La trama de la obra se desarrolla con un interés sostenido para el lector, con diálogos vivos, con un enlace creíble y muy bien trabado entre la realidad histórica y la ficción literaria. Incluso los lances amorosos, algo forzados, están resueltos con naturalidad y eficacia. Es muy de apreciar que el lenguaje empleado por los personajes resulta completamente concordante para con su época y desprovisto de la afectación, el lenguaje ampuloso y el artificio que tanto perjudican a muchas obras de novela histórica de nuestro país, entre ellas la que comentaremos más adelante. En parte alguna está escrito que los personajes de una novela situada en el siglo XVII deban forzosamente expresarse siempre como los actores de un auto sacramental de Calderón de la Barca, o que los de una obra que transcurra en el XIX tengan que dirigirse a su esposa durante la cena como lo haría don Emilio Castelar desde su escaño en el Congreso de Diputados. Algo que, por desgracia, observamos con frecuencia en autores actuales españoles, que deberían leer más a Pérez Galdós y aprender de su maestría en el uso de un lenguaje natural, el que usaba la gente de la calle en cada momento de la historia.
Tras esta esperanzadora experiencia, nos disponemos a leer la segunda novela de la serie: Sartine y la Guerra de los Guaraníes, en la confianza que Juan Granados no defraudará la buena impresión que su primera obra nos ha causado.
UNA MALA NOVELA DE MARTÍNEZ LAÍNEZ
La cruz de estas lecturas veraniegas la constituye otra obra. Su nombre es El Náufrago de la Gran Armada, publicada en 2018, de una extensión similar a la anterior (algo más de 500 páginas) y firmada por Fernando Martínez Laínez, doctor en Ciencias de la Información, corresponsal de prensa en varios países y ex director de programas de RNE.
Indicaba al principio de este artículo que no estoy tan seguro de que esta obra deba ser encuadrada en el género de narrativa marítima. No parece normal, en este género, que la trama de ficción de un libro de 539 páginas se inicie sólo a partir de la 455 y que aquel que se supone que es el protagonista (el Náufrago) no aparezca hasta bien avanzado el libro y lo haga todavía de forma muy secundaria.
En realidad, el libro consiste más bien en un extenso ensayo histórico en el que se narran con todo detalle los enredos del rey Felipe II con su hijo Don Carlos y con la princesa de Éboli, el asesinato del secretario de Don Juan de Austria, Escobedo, así como el tenebroso affaire de la fuga del secretario real Antonio Pérez, presunto instigador de dicho asesinato y la gestación y desarrollo de la fallida expedición de la “Armada Invencible”. En toda esta parte de la obra los diálogos, claramente introducidos para disimular su carácter de ensayo, son escasos y los pocos que hay están trufados de ridículos anacronismos tales como que algún personaje cuente las distancias en kilómetros dos siglos antes del establecimiento de tal medida de longitud o que otro aluda con todo aplomo a la Edad Media cien años antes de que el alemán Christoph Keller idease la división de la historia en edades. Creo que hay que distinguir entre licencias literarias admisibles de una técnica de escritura absolutamente negligente y de la falta del rigor exigible a un autor que se proclama doctor en Ciencias de la Información. Como parece que ello no puede faltar en toda novela que se precie, también se incluyen con calzador algunas situaciones de naturaleza sexual, artificiosas y poco creíbles.
La parte histórica, que ocupa la mayor parte de la obra, resulta de lectura farragosa, como acusan diversos lectores en las reseñas del libro publicadas en Internet, además de reiterativa en exceso y con saltos en la cronología que inducen a confusión. También ofrece una visión en extremo maniquea de la Historia. Alguien, de forma acaso cínica pero que resulta bastante demostrable a lo largo del devenir de los siglos, ha indicado que una cosa que un gobernante no puede permitirse es tener escrúpulos. Pero un historiador serio debe medir tal falta de escrúpulos con el mismo o similar rasero en todo momento y lugar o, por lo menos, aparentar una cierta objetividad. No parece muy ecuánime que las acciones, artimañas y excesos de toda índole perpetrados por lo que hoy llamaríamos “alcantarillas del Estado” aparezcan como obras piadosas guiadas por la Fe si son auspiciadas por Felipe II y, en cambio, sean actos abominables dignos de la bruja de Blancanieves si las protagoniza Elizabeth I de Inglaterra. Sin duda, ambos personajes eran “de armas tomar”, con bastante sangre en sus manos, con algunas virtudes y con no pocos defectos.
En su conjunto, El Náufrago de la Gran Armada, vista la repetición ad nauseam de las mismas situaciones, frases y conceptos, da la impresión de que, más que brotar de la inspiración o de la vis literaria de su autor, sea una obra de encargo a tanto por página. Ya hemos indicado que la parte de auténtica ficción aparece hacia el final, casi como un epílogo en el cual intervienen prácticamente sólo dos personajes: el “náufrago” y una noble dama irlandesa. Pues bien, en esta parte ya de por sí breve, el autor, para alargar por alargar la endeble trama, recurre al truco —que a esas alturas de la lectura se nos antoja incluso grotesco— de que cada capítulo, cada secuencia, se repita por duplicado: una primera vez narrada por boca de uno de los dos personajes y a continuación por el otro, sin que ambas versiones difieran gran cosa entre sí. Hace ya muchos años, en su Cuarteto de Alejandría, Lawrence Durrell aplicó la técnica de que un mismo escenario se ofreciese desde el punto de vista de cuatro personajes diferentes, muy distinto en cada caso y con multitud de matices. Pero, claro, Durrell era un genio literario y el señor Martínez Laínez, a juzgar por esta obra, de genio más bien poco.
Sartine y el caballero del punto fijo
- Autor: Juan A. Granados
- Editor: Edhasa
- Colección: Narrativas históricas
- Nº de páginas: 504
- Idioma: español
- Año de edición: 2003
El náufrago de la Gran Armada
- Autor: Fernando Martínez Laínez
- Editor: S.A. EDICIONES B
- Nº de páginas: 552
- Idioma: español
- Año de edición: 2015