Acostumbrados a la mediocridad y a los funcionarios serviciales, que callan, ríen las gracias y llevan con garbo las maletas, los jefes de Balbás en Madrid, director general y subdirectores, y en La Coruña, capitán marítimo y delegado del Gobierno, miraban con recelo y desconfianza al jefe de la Inspección de Buques. Por eso, cuando sucedió lo del PRESTIGE, fue ninguneado, a pesar del cargo y de su especialidad profesional, y en su lugar los jefes decidieron enviar al PRESTIGE a un oscuro trepador, con categoría de subinspector, ni siquiera inspector, de nombre Serafín Díaz Regueiro, a quien elevaron a la categoría de capitán marítimo en pago a sus servicios. Todos eran conscientes de que Serafín no era más que un chisgarabís de baja estofa, un delirante vanidoso que iba pregonando que él, sólo él, un héroe y un sabio, había salvado al PRESTIGE, poniendo en marcha sus maquinas contra la conspiración y el sabotaje de la tripulación, en particular del jefe de máquinas, un mal profesional que tenía la sala de máquinas imposible. Alucinaciones de ególatra paranoico. Pero había que recompensar al fiel Serafín, y los políticos, a quienes en realidad el país les importa muy poco y no quieren ver más allá de sus espurios intereses, decidieron que Serafín, el delirante, podía darse el gustazo de tener tarjetas de visitas con la divisa “Capitán Marítimo de La Coruña”.
Ayer, día 16, Fernando Balbás, ahora jubilado, compareció como testigo ante el tribunal que juzga el accidente del PRESTIGE. Impecablemente vestido, Balbás, se ratificó en sus declaraciones anteriores y atribuyó el naufragio del petrolero a la errónea decisión de alejar el buque hacia alta mar en vez de llevarlo a un lugar de refugio, decisión que atribuyó al “personalismo” de López Sors.
El testimonio de Fernando Balbás contenía un punto clave que dejaba desnudas unas cuantas mentiras del Gobierno. Tanto en el Parlamento Europeo, como en diversos informes leídos en sede parlamentaria española, la versión del Gobierno, atrapado en sus errores y sin aceptar la decencia de una rectificación, sostenía que se había decidido alejar el PRESTIGE tras diferentes consultas e informes técnicos. Informes técnicos que nadie ha visto y consultas que no eran tales, pero que el Gobierno alegaba haber efectuado antes de tomar la decisión, EL DÍA 14 DE NOVIEMBRE, de alejar el petrolero herido.
Fernando Balbás, testigo de excepción de cuanto ocurrió ese día en la capitanía marítima de La Coruña, declaro en 2005, y ratificó ayer en la Sala, que la decisión se tomó en la tarde del mismo día 13, que la tomó personalmente López Sors, y que no atendió ni a la ley ni a la razón para tomar tan grave decisión. Recordó el ex jefe de la Inspección de Buques de La Coruña la confesión que Ángel del Real, capitán marítimo, le hizo la misma tarde del dia 13 de noviembre de 2002. La idea era que “el barco cogiese remolque y largarlo fuera, muy lejos». El rumbo que le marcaron al PRESTIGE, simplemente la perpendicular a la línea que une Estaca de Bares con Finisterre, fue una barbaridad. En definitiva, afirmó Balbás ante el Tribunal, la gestión del siniestro por las autoridades fue desastrosa.
Como en testimonios anteriores, sólidos y contundentes, la labor de los defensores del Gobierno (mérito tienen por su titánica labor de defender lo imposible), se limitó a socavar la personalidad y autoridad del testigo. Vieja táctica, fea y marrullera, que en el caso de Balbás, y no es el único, quedó en evidencia. Actuar con decencia y dignidad en la Administración marítima española era duramente penalizado. En su caso y en otros muchos, de los que soy testigo directo. De modo que quedó claro que Fernando Balbás, fue expedientado, en efecto, por servir a la ley y a la verdad aunque ello acarreara un enfrentamiento con sus jefes.