En una tarde de verano, revolver la propia biblioteca cuando la provisión de libros nuevos se ha agotado reporta en ocasiones sorpresas agradables. De algún polvoriento anaquel surge un título que nos resulta extraño, que no recordamos haber leído nunca antes o ni siquiera sabemos de dónde ha podido salir. Esto es lo que ha sucedido al autor de estas líneas con el libro La noche quedó atrás (Out of the Night, en su versión original en inglés).
Desde todos los puntos de vista, “La noche quedó atrás” no es una obra cualquiera. Ni siquiera la horrenda traducción al castellano de la edición chilena fechada en 1944 que he podido leer —más de seiscientas páginas de apretada escritura— le hace perder un ápice de fascinación. Baste decir que, cuando se publicó en 1941, en los Estados Unidos, fue un auténtico bestseller del que se vendieron 350.000 ejemplares en pocos meses (el mayor éxito editorial desde “Lo que el viento se llevó”), devengando más de US$50.000 en derechos a su autor y despertando una enconada controversia. Controversia que se repetiría en Francia cuando, ya finalizada la II Guerra Mundial, el libro fue publicado bajo el título de Sans patrie ni frontières.
Pero vayamos por partes. En primer lugar, es imprescindible destacar que Out of the night es la obra de un marino mercante, que la escribió bajo el pseudónimo de Jan Valtin. El autor se llamaba en realidad Richard Julius Hermann Krebs, nacido en Alemania en 1905 y fallecido en Estados Unidos en 1951. Una de las principales polémicas que, desde un principio, suscitó el libro era si se trataba de una autobiografía, como pretendía su autor, o de una novela histórica. También, si era obra exclusiva de Krebs/Valtin, o bien si era resultado de una maniobra propagandística política en la que habrían intervenido también otras plumas. Tras leerla, me parece más bien que se queda a medio camino entre uno y otro género literario, como envuelta en una nebulosa de incertidumbre y de misterio. Ello no es de extrañar, ya que la propia vida del autor permanece, ya para siempre, envuelta en un cierto halo de brumas y de incógnitas.

Lo que resulta indudablemente cierto es que Richard Krebs pertenecía a una familia de marinos, siendo hijo de un inspector de la Norddeutscher Lloyd. Ello llevó a la familia a periodos de una vida errante, por puertos de Extremo Oriente y Europa. En 1918, su padre participó en la revuelta de la Armada Imperial alemana en los días finales de la Gran Guerra y, a continuación, participaría en la fallida revolución espartaquista, perdiendo la vida en las luchas desarrolladas en Hamburgo y dejando a su familia en la miseria.
El joven Richard Krebs, para ayudar a su madre y hermanos, pronto se enroló como marinero, con sólo dieciséis años. Obtendría el título de piloto en Bremen mucho más tarde, en 1930. Sin embargo, no es en absoluto su historial marítimo el dato más relevante de su biografía, ni siquiera su faceta de escritor de éxito, sino su actividad como agitador sindical comunista en los años convulsos de la República de Weimar y como agente secreto del Comintern y del G.P.U. (antecesor del K.G.B.) durante la década 1924-1934, actuando como tal a nivel prácticamente mundial. Krebs, no sólo en su Alemania natal, sino también en Escandinavia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Sudamérica y Extremo Oriente, se dedicó en cuerpo y alma a promover huelgas y sabotajes en las flotas mercantes y puertos de todos aquellos países a donde las órdenes de los soviets le enviaban. Cuando era posible, realizaba sus viajes enrolado como marino, en otras como pasajero… e incluso como polizón, cuando no había otro remedio. Pasó tres años de internamiento en una cárcel de California, a raíz de un oscuro incidente tras el que sería incriminado por tentativa de asesinato de un comerciante judío. Finalmente, con el advenimiento de Hitler al poder en 1933 y la ilegalización del Partido Comunista en Alemania, fue detenido, torturado y enviado a un campo de concentración por la Gestapo.
La gran incógnita de su biografía surge a partir de 1937, cuando es nuevamente excarcelado. Krebs, en su libro, afirma haber persuadido a las autoridades nazis de su conversión a las ideas hitlerianas y haber conseguido su libertad a cambio de ofrecerse a actuar como “topo” en la clandestina resistencia comunista alemana y en las organizaciones sindicales de marinos y estibadores en el exterior, que él tan bien conocía. Añade que, una vez libre, puso en conocimiento de sus jefes del G.P.U. la indicada circunstancia, convirtiéndose así en un agente doble. Según Krebs relata, se mantuvo durante poco tiempo aquel difícil juego, ya que en 1938 rompió toda relación tanto con los comunistas como con los nazis y se embarcó hacia Estados Unidos, donde subsistió algún tiempo como inmigrante ilegal en trabajos precarios.

Sin embargo, documentos hallados en los archivos alemanes tras la derrota de Hitler, parecerían indicar que sus servicios de delación a la Gestapo fueron reales y auténticos, llevando a la detención y ejecución de varios líderes sindicalistas comunistas. También parece significativo el hecho, acreditado en dichos documentos, de que la Gestapo siguiese abonando el sueldo de Krebs a su esposa Firelei, incluso cuando aquel ya residía en Nueva York, mientras que él la presenta como prisionera de los nazis y fallecida a consecuencia de las penalidades sufridas durante su detención.
Durante sus tres años en la penitenciaria de San Quintin de California, a finales de la década de los años veinte, había aprovechado el tiempo para leer todo cuanto caía en sus manos y desarrollar una incipiente vocación de escritor, adoptando como modelo a un personaje literario de renombre en el campo de la narrativa marítima como era Joseph Conrad. Su posterior vuelta a la actividad de agitador sindical, su dedicación total y absoluta a La Causa, retrasará el momento en que dicha vocación empiece a manifestarse. Sólo tras conocer a su primera esposa, la alemana Firelei, ésta le animará a escribir algunos relatos cortos de ambiente marinero, que encontrarán buena aceptación en algunas revistas del sector náutico. Sin embargo, sus jefes del G.P.U. pronto considerarán esta actividad paralela como un “divertimento burgués” y le obligarán a dejar de escribir y publicar.
Ya en Estados Unidos, definitivamente desilusionado con el estalinismo, entra en relación con elementos comunistas disidentes o trotskistas, que le animan a escribir la historia de su vida anterior. Así surgirá el relato estremecedor, escrito en primera persona, del hombre que ha sacrificado toda su juventud, su libertad de pensamiento, el amor, el calor de un hogar… todo en definitiva, a la ciega sumisión a las órdenes y consignas de unos jefes amorales y carentes del menor escrúpulo, temerosos únicamente de no caer en desgracia a los ojos de Stalin. Personajes fanáticos y cerriles que llevan al matadero a millares de militantes comunistas alemanes en su miopía de creer que, una vez destruida la república burguesa y socialdemócrata de Weimar por el doble asedio de la extrema derecha y la extrema izquierda, desembarazarse luego del loco de Hitler sería pan comido. Todos sabemos lo que ocurrió, en realidad, a partir de 1933. Los crímenes del G.P.U., los asesinatos y desapariciones de disidentes en sucesivas purgas, dan paso luego al horror y el sadismo de las cárceles y de los primeros campos de concentración nazis, vivido todo ello de primera mano por Richard Krebs.
Como indicábamos al principio la publicación de “La noche quedó atrás” a mediados de 1941 despertó un gran interés y, de inmediato, una gran polémica. Desde sectores de la izquierda americana filo-soviética, se empezó dudando de la propia autoría del libro, calificando el mismo como un montaje pergeñado por rusos blancos o por trotskistas, con la ayuda de un renegado. De hecho, esta opinión se sustentaba en que el editor, Isaac Don Levine era un conocido anticomunista.
A los pocos meses, Estados Unidos se encontró en guerra con Alemania y la propia confesión de Krebs en su libro, de haber estado al servicio de la Gestapo, no le ayudó en lo más mínimo. A pesar de ser ya un escritor rico y famoso, fue enviado a la isla de Ellis como inmigrante ilegal y súbdito de un país enemigo. Su recurso ante el “Board of Immigration” resultó rechazado en duros términos: “Su vida está tan marcada por la violencia, la intriga y la perfidia que resulta difícil concluir que es digno de confianza o que su buena fe esté demostrada”
Saldría de su confinamiento algún tiempo más tarde, en 1943, tras colaborar en un comité parlamentario de actividades anti-americanas y presentarse como voluntario para luchar contra los japoneses en el Pacífico.
Tras el final de la Guerra Mundial, escribió un par de libros relatando sus experiencias en el frente bélico de las Filipinas, que tuvieron una acogida más bien tibia. En este sentido, Richard Krebs (o Jan Valtin) casi puede ser considerado como un autor de obra única. En palabras del profesor de Princeton John Fleming: “Jan Valtin escribió un libro muy notable, o sea: uno más de los que sabemos escribir la mayoría de nosotros. La vida que late en esa obra invita insistentemente a dos comparaciones. Con Jack London, Valtin compartió la política radical de un autodidacta habituado a aventuras difíciles, a menudo violentas. Como Joseph Conrad, primero fue marinero y luego maestro de un inglés aprendido de los marineros y de los libros. Sin embargo, a diferencia de London y Conrad, Valtin tal vez no tuvo otro tema que sus recuerdos de un compromiso total con un dios político violento, el movimiento revolucionario fanático clandestino de su tiempo, ante el cual Jan Valtin y los de su clase fueron sólo los primeros en inmolarse«.
Sin duda, en los textos autobiográficos suele existir una cierta tendencia a magnificar el papel del protagonista. Valtin posiblemente fue sólo un engranaje menor en la máquina comunista alemana y soviética, pero el texto engrandece notablemente sus experiencias reales, dando lugar en ocasiones a algo que sólo puede ser una situación ficticia o protagonizada por terceros. Probablemente, Valtin intenta en su libro posar en roles que nunca jugó, por lo que éste debería ser considerado como una gran novela histórica, tanto o más que como unas memorias.
De ello resulta ilustrativo, entre otros pasajes de la obra, el relato que hace el autor de su primer y único viaje como capitán de un barco. Ocurre inmediatamente después de obtener el título de piloto, cuando una importante naviera alemana, que conoce sus actividades de agitación sindical, intenta “comprarlo” ofreciéndole un privilegiado embarque como oficial en uno de sus mejores barcos. A instancias del G.P.U., Krebs rechaza la tentadora oferta, dado que los soviets han dispuesto para él otro destino: hacerse cargo en Hamburgo de un barco recién salido del astillero y comprado por la URSS, para llevarlo a Murmansk con un “esqueleto de tripulación”. Además, por si este reto fuese poco, el buque deberá remolcar a un pesquero, también nuevo, asimismo adquirido por los rusos. A pesar de grandes dificultades y peripecias de todo tipo, la expedición se culmina con éxito. Realmente, resulta muy difícil de creer que las autoridades soviéticas pusiesen en manos de un joven oficial, acabado de salir de la escuela, dos barcos, en sus respectivos maiden trips, para pilotarlos a través de la costa noruega y el Océano Ártico con apenas un puñado de hombres como única tripulación. ¿No será que el capitán efectivo, en realidad, era otro profesional?

Sea como sea, cien por cien fiel a la realidad o no, “La noche quedó atrás” resulta ser un gran texto literario, de indudable valor para conocer mejor el período de entreguerras (1918-1939) que a menudo ha quedado eclipsado por la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, que fue su inevitable colofón. Un periodo que tiene tres puntos neurálgicos esenciales: la Revolución Rusa, el Tratado de Paz de Versalles y el “crack” económico de 1929.
A través de la lectura de la obra de Valtin se percibe nítidamente el seísmo mundial, hoy caído en el olvido, producido por el acceso al poder de los soviets en Rusia y el inicio del experimento social bolchevique. Para una parte sustancial de los desheredados de todo el mundo, ello significó una esperanza y una meta; para la mayoría de los que tenían algo que perder fue un motivo de inquietud, aprensión y radicalización en contra de aquella amenaza al orden establecido. Las andanzas del joven activista Krebs por todo el mundo constituyen un vívido fresco que nos muestra un escenario sórdido de reuniones clandestinas en malolientes sollados de barcos, en remotos tinglados portuarios a la luz de un candil, huelgas salvajes, atentados y sabotajes, circulación clandestina de panfletos propagandísticos en todos los idiomas imaginables, pisos francos para refugio de los agitadores itinerantes como el propio Krebs, la implacable persecución y “eliminación” de elementos policiales infiltrados en los sindicatos de marinos y portuarios… Todo ello pone de relieve el extremo interés del Comintern, en los años veinte y treinta, en tratar de provocar el caos en el transporte marítimo internacional, como ansiado detonante de la gran revolución mundial que diese al traste con las democracias burguesas europeas, el capitalismo americano y los imperialismos británico y japonés.
Si a ello añadimos los nefastos resultados del Tratado de Versalles, que descoyuntó la economía europea, más los prolongados efectos de la crisis financiera mundial de 1929, se explican por sí solos la ascensión de los fascismos, el triste fin de la República de Weimar (así como de la República Española, que no pudo advenir en peor momento) y una descomposición moral de las viejas democracias europeas, en especial de Francia, que las dejaría casi inermes para resistir el asalto hitleriano de 1940.
Vistos todos estos hechos con la perspectiva de 1941, no resulta nada sorprendente la resonancia inmediata que alcanzó la publicación de “La noche quedó atrás”. El presidente Roosevelt señaló que era “el libro más terrible, más sensacional y maravilloso que he leído”. Gran parte de la prensa norteamericana publicó parecidos elogios, al tiempo —como he indicado repetidamente— que ciertos medios izquierdistas tratasen de descalificar a la obra y a su autor.
Es de destacar, además, que en una época como la nuestra, en que el impacto de los hits literarios resulta bastante fugaz, la repercusión del libro de Valtin/Krebs se ha mantenido viva hasta nuestros días. Ya he señalado que sólo se publicó en Francia y Gran Bretaña tras el final de la guerra, con la consiguiente polvareda de escándalo e, incluso, de acciones judiciales por parte de ex camaradas sindicalistas del autor. Ignoro en qué momento se editó por primera vez en España, pero a raíz de una reedición de 2008, John Carlin escribió en “El País” (8/5/2008) que: “Este libro no es una joya. Es un tesoro. Un tesoro enterrado, rescatado tras décadas de olvido en España”.
De haber vivido hasta 2008, si Richard Krebs se hubiese sentido orgulloso del entusiástico comentario de Carlin, también hubiese leído, con la misma estupefacción que a mí me ha producido, la declaración de uno de los iconos del revisionismo histórico español, el gallego Pío Moa, en el sentido de que la lectura —en su ya lejana juventud— de La noche quedó atrás le impulsó a integrarse en el activismo comunista radical de los Grupos Revolucionarios Antifascistas Primero de Octubre, Grapo (Libertad Digital, 29.02.2008).
¡Cada cual se amuebla la cabeza como puede!
NOTA DEL EDITOR. La foto de portada retrata a Richard Krebs/Jean Valtin, fotografiado por la policía de Newcastle en 1932.