La brutal diferencia de nivel de vida entre Accra y Málaga, o entre Lagos y Sevilla explica la obsesión que posee a muchos ghaneses y nigerianos, entre otros, para alcanzar lo que ellos creen, no sin razón, el paraíso. No quiero decir que esto nuestro sea el paraíso, sino que para la vida miserable y peligrosa que ellos viven, España y Europa suponen una vida segura y regalada.
Los fenómenos migratorios y los diferentes modos de controlarlo no forman parte del contenido de NAUCHERglobal, un periódico especializado en la información marítima y portuaria. Pero la seguridad marítima y el salvamento en la mar si están en nuestro ADN.
Durante años, hace ya tiempo, Ministerios y organismos públicos estuvieron discutiendo si los africanos que cruzan el Estrecho o el mar de Alborán con peligro cierto de perder la vida en el intento constituía un problema de seguridad marítima o un problema de orden público; si era trabajo para la Guardia Civil, encargada del control de las fronteras maritimas, o entraba dentro de la misión encomendada a Sasemar. Era un debate muy curioso. ¿Galgos o podencos? ¿Inmigrantes ilegales o potenciales náufragos que había que ayudar? Huelga que les explique que en el debate se cruzaban argumentos, por llamarles de alguna manera, sostenidos exclusivamente en intereses personales y corporativos, lo que resultaba bastante repugnante si pensábamos en los muchos cadáveres que había que recoger en la mar.
Buena parte de la solución la aportaron los propios inmigrantes cuando cayeron en la cuenta de que si llamaban a Salvamento Marítimo en medio de la travesía tenían garantizado llegar al paraíso, recibir asistencia médica inmediata, comida, ropa, abrigo y la satisfacción inmensa de haberlo logrado. Si después eran expulsados, estaba por ver, pensaban. La Guardia Civil, cuya organización, eficiencia y valor no hace falta resaltar, no trataba con la misma amabilidad a los desesperados.
A nadie se le escapa la profunda relación existente entre la creciente piratería marítima de las costas occidentales de África, del golfo de Guinea en especial, y la terrible carrera a vida o muerte para llegar al norte de Marruecos, primero, y después dar el salto a la rica Europa. Son dos formas de superar el horror cotidiano de la vida en cualquiera de aquellos países. O de intentarlo. Compartir la vida estupenda de los europeos o arrebatarles el dinero para comprarla. Hacer algo, en definitiva, para huir de una existencia permanentemente amenazada, porque como dicen por aquí más cornás da el hambre. En ambas, si embargo, quienes ganan siempre son las bandas de canallas y delincuentes que empujan a unos y a otros y les cobran cantidades obscenas de dinero por facilitarles la aventura.