“A mí me quitan de bajar al puerto y me quitan media vida”, confiesa Francisco Sánchez, retirado de la mar hace nueve años. Venido a Barcelona desde La Mamola, entre Adra y Motril, entonces una playa con barcas de pesca artesanal que el tiempo ha borrado, Francisco Sánchez personifica ese mundo de redes, barcas de madera, cabos y nudos, que se desmorona a ojos vista y cuyo declive nadie parece capaz de detener. Su biografía, repetida miles de veces, con todos los matices y variantes que contiene la vida de una persona, recorre con precisión la historia de la pesca en el puerto de Barcelona. Una historia vivida también por otros muchos puertos de las costas españolas.
Vino a Barcelona en busca de una oportunidad que le permitiera progresar. Sus padres ya conocían la ciudad, a donde viajaban para trabajar de temporada. El muchacho aterrizó en la pesca por afinidad familiar -de hecho ya había estado embarcado de aprendiz en su pueblo natal- enrolándose de marinero en una barca de cerco, LA FRANCISCA (14,5 metros de eslora, 19 tripulantes, 40 caballos de vapor), que patroneaba un tío carnal. Inquieto y con talento suficiente, Francisco aprovechó los cursos de capacitación profesional que ofrecía gratis la Cofradía de Pescadores y se tituló como motorista naval.
Entonces, mediados de los sesenta del siglo pasado, había en el puerto de Barcelona más de mil pescadores, unos 700 en la pesca de cerco (sardina, boquerón, jurel, barat y demás pelágicos comestibles), y unos 300 entre las barcas de arrastre y las llamadas artes menores (trasmallo, palangre, volanta, nasas, rastros y poteras). Ahora el censo no llega a doscientos. Entonces las barcas de cerco estaban en manos de empresarios que solían tener más de una barca. Ahora la norma es que el patrón sea también el propietario.
Ese cambio social se produjo, según Francisco Sánchez, por el empuje y el coste de las nuevas tecnologías que se introducían en los barcos: cabos de nylon, motores mucho más potentes, radar, sonar, timones con servomotor, pequeñas grúas en cubierta. Eso y el peculiar régimen de reparto del importe de las capturas. El dueño del barco se queda el 50 por ciento (a veces el 60) de lo que se obtiene en la lonja, una vez deducido del importe total lo que pudieramos considerar costes de explotación: combustible, manutención, seguridad social, etc.; el resto se reparte entre los tripulantes en función de su cargo a bordo. Lógicamente, el armador había de hacer frente a las inversiones que requería la modernización de la barca, un coste difícilmente asumible con los ingresos que se obtenían. De modo que acabaron por vender las barcas a los patrones. En el arrastre y artes menores siempre hubo identidad entre el patrón y el propietario; ahora las artes menores han desaparecido del puerto pesquero de Barcelona.
Como la pesca tiene socialmente la consideración de oficio menor, mucho trabajo, muchas horas y mucho sudor, Francisco Sánchez probó de camarero, pero no aguantó ni una semana. Luego probó en una empresa de instalaciones submarinas, como motorista naval, pero la movilidad que le exigía el empleo, hoy en Barcelona, mañana en Palma y pasado mañana en Villagarcía, le condujo de nuevo a la pesca, al cerco, a la MARIA ROSA, 15 metros de eslora y 20 tripulantes. Ya no intentó más aventuras.
Hasta su jubilación reglamentaria a los 57 años, por los coeficientes reductores de la edad de jubilación que la ley reconoce a los hombres del mar, Francisco vivió la transformación tecnológica acelerada del puente de navegación, que se iba poblando de pantallas, relojes, alarmas y botones; la multiplicación de la potencia de los motores hasta llegar a los mastodontes actuales de 1.500 caballos para una barca de 20 metros de eslora; y la instalación en cubierta de maquinillas de enorme potencia, redes de nylon mucho mayores que las tradicionales y puertas y artes y aparejos sobredimensionados. Resultado de ese esfuerzo, que algunos califican de modernizador, ha sido el agotamiento de los caladeros. “Antes había tres veces más barcos y se pescaba el doble”, asegura el viejo pescador.
En la cofradía de pescadores invirtió Francisco Sánchez sus inquietudes sociales. Delegado del barco en las elecciones de 1971 (“Ha ganao el equipo colorao”, tituló en portada la revista “Doblón”) y vicepresidente de la cofradía entre 1972 y 1984. “Defiendo el modelo de las cofradías. Sin las cofradías, el sector se moriría”, afirma rotundo.