Álvarez Cascos no vino a La Coruña a prestar declaración como testigo para aclarar o iluminar las causas de una gestión del accidente insensata y catastrófica. En absoluto. El vino con la lección aprendida para soltar su discurso de político bregado (y bragado) en la inanidad de las frases hechas, de los tópicos manidos y de las falacias al uso.
En ocasiones utilizando su manifiesta sordera, y en otras haciéndose el sueco, el ex ministro respondía a los interrogatorios con el discurso que llevaba preparado. Si le apretaban mucho recurría a la desmemoria: no lo recuerdo, no me consta… Poco, prácticamente nada aportó el ex ministro a la comprensión de lo que está siendo juzgado en La Coruña.
Estaba en el Congreso de los Diputados cuando le avisaron del problema del petrolero la tarde del día 13 de noviembre de 2002, declaró impasible. A partir de aquí fue desgranando su argumentario. Primer argumento: el buque tiene la culpa por causar el problema, “a mí nadie me va a convencer de que el paraguas tiene la culpa de los remojones, la culpa es del agua”, repitió, contento y alegre por el chascarrillo. Ni palabra sobre la documentación intachable del buque ni sobre la evolución de la avería a medida que el petrolero se enfrentaba al oleaje por decisión de las autoridades españolas. El petrolero es responsable porque era viejo, con bandera de Bahamas, armador griego y estaba fletado por una empresa rusa domiciliada en Suiza, todos ellos perseguidores del beneficio particular. Y punto. Inútil hubiera sido recordarle que la mayoría de la flota de petroleros, de cualquier bandera, comparte esas características. El señor Álvarez Cascos no estaba para escuchar, él es un político, no tiene por qué dar explicaciones.
Segundo argumento: se gestionó la crisis, por supuesto, de la mejor manera posible, nuestra administración marítima posee una altísima calidad, el director general de Marina Mercante, un funcionario eficiente y sapientísimo que en todo momento respetó, respetaron, los criterios que suministraban los técnicos. Cualquier pregunta sobre la realidad de los hechos, tan alejados de las fantasías del ex ministro, era rápidamente despachada con un discursillo sobre el interés general que representaba el Gobierno y la Administración, y el interés privado, lucrativo, que defendían todos los demás. Oyéndole nos preguntábamos en la redacción de NAUCHERglobal como era posible que alguien dotado de un discurso tan simplón hubiera llegado a los cargos que escaló el señor Álvarez Cascos.
Tercer argumento. El Gobierno cumplió en todo momento con lo dispuesto y previsto en el Plan Nacional de Contingencias, cuyo esquema de toma de decisiones tuvo el ex ministro el mal gusto y la desvergüenza de exhibir. Y cuando se le preguntaba por esa norma, cuyas prescripciones fueron sistemáticamente ignoradas, el ministro insistía, raca raca, sordo a la pregunta, insistiendo en que se hizo lo mejor porque ellos representan el bien común y los demás persiguen con codicia el beneficio privado. Ellos son los buenos y los buenos siempre tienen razón. Si se le agotaba el discurso, o las preguntas aludían a su afición cinegética, satisfecha en plena crisis del PRESTIGE, o a los méritos que pudo haber acumulado para que le otorgaran poco después la medalla de oro de Galicia, acudía solícito en su ayuda el presidente del tribunal, que mandaba callar al importuno letrado.
Así pues, la comparecencia en juicio del testigo que dirigía el Ministerio competente en Marina Mercante no aportó nada de interés. Al contrario, con su táctica de huida de la realidad dejó tras de sí un rastro de confusión y la certeza de que el juicio de La Coruña será un elemento más añadido a la cadena de despropósitos que hicieron naufragar el PRESTIGE. Llevamos diez largos años gastando un dineral que no tenemos para intentar tapar ese error.
De la nadería retórica del ex ministro rescato dos pequeños detalles que, por otra parte, ponen en evidencia el conocido cinismo del personaje. Reconoció Álvarez Cascos la apertura de un expediente informativo a la empresa Remolcanosa, armadora del remolcador RIA DE VIGO, contratado por Salvamento Marítimo, pero que se contrató a la empresa holandesa de salvamento Smit Salvage en la tarde del día 13 de noviembre, hecho de suma importancia para comprender la operación de remolque y la actuación del capitán del PRESTIGE, que supo en todo momento que el remolcador estaba negociando un contrato de salvamento con su armador. El ex ministro se acordaba, en efecto, de ese expediente, anunciado por él mismo en su comparecencia en el Congreso de los Diputados el día 10 de diciembre de 2002, pero no recordaba nada más. ¿En qué acabó el expediente? ¿Qué medidas se tomaron por el Ministerio? ¿Dónde se puede consultar el tal expediente? Nada, el ex ministro no recordaba o no le constaba nada de nada. El segundo detalle resulta más chusco, si cabe. Repitió el testigo varias veces que una de las voces más autorizadas en materia de salvamento, si no la más autorizada, había refrendado la decisión de alejar el buque y hundirlo en alta mar. Se refería al director del CEDRE, un centro francés de investigación de la contaminación marina. Doble mentira. Ni el director del CEDRE, Michel Guerin, representa autoridad técnica o científica alguna en materia de salvamento, ni refrendó el disparate de alejar el buque y “rezar para que se hunda”. Se limitó el señor Guerin a señalar que podría no ser erróneo alejar el buque mientras se buscaba un puerto de refugio para resolver el problema. Por supuesto, el señor Guerin jamás se ha atribuido la expertise que tan ansiosamente le otorga el otrora ministro de Fomento.
Pasó por el juicio sobre el PRESTIGE el señor Alvarez Cascos y dejó tras de sí la sensación de que nos podíamos haber ahorrado las mentiras y las molestias.
Por su parte, el ex prefecto de la Bretaña francesa, Jacques Gheerbrand, confirmó el famoso mensaje de la noche del día 14 de noviembre de 2002, en que pedía a las autoridades españolas que modificaran el rumbo del PRESTIGE, rumbo que les preocupaba y les inquietaba; exageró a su manera los presuntos daños que sufrieron las costas francesas del Atlántico; y relató que sus relaciones con los técnicos de Sasemar, con Jesús Uribe en particular, fueron cordiales y fluidas. A las demás preguntas, el marino Gheerbrand, respondió con el savoir faire de la escuela diplomática francesa: él no puede enjuiciar, ni valorar, ni siquiera opinar sobre las decisiones de las autoridades españolas.