No es difícil toparse con Viento-bajo-mis-alas. Cuando hace bueno, pasada la meridiana paseamos las Ramblas desiertas. Ella y yo. Hoy el balanceo del pailebot SANTA EULALIA ya nos dice que habrá sido un día duro ahí fuera. Me toco la gorra ante el pedestal vacío del marqués de Comillas. «Cuanta inculticia», ríe Viento-bajo-mis-alas adivinando lo que pienso.
Nuestros sentimientos son encontrados. Disfrutamos del paseo en una ciudad anclada constantemente en aquellos domingos por la mañana de los ochenta, cuando las aves nocturnas ya se habían retirado y los hombres de bien apenas abrían el periódico ante un café con leche. Nos reconciliamos con los rincones hasta hace dos días invisibles por la multitud; escuchamos el silencio atronador de las piedras.
Aún hay quien piensa que cuando se descubra una vacuna volveremos mágicamente al ayer. Viento-bajo-mis-alas y yo vemos las persianas cerradas, el puerto desierto. El teletrabajo se ha impuesto haciendo de la necesidad virtud. Quizá en poco tiempo los edificios de oficinas sean monumentos al pasado. Nos preguntamos cuál será el futuro de Barcelona, qué podrán ofrecer al mundo las nuevas generaciones de una ciudad que dejó escapar su industria para centrarse en un turismo y unas ferias que quizás no volverán. «Detroit», murmura ahora Viento-bajo-mis-alas, y yo asiento amargo.
Desde el Maremagnum vemos como el sol de otoño baja perezoso sobre Montjuïch. De repente me señala la bocana del puerto. Una bandada de gaviotas sobrevuela un punto… ¿Será posible? Viento-bajo-mis-alas se arranca a cantar «No somos nada», el clásico de La Polla Records:

Queridos amiguitos, en este mundo todo está bajo control… ¿todo? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste ahora y siempre al invasor con una poción mágica que los hace invencibles: el cerebro.
Entona muchísimo mejor que Evaristo. Me uno a ella. Aún hay esperanza.
ASTÉRIX EN LA BARCELONETA
Como si nada hubiera pasado, los valientes muchachos de la Cofradía de Pescadores que dirige Juan Manuel Juárez siguen trayendo a la lonja el peix de la Barceloneta. De hecho, de alguna forma nada ha pasado. El pescado fresco sigue estando ahí, y la fórmula de pesca social, sostenible y que ofrece un buen producto no tiene por qué dejar de funcionar.
Este hecho tendría que hacernos reflexionar. Un buen amigo acababa de abrir un negocio que funcionaba de maravilla: bocadillos artesanos de magnífica calidad, con el mejor pan y una carrillera que no encuentras en muchos restaurantes que se hacen llamar de lujo. No eran los más baratos, pero a un precio razonable tenías una experiencia gastronómica de primera. Ha tenido que cerrar, aunque confío en que volverá a abrir las puertas: todos queremos volver a comer sus bocadillos bien regados con cerveza artesana.

Vemos flotas de cruceros anclados con la tripulación básica para garantizar el soporte vital. El Confidencial anunciaba el otro día las dificultades de un grupo tan importante como Naviera Armas. El impacto para la economía es incalculable. No solo hablamos de las navieras y sus tripulaciones. Desde la plantación de menta para mojitos hasta la terraza que ofrecía presunta paella valenciana con typical sangría han visto a familias enteras privadas de todo modo de ganarse la vida. De momento, el colchón de los ERTE permite a muchas empresas capear el temporal. No obstante, si la situación continua, le va a ser muy difícil pagar las facturas incluso al Estado.
Los marineros se afanan preparando las cajas. Como ellos yo también me levanto antes del alba para echar el mundo a rodar a fin de que usted lo vea todo en marcha cuando salga el sol. Pero mi silla es seca, caliente, con buen café.
Cuanto todo esto pase no tendremos más que una posibilidad: ponernos en pie y seguir luchando. Rendirnos no es una opción, ni por el futuro de nuestros hijos ni por la memoria de nuestros padres. No sabemos cuál será el futuro. ¿Volverán millones de turistas a Barcelona? Me es difícil no pensar que aquello no era más que una burbuja, que nos hizo ignorar líneas de negocio menos espectaculares pero de mucho mayor calado. ¿Tendrán sentido las ferias de muestras? Raro es el día en el quien suscribe no tiene tres o cuatro teleconferencias con compañeros a miles de kilómetros.
Algo tengo claro: me gusta el pescado fresco. La humilde sardina con ajito y perejil suena en mi alma como una sinfonía de Frank Schweiz. Quizás sea el momento de pensar en los galos de Juan Manuel Juarez y en tantos otros, tantos años ninguneados en favor de gigantes con pies de barro que reventaban una ciudad superpoblada con precios astronómicos, molestias a sus habitantes y precariedad laboral en beneficio de quién sabe quién.
Hay dos momentos para tomar una decisión: ahora y nunca. Ahí lo dejo, pero sepan todos: Viento-bajo-mis-alas y yo podemos vivir sin sangría, pero no sin pescadito frito.