Tras unos larguísimos días de desconcierto e inoperancia, el presidente Aznar tomó dos decisiones: ordenó al ministro de Hacienda, Rodrigo Rato (ahora denostado por el uso desvergonzado de dinero negro), que regara con generosas subvenciones, descuentos y créditos sin interés las zonas de Galicia afectadas por el chapapote; y mandó al vicepresidente Mariano Rajoy que se hiciera cargo de la gestión del siniestro ante la inacción del ministro de Fomento, Alvarez Cascos, perdido en sus meandros personales. Ambas decisiones, aunque tardías, se demostraron eficaces. La primera facilitó que el PP volviera a ganar las elecciones en Galicia. La segunda llevó tranquilidad a la opinión pública y puso cierto orden en el caos de la desastrosa gestión del naufragio.
La historia se repite con el Ébola. Mariano Rajoy, ahora presidente del Gobierno, sólo ha tardado tres días en repetir las decisiones de su mentor (ex mentor, al parecer ya no se hablan). Ha ordenado a la vicepresidenta Soraya Saenz de Santamaría que coja las riendas del drama desatado por la infección de una auxiliar de clínica, poniendo a la ministra Mato en el lugar que nunca debió abandonar; y ha dado instrucciones a Montoro, ministro de Hacienda, para que abra un crédito ilimitado a las demandas que procedan de la señora vicepresidenta.
Probablemente, como en 2002, las decisiones mejorarán la incompetente gestión de la situación creada por la presencia del virus en Madrid, de modo que sólo cabe alegrarse por ellas. Pero sin olvidar que tanto la tragedia del petrolero abanderado en Bahamas como la irrupción del Ébola en España fueron provocadas por las decisiones erróneas de unos cargos públicos nombrados en función del servilismo que habían demostrado, de su proximidad con los jefes o/y de sus méritos espúreos en el partido o en una secta cercana. Nada que ver con la capacidad gestora y el conocimiento de la materia que cabe exigirle a los cargos públicos. En esos nombramientos se escondía la ruina que uno y otro caso han supuesto para la hacienda pública. Que conste.