Verano de 1971, en un puerto del Mediterráneo. Un barco acaba de llegar y se aproxima lentamente al muelle de desguace. Es un carguero de cubierta corrida y cinco bodegas con el puente y superestructura en el centro, entre las bodegas 3 y 4. Tiene tres palos con las cofas a la misma altura que la chimenea y los masteleros desmontables (diseño británico). De la chimenea asciende una indolente columna de humo negro que delata una planta propulsora de calderas y máquina de vapor.
Tal vez la tripulación haya sido contratada sólo para este último viaje.
Es de suponer que los pañoles estarán vacíos o casi. La pintura de la cubierta se habrá ido desprendiendo rechazada por el óxido subyacente y el contramaestre habrá pasado el rodillo con las últimas existencias de pintura.
El cocinero habrá hecho milagros durante los últimos días. El jefe de máquinas también.
Se dan los cabos a proa y el remolcador que le atiende se pone a empujar para acercar la popa al muelle. Se terminan de dar los cabos y las cansadas maquinillas hacen los últimos esfuerzos.
Pronto, las calderas serán apagadas para siempre.
Con los pocos víveres que quedan a bordo, los tripulantes se darán su última comida en la cocina y tendrán hecho el equipaje.
Es de suponer que la oficina del consignatario les abonará el último sueldo.
En el verano de 1971, quien escribe estas líneas, presenció la llegada de los últimos Libertys a los muelles de desguace del Grao de Castellón y el de Valencia.
Aquéllos barcos habían sido pensados para tener una vida útil de cinco años, pero los armadores griegos supieron sacarles provecho durante varias décadas.
Nunca comprendí que se les llamara ugly ducklings (patitos feos), pues poseían una cierta estética.
Tal vez ese apelativo pretendía disimular el hecho de que se usaron para desbordar el rendimiento de los submarinos alemanes proporcionándoles más víctimas de las que podían asimilar.
El número de Libertys producidos por los astilleros americanos superaba largamente al de barcos torpedeados.
Para conseguir ese ritmo de producción se renunció a dotarles de turbinas, pues, la construcción de estas y sobre todo la de los engranajes reductores exigía demasiado tiempo.
Por consiguiente, a los Liberty se les dotó de máquina de vapor alternativa.
Terminada la guerra mundial, el motor diesel se fue imponiendo en los barcos mercantes.
Los Libertys y demás cargueros propulsados por máquina de vapor no superaban los once nudos en las mejores condiciones meteorológicas, y con vientos más allá de fuerza siete su velocidad quedaba reducida a dos nudos … medio nudo…
En caso de temporal, ¡mejor que no hubiera costa a sotavento!
Durante la década de los sesenta, comenzaron a extinguirse rápidamente.
Está anocheciendo en el muelle de desguace.
En el último Liberty, ya nadie encenderá las luces de cubierta, y de su chimenea ya no sale humo.
Sus calderas se han apagado para siempre.