Parece inmediata la denuncia del Tratado Comercial Transpacífico y la denuncia de China como país manipulador de divisas. Eso unido a la posición del gobierno chino para cambiar el eje de su actividad económica desde la posición de una economía exportadora a una más ocupada en el consumo doméstico parece que no va a traer buenos vientos al tráfico entre Extremo Oriente (China) y Estados Unidos, uno de los renglones menos dañados hasta la fecha de las operaciones marítimas internacionales.
La intención de Trump por prestar mayor atención a la economía interna de su país, America First y la anunciada revalorización de las políticas del fracking, si se producen, harán aumentar la producción interna de petróleo en los Estados Unidos, y a salvo de otras circunstancias, no será una buena noticia para los productores de petróleo y sus economías. Ni para el transporte.
La anunciada inversión en infraestructuras, significará crecimiento de la deuda en Estados Unidos, lo que hará aumentar el precio de ésta y posiblemente el valor del dólar (cosa que ya ocurre) con respecto a otras monedas. Los países emergentes de economías dolarizadas, verán aumentar a su vez el coste de su deuda con el perjuicio subsiguiente a su capacidad de consumo.
Fruto de todo ello, sería un débil –en su caso- crecimiento del comercio mundial y en consecuencia una atonía general en crecimiento del tráfico marítimo. Excepto –probablemente- el intra-asiático, que es hoy el tráfico más activo.
Lo que sí parece es que el achatarramiento de portacontenedores es una realidad que se consolida. Veremos qué pasa con los petroleros y el transporte de graneles. Una buena noticia es que el índice Baltic para graneleros ha pasado de los 1.000 puntos.
Desde que el mundo es global, no parece si no que el efecto mariposa o algo muy similar es cada vez más una realidad incuestionable en las relaciones humanas. Veremos qué consecuencias nos trae al negocio marítimo, que es nuestra materia, el efecto Trump.