“Barcelona, perla del Mediterráneo” es un documental rodado entre 1912 y 1913 que la Sociedad de Atracción de Forasteros de Barcelona encargó para dar a conocer los encantos turísticos de la ciudad. De entrada muestra a tres señores comiendo de lujo en una terraza de la Barceloneta que ofrece una panorámica portuaria. El siguiente plano es un recorrido en bote por las dársenas para mostrar el poderío comercial que tiene la ciudad: muelles repletos de vapores y veleros de carga, tinglados, grúas, y estibadores en plena actividad. Además, enfoca el monumento a Colón y resalta su cercano hotel/restaurante Mundial Palace, hoy una sede oficial. El resto del puerto y sus barrios aledaños carecían de especial interés para atraer turistas. Hoy, ya sin eslóganes, Barcelona es la perla del Mediterráneo y su viejo puerto, su cara más brillante con sus entornos de ocio, comercio, restauración y deporte: las Ramblas, Barceloneta, Ciutat Vella, marinas, Maremágnum, playas y paseos marítimos.
Si el responsable del documental hubiese sido más perspicaz habría filmado también la privilegiada zona de la playa de San Sebastián (Barceloneta) que los barceloneses llevaban décadas disfrutándo. Pero, claro, al turismo de calidad de entonces le daba más por visitar iglesias y palacios, comprar en el Paseo de Gracia, pasear por la Ciudadela, divertirse en el parque de atracciones del Tibidabo y sorprenderse con el Parque Güell. La brisa y los baños de mar, los paseos por la playa, los ambientes populares y los tipismos figuraban poco en sus agendas de viajes. Las barreras y prejuicios sociales apenas dejaban margen para gozar de todo aquello que no se considerase de selecto buen tono.

La populosa Barceloneta y la promiscuidad de diversa índole en sus playas y casas de baños ahuyentaban a quienes, además de dinero, tuviesen remilgos, aunque no a las clases medias barcelonesas, e incluso a burgueses. Faltaban entonces los forasteros low cost, porque pocos se podían permitir viajar caro y pasar unos días gastando sin trabajar. Por eso en las guías de viajes ni siquiera figuraban el puerto, los barrios marineros y las playas. Tal como puede verse en la exposición “Barcelona, atracción de forasteros (1831-1929)”, de libre acceso en la Biblioteca Arús hasta el día 10 de septiembre.
Las guías de Barcelona a mediados del siglo XIX no eran específicas para los forasteros. Daban información útil para todos (directorios), sin reseñar las cosas de especial interés más allá de los edificios civiles y religiosos. Las protoguías de turismo datan en Barcelona de la Exposición Internacional de 1888 y presentaban la modernidad de una ciudad que presumía de cosmopolita porque, para la ocasión, se había renovado y embellecido a rebufo de su revolución industrial y burguesa.

Los visitantes/forasteros podían recorrer las dársenas del puerto a bordo de las barcazas ómnibus, “Las Golondrinas”, y acabar en la Barceloneta para disfrutar en la casa de Baños Orientales y comer excelentes paellas a precios asequibles porque eran los propios pescadores del barrio quienes ponían sus capturas frescas, casi coleando. Y el tramo bastante cercano al puerto de la Avenida del Paralelo acabó siendo ya a principios del siglo XX un centro de ocio y de espectáculos sin apenas parangón en la ciudad.

En el extremo sur del puerto, hasta se podía apostar en el hipódromo (1883) y divertirse “al tiro de pichón” en Can Tunis (Sans-Montjuic), una zona que replicaba, aunque en humilde, la Barceloneta. Sus playas se perdían hacia el Llobregat, habiendo espacio para todos. Los pescadores y bañistas, los buenos restaurantes y merenderos de caseta, se intercalaban con balnearios, fábricas, masías de hortelanos y hasta con un prometedor astillero (vapor “Olesa”, de 2.500 toneladas). A los barceloneses les quedaba algo lejos esta zona de ocio, pero se acercaban allí en tranvía hasta que la ampliación del puerto, a partir de 1927, dio al traste con todo en 1967, año en que también se derruyó el faro de la bocana bajo el cual estuvo muchos años el restaurante Mar i Cel.
Pero tanto la Barceloneta como Can Tunis ofrecían ese tipo de atractivos tan populares que las lustrosas guías informaban de ellas solo de pasadas, ¡y gracias!, porque las playas no salían en tales textos ni en los planos. Eso a pesar de que desde mediados del siglo XIX figuraban en los bandos municipales que pedían que allí se “mantuviese el orden y la decencia (segregación por sexos…)”; o en la prensa reseñando que en la playa de la Barceloneta se estaba formando “una especie de población de baños” con restaurantes, puestos de prensa, zonas exclusivas para señoras y aparatos de gimnasia (1864).
Décadas después, los diarios destacaban los problemas de concurrencia que sufría dicha zona de ocio: “Sería conveniente que se aumentase el número de carruajes que van a los establecimientos de baños de la Barceloneta para no tener que sufrir a causa de la aglomeración de gente, escenas lamentables que desdicen de la cultura de esta ciudad, como la que fuimos testigos ayer en uno de los aludidos coches.” («La Dinastía», 02.07.1895)

Esto cambió entrado el siglo XX. Las casas de baños y balnearios dieron paso al Club de Natación Barcelona (1907), y otros clubes similares también recalaron en la parte exterior del hoy muelle de Pescadores, dando lugar al Club Natación Barceloneta (1929). Y gracias a los existentes clubes de Regatas y de Vela se fundó el Real Club Marítimo (1902), cuya sede y nombre anduvieron a la deriva hasta 1959. No hubo marcha atrás. Los deportes acuáticos se sumaron para siempre al ocio de paseos, baños y chapuzones.
Allí no quedaba todo. Dichos clubes, y otros más, celebraban fiestas y competiciones que eran todo un espectáculo. Además, el casino San Sebastián de la Barceloneta (1928) permitió a la burguesía ostentar su clase a ras de playa, tras haber descubierto el lado lúdico del mar, y de pasó prestigiar dichas áreas turísticas y sus cercanos restaurantes.
Las industrias seguían allí; la actividad portuaria, también. Pero las aguas del litoral y amplias zonas del puerto y aledaños empezaron a ser una fiesta, cuyos ecos llegaban hasta Poble Nou (Club Natación Poble Nou) y, como apunté, reverberaban con fuerza en Can Tunis. Nada sería lo mismo. El ocio, el comercio, la buena mesa, el deporte, el esparcimiento acabaron por instalarse en el viejo puerto, sus barrios y zonas cercanas. No pudieron retener Can Tunis porque la prolongación del puerto se hizo a sus expensas (Zona Franca, área de Inflamables, ZAL). Faltaba el turismo de masas, pero por entonces era prescindible. Bastaba con la parroquia cercana.
HISTORIA DE DOS CIUDADES
El escritor Eugeni D´Ors Rovira (1882-1954) propuso y anticipó el éxito turístico de Barcelona: “Una capital siempre ha de ser atractiva para el turismo” (Glosari, 1915); “Barcelona podría fácilmente llegar a ser una ciudad de invierno [referencia a Niza], quizás la más notable y concurrida de Europa” (“Proyecto de enlaces”, 1920). El intelectual barcelonés acertó de pleno. La ciudad había empezado a promover el turismo con la semipública Sociedad de Atracción de Forasteros (1908), que editó el primer Plano Monumental de Barcelona (edificios/lugares emblemáticos) y encargó el Documental antes referido (1912).
La publicidad se acompasaba con medidas para acoger y deslumbrar a los turistas. Se construyeron la Terminal Marítima (1907), los hoteles Universal Palace, Colón (1918) y Ritz (Palace, 1919), mientras se abría la Vía Layetana y en el Ensanche cundían los edificios singulares, en especial en el Paseo de Gracia. Además, el Ayuntamiento se sacó de la manga el Barrio Gótico para impresionar y, ante todo, para dar a la ciudad rango de gran capital. Una ciudad con más de 2.000 años de historia tiene recursos de sobra para dar el pego incluso con un barrio gótico de parque temático que trasfigura hoy a los guiris con el flamígero Pont del Bisbe, en la calle Obispo.

Mientras la mitificación de Barcelona estaba en curso y se consolidaban sus íconos previos a la Sagrada Familia (monumento de Colón, Arco de Triunfo, obras acabadas de Gaudí), el turismo de mar, playa y deportes náuticos empezaba a tener mucho a favor. El primer vuelo en aeroplano de exhibición fue en el hipódromo de Can Tunis (1910) y la primera línea comercial aérea se abrió en 1927, prolegómeno del turismo masivo que hoy va del aeropuerto a las playas y a los cruceros. Y el actual Paseo Marítimo era un ambicioso proyecto en 1918. También revertió en el turismo, abocado a las playas y al puerto, la Barcelona de ferias y congresos (Salón del Automóvil, 1921; de la Moda, 1923), constituyéndose en 1932 como entidad la Feria de Muestras de Barcelona. Y la Exposición de 1929 propulsó el turismo con el Palacio de Montjuic (Palau Nacional), edificios de exposiciones, fuente, El Pueblo Español, parque, hotel Miramar, teleférico del puerto.

Fastos aparte, el popular atractivo del puerto y las playas fue a más porque los propios barceloneses aprovechaban cualquier nueva oportunidad que les brindase dicha zona. A espigones más largos (1904-1926), más recorrido de rompeolas para pescar, pasear, hacer deporte. También para comer; la mayoría sobre los dados de la escollera y muchos en el restaurante que estaba debajo del faro, en la entonces bocana del puerto. El local se llamaba Mar i Cel (1920), antecesor del también famoso restaurante Porta Coeli, derribado en 2000 al ampliarse el puerto. ¡Qué tiempos!, cuando todo estaba permitido en los espigones, incluso recorrerlos en coche y aparcar allí por decenas para comer unas patatas bravas, mejillones a la marinera… entre el mar y el cielo, viendo enfrente a Montjuic y bajo los pies al hipnotizante movimiento de los barcos que entraban y salían del puerto.
“Las Golondrinas” contribuían a ello, desde las escalinatas de Colón, realizando viajes directos a dicho restaurante, además de las que salían hacia la playa de la Barceloneta o, simplemente, ofrecían un recorrido por las dársenas para admirar, casi acariciar, el espectáculo del puerto comercial (maniobra de los buques, operaciones de carga). El actual servicio de las Golondrinas resultaría comparativamente anodino si no saliese del puerto para ofrecer una vista panorámica de la ciudad.

Ricard Opisso Sala (1880-1966) ilustró el gozo de los barceloneses en las playas y entornos portuarios cuando Barcelona empezaba a ser la historia de dos ciudades, la residencial y la del ocio, a la espera de transitar al fin hacia el norte por el prometido Paseo Marítimo (Plan José Rafo). La apertura del primer tramo de dicho Paseo (1959-61) fue el aviso definitivo para que saliesen del puerto y aledaños las industrias y se diese la bienvenida en masa a quienes aprovechasen las extraordinarias condiciones que tenía Barcelona para el ocio. ¡Hola turistas, adiós fábricas!
En un proceso, algo paralelo, se desmilitarizó el puerto. El cuartel de las Drasanas pasó al Ayuntamiento (1935); el de San Fernando de la Barceloneta, tras la Guerra Civil; y el del castillo de Montjuic, en 2007. También la Guardia Civil dejó su cuartel en la Barceloneta. Quedan en el Puerto, la Capitanía General, el Sector Naval de Cataluña y la sede regional de las Fuerzas Aéreas. La presencia de la Armada en las dársenas es anecdótica, más bien visitas de cortesía.
El crac del 29, la inestabilidad en Cataluña, la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, con sus posguerras, pospusieron el éxito turístico de Barcelona que predijo D´Ors. Las cifras confirman lo mucho que costó aupar el prometedor sector turístico. En 1918, la Sociedad de Atracción de Forasteros atendió a 22.000 personas e informó a otras 132.000. Una nimiedad para lo que vino. Pero hasta cuatro décadas después no llegaron a Barcelona 140.000 turistas al año. A partir de entonces empezó el boom. De los 1,5 millones en 1973 se pasó en 2019 a 12 millones, tres millones de ellos cruceristas. Esto último es prodigioso, pues en 1996 solo habían llegado 200.000. ¡Quién lo iba a pensar en 1854 cuando el vapor EBRO, de Naviera Tintoré, realizó en seis días el primer crucero de recreo: Barcelona-Mahón-Palma de Mallorca-Barcelona!

Las cifras de turistas, cruceristas, pasajeros de ferris (1,4 millones), pernoctaciones, visitantes… son discutibles y solapables, no el éxito turístico. El puerto de Barcelona empezó a ser atractivo de verdad entre 1951, con la notoria llegada de los marines de la VI Flota estadounidense, y 1961, con la inauguración del primer tramo del Paseo Marítimo que al tiempo acabó llevándose por delante las 1.400 barracas de la playa de Somorrostro.
A partir de entonces, Barcelona nunca se tomó vacaciones para convertirse en la capital del ocio en el Mediterráneo. Contó con las aguas cálidas, los precios bajos, el patrimonio monumental, la seguridad ciudadana, la oferta cultural, los vuelos chárteres, el buen hacer de los catalanes, los turoperadores, la sociedad de consumo y la plataforma de despegue puesta en Occidente con el estado del bienestar y con los treinta años gloriosos que terminaron en la crisis de 1974 y su réplica en 1982.