En la última década, España ha conseguido afianzar una posición privilegiada en el sector del turismo de cruceros, superando ampliamente los 10 millones de visitantes anuales. Puertos como los de Barcelona, Palma de Mallorca, Valencia, Málaga, Cartagena o Vigo se han situado en lo más alto de los europeos, generando una aportación productiva esencial en la economía española.
Antes de la irrupción de la pandemia de la Covid-19, que todo lo ha trastocado, los expertos auguraban un largo recorrido a los cruceros, impulsados por la desestacionalización, la diversificación de destinos o la reducción de costes del transporte marítimo. Esa conjunción de factores permitió que los cruceros, hasta hace algunos años considerados un lujo al alcance de muy pocos, fueran una actividad accesible para un segmento más amplio de la población. De hecho, la industria crucerística aporta un volumen de negocio de más de 4.500 millones de euros, da empleo a más de 33.000 personas y supone una décima parte del PIB turístico.
Estas cifras no parecen haber sido suficientes para que las Administraciones públicas hayan dejado en la estacada al sector, que lleva casi ocho meses paralizado y sin actividad. En una reunión reciente con los dirigentes de las principales navieras que operan en el puerto de Barcelona (el principal de Europa de este segmento), la presidenta de la autoridad portuaria, Mercè Conesa, aseguró que “la intención del puerto es la de reiniciar la actividad a partir de 2021, trabajando conjuntamente con las autoridades sanitarias para garantizar unas terminales libres de Covid y unos protocolos seguros para los viajeros y para los ciudadanos de las localidades visitadas”.
En la misma línea, el primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona, Jaume Collboni, admitió que se trata de un sector clave para la economía, que favorece un modelo de turismo sostenible medioambiental y socialmente, compatible con la vida en la ciudad. Un caso similar está viviendo el puerto de Palma de Mallorca (segundo en el ranking español y cuarto de Europa), donde estaba prevista la llegada de casi 600 escalas durante la temporada de verano. Allí, las navieras denuncian que incluso los buques que estaban operativos a mediados de junio se encontraban con dificultades para entrar en un puerto aunque no tuvieran a nadie con coronavirus a bordo.
Más allá de las promesas y la buena voluntad política, resulta inadmisible e inexplicable la marginación y el olvido que está sufriendo este sector. En otros medios de transporte público, se permite alcanzar la capacidad máxima de pasajeros sin realizar previamente ningún test de Covid-19 e, igualmente, se consideran seguros. En el caso de los buques de crucero, estas pruebas se realizaban y se siguen practicando. Parece lógico que, igual que sucede con los eventos culturales en cines y teatros, se opte por una restricción del aforo, pero en ningún caso la suspensión total de la actividad.
Tal como aseguran desde CLIA (Cruise Line International Association) España, que representa a la principal asociación de compañías de cruceros del mundo, el sector ya hace tiempo que “establece medidas de seguridad y sanitarias para otorgar confianza al turismo azul”. Incluso antes del coronavirus. La entidad no encuentra justificación para que los cruceros sigan estando vetados en los puertos españoles. Nosotros, tampoco.
Desde principios de noviembre, el Gobierno de Canarias ha autorizado que los cruceros operen entre los puertos de las islas. Mientras que en otros países la actividad de los cruceros se ha reprendido, aquí –salvo alguna excepción- continúa parada. Y lo más grave, durante estos meses, ningún dirigente político se ha dignado a abordar la creación de una normativa sanitaria estatal que favoreciera la reanudación de los viajes. La patronal CLIA recuerda que todos sus cruceros realizan los test de coronavirus a los pasajeros y a la tripulación. La situación resulta tan chocante, que se puede viajar en metro, autobús, tren, avión o incluso ferry… pero no en un crucero.
El sector ha invertido grandes esfuerzos en dotar a sus barcos de seguridad marítima y sanitaria. En las dos últimas décadas, las navieras han apostado decididamente por la innovación y la sostenibilidad. Así, han construido sistemas de eliminación de residuos y filtros para reducir las emisiones contaminantes y han diseñado buques propulsados con energías limpias, como el gas natural licuado. Todas las acciones han ido encaminadas a alcanzar las demandas de sostenibilidad de los pasajeros y de la sociedad en general.
Un ejemplo de este compromiso ha sido la celebración reciente del I Congreso de Turismo de Cruceros de Andalucía, que tuvo lugar a finales del mes de octubre en Sevilla. En el encuentro, se habló de conceptos como la tecnología, la sostenibilidad o la experiencia del cliente. En ese foro, se debatió sobre destinos turísticos inteligentes, introduciendo inevitablemente la aplicación de las nuevas tecnologías en relación a los puertos.
Una de las navieras de referencia del sector, MSC Cruceros, en una conversación reciente con NAUCHERglobal, recordaba la puesta en marcha de un nuevo protocolo de seguridad para analizar todos los posibles casos de coronavirus a bordo, después del aumento de los contagios. Ahora, los test se realizan al principio y a la mitad de los cruceros de una semana y de 10 días. Además, la tripulación se somete a una prueba semanal.
Una portavoz de MSC admitía que el sector arrastra una mala imagen inmerecida, “ya que desde el momento en que embarcamos, nos convertimos en un grupo burbuja y eso no se tiene en cuenta”. En este sentido, insiste en que “nos tienen olvidados”. Incluso, explica que el rastreo de contactos en el barco se hace a través de una pulsera con tecnología bluetooth. MSC Cruceros es una de las pocas excepciones de un panorama desolador para el sector. De momento, tiene dos cruceros en funcionamiento: el MSC GRANDIOSA y el MSC MAGNIFICA, con rutas por Italia, Grecia y Malta.
Más allá de estas situaciones concretas, muchas empresas se encuentran en una situación delicada, con flotas fondeadas o amarradas en busca de que lleguen tiempos mejores. La crisis les ha llegado cuando registraban crecimientos exponenciales, por lo que cabe esperar que tengan cierta capacidad de resistencia. De momento, la española Pullmantur ha presentado un concurso de acreedores y Carnival Corporation ha anunciado un plan de despidos masivos. En su intento desesperado de buscar liquidez, muchas compañías se están deshaciendo de los buques más antiguos, que acaban en la chatarra.
Como en todas las crisis, en este caso son empresas turcas de reciclado de buques las que en esta ocasión sacan tajada de la coyuntura y, parafraseando la novela de Carlos Ruiz Zafón, Turquía se ha erigido en el cementerio de los cruceros olvidados.
Antes de que sea demasiado tarde, es necesario que las medidas de reactivación económica, procedentes del fondo de reconstrucción de la Unión Europea o en forma de ayudas estatales, lleguen al sector de los cruceros para que este coja aire. Aunque esté sufriendo, es un espacio que lo conforman empresas solventes con una viabilidad demostrada y que ofrecen un servicio cada vez más demandado por la población. Las compañías ya habían iniciado un proceso de renovación de la flota antes de la crisis y siguen manteniendo los plazos de entrega de los nuevos barcos.
Acusar a un ámbito que arrastra a turistas que, en el caso del puerto de Barcelona se dejan de media 200 euros por persona y día en la ciudad, de poco valor añadido parece una broma de mal gusto. Casi tanto como la de las Administraciones que se ponen de perfil y mantienen en el olvido un sector muy relevante para la economía española.