Hace unos años publiqué en la editorial Nautical Union Works, que dirigen con encomiable ilusión dos capitanes mercantes, Ángels y Joan, una novela que titulé “Petrolero de fortuna”. Contaba la historia de un capitán y de una tripulación que hunden un petrolero tras vender el cargamento de crudo en un puerto de Sudáfrica. El embargo decretado por las Naciones Unidas para obligar a la República Sudafricana a abolir el régimen del apartheid, puro racismo en beneficio de los ciudadanos de piel blanca, o amarilla si poseían pasaporte japonés, hacía posible operaciones clandestinas de transporte de petróleo que efectuaban, por supuesto con conocimiento de los países que habían votado el embargo, determinadas navieras. La novela le daba un giro a esa realidad al convertir a los marinos en ejecutores del negocio en su exclusivo beneficio.
Para ello, la novela inventa el misterio del DESTINY, el misterio del petrolero de bandera de conveniencia que desaparece sin dejar rastro a la altura de Luanda, Ángola, en ruta entre el cabo de Agulhas y Cabo Palmas. En su parte final, Petrolero de fortuna” desvela que en realidad el DESTINY había sido desfondado frente a las costas de Mozambique y que habían seguido trasmitiendo situaciones ficticias como si en realidad siguieran la derrota normal de un petrolero con destino a un puerto europeo desde el golfo Pérsico, por la ruta de El Cabo. Una simple simulación.
El cuantioso botín a repartir entre la tripulación hacía verosímil el acuerdo para hundir el buque y desaparecer tras un cambio de identidad facilitado por las autoridades sudafricanas. De todas maneras, para acentuar la verosimilitud de la novela, los confabulados han de matar a cuatro compañeros que no aceptan la perspectiva de no volver con sus familias, pues oficialmente están todos muertos en el buque desaparecido.
He seguido con interés creciente las noticias que han ido soltando los medios sobre el avión de Malaysia Airlines desaparecido en pleno vuelo entre Kuala Lumpur y Pekín el pasado 8 de marzo. Los primeros días todo hacía indicar, o a eso inducían las informaciones, que el avión había sufrido un fatal accidente por causas desconocidas. La posibilidad de un acto terrorista aparecía de forma tímida, desmentida al instante por las autoridades de Malasia, encargadas de la investigación del siniestro como Estado de bandera del avión.
Durante varios días desplegaron un formidable dispositivo de búsqueda por la zona marítima donde, a tenor de las comunicaciones del vuelo, se suponía que habría caído el avión. Sin resultado. En los días sucesivos, a cuentagotas, iban apareciendo informaciones que complicaban la historia y la arrastraban desde un posible accidente a un eventual sabotaje de no se sabe quién. Mezclado todo ello con protestas diplomáticas de Pekín contra el gobierno malasio por su ineficaz investigación, pues chinos eran la mayoría de los pasajeros, y con escenas explícitas del dolor de los familiares de los 239 ocupantes del avión. De modo que se amplió sensiblemente el área de búsqueda hacia zonas que nada tenían que ver con la ruta que había de seguir el aparato para llegar a su destino. Las informaciones publicadas chorreaban confusión al acoger de aquí y de allá supuestos hallazgos y testimonios relacionados con no poca fantasía con el vuelo desaparecido.
Como en “Petrolero de fortuna”, los investigadores del siniestro llevan días investigando la vida del comandante Zaharie Ahmad y de la tripulación del Boeing 777-200, cuyo nombre no nos ha sido revelado. Todas las sospechas están encima de la mesa, afirman, mientras nos ofrecen imágenes cogidas a vuelo, sin relación con el siniestro, de la cabina de mando de un avión con dos pasajeras rubias aparentemente invitadas por los pilotos, fotografías del comandante Ahmad en su vida privada y de algunos tripulantes, particularmente del copiloto, Fariq Abdul. Todo vale, cualquier cosa que tenga algo que ver con el misterio del vuelo MH370 es captada por los periodistas y suministrada a la opinión pública, confundida y perpleja ante toda esa información inconexa, disparatada y absurda.
A día de hoy, 20 de marzo de 2014, trece días después de la desaparición, los medios, que ya habían dado por amortizada la noticia, sustituida en las cabeceras por las peripecias del Vladimir Putin en Crimea, ven respirar de nuevo la historia con el oxígeno que desde Australia les envía la prestigiosa Agencia de Seguridad Marítima (Australian Maritime Safety Agency, AMSA). Dice AMSA que le han llegado mensajes de fuentes diversas, que no identifica, que sitúan el avión en una zona al sur de Malaisia, en una ruta contraria a la que en teoría había efectuado el avión. Doce días de comunicados oficiales sobre la trayectoria del aparato de acuerdo con las comunicaciones y detecciones de los radares de los centros de control han quedado pulverizadas, sin más. Aseguran incluso los técnicos de AMSA que ya han detectado un resto que probablemente pertenece al Boeing 777-200 de Malaysia Airlines a unos 2.500 kilómetros al oeste de la costa occidental de Australia y a unos 4.000 kilómetros al sur de Kuala Lumpur. En el profundo océano Índico.
Las últimas versiones publicadas sobre el misterio del vuelo MH370 daban por hecho que la tripulación, o algunos de sus miembros, tal vez con la complicidad de determinados pasajeros, secuestraron el avión con el propósito de conducirlo a un lugar desconocido, pero acabaron por estrellarse en algún lugar del océano durante el intento.
¿Cuál era el plan de los secuestradores? ¿Intercambiar los pasajeros por los reclusos olvidados en la base norteamericana de Guantánamo? ¿Participaron en el secuestro las autoridades iraníes, los servicios secretos paralelos de Pakistán o los radicales musulmanes organizados en Indonesia? ¿Está secuestrada la información mientras los gobiernos del primer mundo pergeñan un relato admisible? ¿Volveremos al principio y nos dirán que sólo se trata de un accidente sin aclarar, uno más? En cualquier caso, el móvil será con toda seguridad político-religioso, obra del casi olvidado eje del mal que fabuló aquel menestral del cine llamado Reagan mientras ocupó la presidencia de los Estados Unidos.
Dicen las autoridades que todo es posible. Vivimos en una ficción, en el show de Truman, pero nos resistimos a creerlo. Seguiremos informando. Tal vez algún día sepamos la verdad.