Es posible distinguir dos tendencias o grupos de escritores entre los que proceden de las escuelas de náutica y de la práctica profesional a bordo de buques mercantes. Una de ellas, la menos nutrida, intenta hacer literatura de ficción dentro del paisaje que componen buques, marinos y puertos. Elías Meana, premio Nostromo con “Maria la bonita”, y Manuel del Blanco, también premio Nostromo con “El estiércol del diablo”, serían dos buenos ejemplos de este grupo. El otro bloque, ampliamente mayoritario, se nutre de los recuerdos y experiencias vividas por el autor, narradas con fidelidad, aunque a veces se cambie algún nombre propio o se camufle algún lugar. Este segundo grupo tiene diversas variantes en función de la personalidad del escritor y del tema o momento que haya decidido narrar. Así, Rafael Algarra, representa el autor de mirada inmisericorde con las miserias de la sociedad embarcada, un autor incómodo y acre para quien los buques están más cerca del infierno que de la tierra. Cecilio Pineda, por su parte, tiende a mitificar la experiencia a bordo, ora heroica, ora ejemplo de esfuerzo y valor, dejando su literatura un rastro épico difuminado, tal vez, por una escritura desavenida. Y Josep Fontdecaba, ganador del 7º Premio Nostromo con “Siete eslabones”, representa el realismo sin concesiones, el escritor dispuesto a contar sus vivencias sin más ambición que preservar del olvido las emociones y los sentimientos de esos pasajes de la vida del marino que el autor estima como únicos e irrepetibles, dignos de la letra impresa. A esta clase pertenece, sin duda, Fernando Verdejo Vendrell, autor de “El María del Mar ha entrado en puerto”, Nautical Union Editorial, Tarragona 2012.
“El María del Mar ha entrado en puerto” está compuesto por doce relatos cortos, doce destellos de la vida marítima del autor, escritos con prosa elegante y sobria, sin metáforas ni otros recursos estilísticos, sacrificados en aras a la autenticidad de la historia y a la claridad expositiva. Historias contadas con la humildad de quien sencillamente quiere compartir la nostalgia de un tiempo en que nuestras vidas protagonizaron grandes aventuras y conocieron profesionales admirables y se enamoraron de la mujer que estaba allí cuando el futuro escritor, entonces marino errante, tenía el corazón en celo.
El primer relato, que da título a la obra, cuenta el embarque de un joven agregado en un barco inservible que ha de venir desde Finlandia a Barcelona, pasando por Bremen y Hull para transportar 500 toneladas de butanol. Un embarque lleno de peligros, de avatares y sufrimientos sólo aptos para profesionales con vocación y necesidad. Este relato es de hecho el único plenamente marítimo, todo transcurre a bordo, en la mar o en puerto.
Los demás relatos, hasta completar la docena, tienen los puertos y los barcos como permanente referencia, más o menos próxima o lejana. Hay la historia de un cocinero, un maquinista y una esposa infiel; hallamos la historia de un marino de cortísima vida profesional que supo hacer fortuna en Dallas acariciando los oídos de las mujeres ricas del lugar; contemplamos la peripecia del CITY OF MONTERREY, secuestrado por los castristas advenedizos de primera hora, a los que logran burlar con ayuda de un sacerdote revolucionario; y podemos leer las historias admirables del capitán Sorensen y de la capitana de salvamento Erika Nielsen, dos relatos que muestran la entrañable generosidad del autor con sus personajes y la honda devoción que siente por el trabajo del marino.
Leí el libro de Verdejo durante una mañana calurosa del mes de julio, de un tirón, entre las 6 de la mañana y las 12, mediodía hora oficial, ganado por la prosa sincera y llana del autor, y por su mirada transparente y respetuosa sobre situaciones, circunstancias y personas. Disfruté cada relato, y en cada relato aprendí algo gozoso que alimentó mi optimismo por la vida. Pero hubo dos que me obligaron a reposar la lectura y me arrancaron lágrimas de corazón, un torrente emocional que hacía mucho tiempo que no sentía. El relato titulado “Maureen”, una historia de amor y de muerte contada con una exquisita sensibilidad; y el que le sigue, titulado “Manuel Castro”, un marinero simple, indefenso y fiel que, como tantos otros marinos, veía en los paisajes cambiantes de la cubierta, a la luz de la luna, sombras chinescas con las que construir mil y una historias.
Llegado el final, cerré el libro y con el mismo fervor con que agradecí a García Márquez, a Borges, a Marsé, a Proust, a Vázquez Montalbán, a León Felipe y a tantos otros escritores los momentos de felicidad que me habían regalado, pensé en Fernando Verdejo y profundamente agradecido me despedí de su obra, “El Maria del Mar ha entrado en puerto”. Hasta siempre.