Eran las diez de la noche, a 27 millas del cabo San Vicente, el que –citando a Estrabón– fue «el punto más occidental de todo el mundo habitado», en el extremo sudoeste de la península Ibérica. Era verano, la noche del 27 al 28 de junio de 1974. Allí empezó todo. O acabó, según como se mire.
En ese momento la tripulación del mercante portugués de bandera panameña se sobresalta a causa de un golpe. Por la zona en que estaban difícilmente el CAPITÃO BARRETO –que ese era el nombre del barco– podía haber golpeado con nada. Así lo relató el comandante Duarte Novo a la prensa de la época: «eran las diez de la noche; estaba en el puente. De pronto sentí como un golpe debajo del barco. Los marineros de proa se alarmaron». Su reacción fue rápida: «Mandé al contramaestre a la bodega. Tres minutos después me comunicó que había agua, y cinco minutos más tarde ésta había llegado a los tanques de gas-oil. El barco se hundía y se hundía. La mar estaba inquieta, tanto como todos nosotros. No tuvimos otra salida: embarcamos en dos botes y dejamos la nave, que se hundía más y más hasta desaparecer».
La tripulación al completo –formada por veinticuatro marineros portugueses– se salvó. Es una historia con un buen final, al menos a nivel humano. Fueron recogidos después de seis horas del hundimiento por el EXPORT PATRIOT, en aquella época un flamante carguero de la American Export Lines, compañía fundada en 1974. La radio y la rápida toma de decisiones les salvó la vida.
El CAPITÃO BARRETO –con 354 toneladas– contaba con 45,3 metros de eslora, 8,03 de manga y 3,77 de puntal. Tras su naufragio queda despejar la incógnita de la causa que lo provocó. Quizá ahora, que han pasado más de cuatro décadas, sea más fácil obtener información sobre el submarino que probablemente causó el naufragio, al colisionar esa noche con el CAPITÃO BARRETO. El final del CAPITÃO BARRETO necesita eso, un punto y final.