Un marino de verdad, dicen, solo tiene miedo de dios y de sí mismo, y pongo a dios primero únicamente porque es más antiguo en el escalafón. ¿En verdad habéis venido a que hablemos de palabras? Valiente empresa. ¿Qué añade toda la ficción a la realidad? ¿Es acaso más armoniosa la poesía que las matemáticas? ¿Es mejor una novela que la simple belleza de la historia de un reloj de madera que midió el mundo? Sí, podría ahora conmoveros con palabras como “¡¡Corre, Bambi!!” -pausa dramática-. Toca el corazón, ¿verdad? Pero el cervatillo solo existe en la imaginación de los niños. Esos niños, por cierto, a los que Pedro Marinero tiene orden de dejar pasar al reino de los cielos.
Pero no nos perdamos. Nos dedicáis vuestro tiempo. Tiempo. Ese que termina con todos los tiranos y todos los imperios. No, no puedo simplemente hablar de palabras. Dice Patanjali que al tirarlas sobre el bellaco papel se mustian. ¡Mirad vuestras almas! Sabéis de la noche oscura en la mar, donde lo único que enjuaga vuestras lágrimas son los rociones. ¿Y venimos aquí a impresionaros con manchas de tinta sobre un papel?
La forma más simple de tocar un corazón es el miedo. Cualquier tirano del tres al cuarto puede utilizarlo para dominar a millones. Que te quieran o respeten es muy complicado. No hablemos de un amigo mío, en el sentido completo de esa palaba y no en el de Facebook. Una vez le hice una putada, y yo no tenía valor de ir a mirarle a la cara. Vino a mí, a ver que me pasaba, si me encontraba mal, que para eso están los amigos. No está eso al alcance de mi alma ni de mi pluma.
Pero al tema, que nos vamos perdiendo. Yo tenía hoy que conmoveros, y de momento parece que únicamente está siendo con eso tan marinero: el mareo. Mi pluma llega donde llega, vamos a lo fácil. El miedo.
Andaba pensando en cosas que dan miedo. El monstruo que se esconde bajo la cama. Desde muy niño, en fin, ya sabéis, la convivencia de tantos años. Al final, alguna vez hemos terminado yendo de cervezas. Hacienda. Huy. Bueno, tampoco es cosa de pasarse.
Algo que dé mucho miedo. Decidí al final hablar de espejos. El espejismo te engaña, se especula en bolsa. El espéculo del proctólogo además de esdrújulo es ominoso. Con las primeras luces de otoño miro al espejo y veo el rostro de mi padre, dice la poesía. Se decía de Mishima, el escritor japonés, que no necesitaba una ventana para sus obras, simplemente un espejo. Una mañana secuestró al ministro de defensa y se abrió el vientre en su presencia con una katana. Creedme. Los espejos no son buenos. En Drácula, el profesor Van Helsing le muestra uno al vampiro. Éste, sabio más por viejo que por diablo, no se deja atrapar. Solo el vanidoso busca al espejo para mentirse, parar morir ahogado como Narciso. ¿Y qué hacemos cada mañana al levantarnos? Enfrentarnos a él, quizás para que como notario de fe de que falta un día menos para nuestra muerte.
Están locos esos humanos, que diría Asterix. Hasta los feos tenemos un espejo en casa. Y es que lo terrible siempre nos ha llamado. Hablemos hoy pues de lo peor. Hablemos de espejos.
* * *
En el siglo XIV Abraham Cresques pone al mundo conocido ante un espejo, y publica el Atlas Català -es decir, nunca lo olvidemos, el mapa del mundo-. Siglo y medio después Piri Reis publica el mapa del mundo por conocer. Me fascina la cartografía, pues es imagen perfecta de un mundo imperfecto, resolver con trigonometría duelos y quebrantos de una mar cruel. En 1537 Alonso de Chaves escribe un libro para acto seguido encerrarlo en un arcón con tres llaves en la segura Casa de Contratación de Sevilla. ¿A que tanto miedo? Ah, se llama Espejo. Espejo de navegantes.

Contiene el libro todo lo que sabían nuestros padres sobe los caminos de la mar, más todo lo poco que hemos averiguado nosotros, más muchas hojas en blanco -que grande era don Alonso- para nuestros hijos. Esos herejes holandeses que no respetan a nuestro dios ni a nuestro rey publican (Lucas Janszoon Waghenaer’s – 1584) Spieghel der zeevaerdt. Desde 1911 la Society for Nautical Research (perfida Albión siempre chupando rueda) publica The Mariner’s Mirror. Espejos.
Recapitulemos. Hasta ahora hemos constatado primero que los espejos son lo peor, y segundo que los hombres de la mar son unos insensatos que dejan la seguridad de la tierra donde otros piden descansar por siempre por un espejismo, por un reflejo de la vanidad. Llamamos espejo a aquello a lo que fiamos nuestras esperanzas.
Aquella película de los ochenta, Apocalipse Now, daba miedo. El guion es de un marinero, después capitán de la mercante, polaco. Escribe en inglés aprendido y no en su idioma natal, con lo que sus textos son en extremo precisos, densos. Ni rastro de las canciones en el regazo de la madre, ni de los juegos del parvulario. El capitán Conrad aprendió inglés en el puente, y si no te gusta te bajas. Entre su obra hay un libro terrible. Narra la vida, los sentimientos de un marino mercante. ¿Como se llama? Como podía ser… Espejo. El espejo del mar.

He intentado aquí poner al descubierto, con la falta de reserva de una confesión de última hora, los términos de mi relación con el mar, que habiéndose iniciado misteriosamente, como cualquiera de las grandes pasiones que los dioses inescrutables envían a los mortales, se mantuvo irracional e invencible, sobreviviendo a la prueba de la desilusión, desafiando al desencanto que acecha diariamente a una vida agotadora; se mantuvo preñada de las delicias del amor y de la angustia del amor, afrontándolas con lúcido júbilo, sin amargura y sin quejas, desde el primer hasta el último momento.
Bueno, bueno, puedo ver las sonrisas. Mucho hay escrito sobre la mar desde el espejo, desde la vanidad. Vencedores de regatas, expediciones, la victoria del hombre sobre la naturaleza. No quiero en absoluto quitar mérito a esos viajeros. Que hubiera sido de mí de niño sin Salgari. Pero únicamente Conrad se mira al espejo.
La vida del marino es recalada y partida, según Conrad. ¿Entre medio? Nuevo capitán se cruza con quién había sido su mando. Antiguo alcohólico, el viejo capitán se ha rehabilitado. Sabe el joven Conrad que necesita un segundo a bordo, sabe que si no le da esta oportunidad condena al viejo marino a la miseria. Pero cree saber que no podrá mandar a quién le mandó y marcha, y le abandona, pensando que Los puertos no son buena cosa… ¡se pudren los barcos y los hombres se van al diablo! Ese es el tono del libro. Sí, Salvat-Papasseit dice.
Vosaltres no sabeu
què és
guardar fusta al moll:
però jo he vist la pluja
a barralssobre els bots,
i dessota els taulons arraulir-se el preu fet de l’angoixa;
sota els flandes
i els melis
sota els cedres sagrats.
Lees estas líneas y sientes frío en los huesos. Pero también armonía y belleza. Conrad no nos da ni ese consuelo.
El espejo del mar (The mirror of the Sea) está estructurado como un libro de cuentos, casi como las mil y una noches, pero sin poesía. El capitán nos habla de su aprendizaje, de su primer mando, de la estiba. De leer en la prensa la pérdida de un buque y recordar o mejor intentar olvidar a una tripulación con la que compartiste singladuras. Su opinión al leer un artículo sobre una regata. La estiba. Al final hay una novelita. Cuenta como el Tremolino zarpa de Barcelona y es perseguido hasta que, para no cambiar con el tono del libro, su patrón lo estrella contra unos escollos. Eso sí, quiere dejar bien claro el autor que Lo único que me preocupa es el buen nombre del Tremolino, y yo afirmo que un barco no es nunca culpable de los pecados, transgresiones y locuras de sus tripulantes.
Como muestra un botón: Nos cuenta, ingenuo, como agregado consolar al capitán tras un embarranque:
«Lo sacaremos antes de medianoche, señor».
Sonrió débilmente sin alzar la vista, y refunfuñó como para sus adentros: «Sí, sí; el capitán metió el barco en tierra y nosotros lo sacamos».
Entonces, levantando la cabeza, arremetió malhumoradamente contra el camarero, un joven
desgarbado e inquieto con una cara alargada y pálida y dos grandes incisivos centrales.
«¿Por qué está tan amarga esta sopa? Me sorprende que el segundo pueda tragar semejante
porquería. Seguro que el cocinero le ha echado unos cazos de agua salada por equivocación».
La acusación era tan ultrajante que el camarero se limitó, por toda respuesta, a bajar los párpados
avergonzadamente.No le pasaba nada a la sopa. Yo repetí. Mi corazón ardía tras las horas de duro trabajo al frente
de una tripulación voluntariosa. Me regocijaba el haber manejado pesadas anclas, cables, botes, sin el menor problema; me complacía haber tendido científicamente ancla de leva, ancla de espía y
anclote exactamente donde creía que serían más útiles. En aquella ocasión el amargo sabor de la
varada no fue para mi boca. Esa experiencia llegó más adelante, y fue sólo entonces cuando comprendí la soledad del hombre de mando. Es el capitán quien mete el barco en tierra; somos nosotros los que lo sacamos.
Finalmente, el autor consigue su premio. ¡Soy capitán! ¡Ah! Todo ha valido la pena. ¡A través del esfuerzo nos vemos redimidos! No. Conrad nos describe como el ahora senyor de la nau visita orgulloso a su antiguo capitán y maestro, para encontrar al que fue su dios ahora anciano, débil, enfermo. Vanidad, vanidad, todo es vanidad.
Unas palabras sobre la traducción, tan importante y olvidada en la literatura. No podemos dejarla de lado hoy, que precisamente hablamos de espejos. Para bien servir al acto traigo la versión revisada el 2004 de la traducción de 1981 de Javier Marías, considerada como la canónica en castellano. Marías. Sillón R mayúscula de esos abueletes que no saben qué hacer para vender diccionarios, rey de Redonda, editor… Obra portentosa, pero algunos traductores consideran que la traducción no era donde más brillaba. Aun así, esta edición un canto de amor a un libro que nadie va a leer, que a nadie interesa -vamos, ¿a quien le importa la triste vida de un capitán de la mercante escrita con el mismo estilo que un cuaderno de bitácora?-. Marías vuelve casi un cuarto de siglo después al libro y le dice oye, que te sigo queriendo como el primer día y la rehace. Esta traducción tenía que leerla.

Abro el libro y en la página 116 el horror. La peor pesadilla de todo escritor de la mar. Sí, lo que estáis temiendo. Nudos por hora. Vuelvo a la librería a que me devuelvan los 9,95 euros, pero ya han cerrado. A ver, no puede ser. El libro está dedicado a Pérez-Reverte, que además de tener una obra muy extensa sobre la mar y ser navegante, sabe. Es la segunda traducción. De repente una idea me angustia. Consulto la edición original en inglés. Ten knots an hour.
Nihil obstat, sigo leyendo. Imagino la rabia del capitán Conrad al hojear orgulloso el libro publicado. Bueno, en la solapa de una novela de quien suscribe se deslizó “Guarra civil española”. La verdad, pensé que los duendes tipográficos habían mejorado mi texto. Pero sigamos. Página 123. Cito primero el original inglés.
“How did you feel about it?” I asked.
He waved his hand as much as to say: It’s all in the day’s work. But then, abruptly, as if making up his mind:
“I’ll tell you. Towards the last I used to shut myself up in my berth and cry.”
“Cry?”
“Shed tears” he explained briefly, and rolled up the chart.
Marías añade una nota, explicando que cry puede significar tanto llorar como gritar, y que el chiste queda lost in translation. Yo lo veo de forma mucho más terrible. Un marino tiene que explicar a otro que es el llorar, en un puente donde no hay lágrimas, pues las enjuagan los rociones. Al volver a releer el texto me doy cuenta que el estilo recargado de Marías refleja bien el original. Es un libro duro, pesado. De repente el autor te lleva a la oficina de un consignatario y te tiene ahí, a su lado, esperando veinte páginas. ¿Motivo? Es que tiene frío, y en esa oficina hay una estufa. La triste y dura vida de un capitán de la marina mercante.
Incidentalmente, las redes sociales quieren proceder a la cancelación de la obra de Conrad por machista. Cito un fragmento.
Es curioso lo lejos de la realidad que están las mujeres. Viven en un mundo propio, nunca ha habido nada parecido y nunca lo podrá haber. Es demasiado bonito y, si lo fueran a construir, se vendría abajo antes de la primera puesta de sol. Algún hecho maldito con el que los hombres hemos vivido resignados desde el día de la creación se alzaría y lo echaría todo por tierra.
Así, en frío, suena viejuno. En el contexto de El corazón de las tinieblas, que será llevada al cine como Apocalypse Now, es parte del descenso a los infiernos de un alma.
Por ya terminar os recomiendo encarecidamente que no se os ocurra leer este libro. Es pesado, triste, denso. El patético día a día de trabajo de la mercante como nadie lo había nunca escrito antes, y probablemente como nadie lo pueda hacer jamás. No perdáis el tiempo, vosotros no tenéis que leer este libro. Vosaltres sabeu què és guardar fusta al moll. Pero estaréis de acuerdo conmigo en que este libro tenía que ser escrito. Un ángel se le aparece a Ramón Llull y le dice “¡Escriu!”; “¿Per que?”; “¡Per que es sàpiga!”.
Que queréis que os diga. Escribe Conrad: “Nosotros, comunes mortales con un alma mediocre que no desea sino tomar a malvados gigantes por honrados molinos de vientos, recibimos las aventuras como ángeles visitantes”. Sabed que todo lo que he escrito hoy no tiene ningún sentido ni ningún interés. Nada he añadido a la brutal sencillez de lo que hace el capitán Conrad. Mirarse en un espejo.