El lunes, Reuters difundió una crónica sobre la declaración en juicio de seis teenagers. Una declaración estremecedora que vino a confirmar lo que ya conocemos, que el capitán ordenó a los escolares mantenerse en sus camarotes, y dos importantes novedades que podíamos sospechar -de hecho de una de ella ya hablamos en NAUCHERglobal (ver noticia relacionada).
La primera es la confirmación de que una parte de la tripulación entró en pánico cuando el buque empezó a escorar y amenazaba con hundirse. Uno de los testimonios recogidos en el proceso afirmó que el capitán y al menos un oficial entraron también en pánico. “El capitán estaba encogido, sujeto a una barra de hierro, temblando de miedo”. La impresión que tuvieron los muchachos es que todos los tripulantes lloraban y gritaban, pues sabido es que los que permanecen tranquilos no se notan y los que gimen y buscan como locos su propia salvación llenan todo el espacio.
El pánico que acogota a una parte significativa de la tripulación cuando se produce una emergencia, agravando la situación, es un dato sobre el que tácitamente todos los medios corremos un tupido velo. A los profesionales del mar no nos gusta la noticia y preferimos no hablar de ella. Los medios controlados desde tierra por poderes económicos más o menos ligados al transporte marítimo apuestan por el silencio pues el pánico de los tripulantes les deja con el culo al aire. ¿Acaso no saben los armadores que el salario miserable que pagan a las dotaciones de sus buques no compensa siquiera el pensar en un sacrificio personal cuando la muerte acecha? ¿Ignoran acaso las serias deficiencias en la formación de esos tripulantes, certificados por empresillas y tinglados que se dedican a expender títulos, no a formar a los alumnos? Peor todavía, los navieros, salvo excepciones, que las hay y no son pocas, saben perfectamente que el material de seguridad colocado a bordo es escaso, de mala calidad y con severas deficiencias, de modo que llegado el caso servirá para poco, muy poco. También lo saben los tripulantes, por supuesto, desconfiados de por sí (los oficios de la mar, cambiante y artera, generan desconfianza), que ninguna confianza tienen en esos botes viejos y mal mantenidos, a los que les falta la mayor parte de los remos, el motor no se sabe y el kit de supervivencia ha sido saqueado en varias ocasiones sin que se hayan repuesto las faltas; que han comprobado que las balsas salvavidas no se abren ni con palanca (olvídemonos de los mecanismos automáticos de apertura), que los chalecos salvavidas son antiguos, inservibles y no alcanzan para todos, y etcétera, etcétera.
Una parte significativa de los buques que navegan por esos mares responde fielmente a la descripción anterior. El SEWOL era una de ellos.
La segunda novedad en la declaración de los escolares supervivientes pone en cuestión el trabajo de los servicios de rescate norcoreanos. Con la voz temblorosa recordaron que los rescatadores del coastguard, uniformados y con sus vistosas gorras de larga visera, al gusto norteamericano, “no entraron en el barco para ayudarnos. Entre nosotros nos preguntábamos, ¿Por qué no entran? Tuvimos más ayuda de los pescadores que de los del coastguard” Esta parte de la declaración, a la que nos referimos en NAUCHERglobal cuando comentamos la foto del capitán abandonando el SEWOL y entrando en una lancha de salvamento, constituye una acusación gravísima. Tan grave que la presidenta del país, Park Geun-hye, incapaz de ocultar el espantoso proceder del salvamento marítimo surcoreano (¿Se imaginan ustedes a los bomberos esperando tranquilamente a que los atrapados en un incendio vayan saliendo a su aire?), prometió desmontar la organización actual, dividida entre la policía, el coastguard y otros, constituyendo una agencia única con todas las competencias de búsqueda y salvamento en la mar. Una solución, que por la experiencia que tenemos en España, suena a tambor vacío. Pondrán al frente de la nueva agencia a los antiguos gestores del desastre, o a otros de la misma calaña y un grado de estupidez similar.
El proceso que se celebra en la localidad de Ansan, Corea del Sur, con celeridad de guerra de las galaxias (recordemos que lo del PRESTIGE, en España, tardó diez años) no es el juicio sobre el naufragio del SEWOL. Es sólo, una vez más, el juicio contra los marinos que tripulaban el buque siniestrado. No hay duda de que la causa del accidente apunta con claridad al armador, que solía cargar el buque muy por encima de sus posibilidades (¡La codicia, la codicia!); y señala también a las autoridades encargadas del control de la seguridad marítima, que hacían la vista gorda mientras palmeaban agradecidos la espalda del naviero. Pero ni uno ni otros están siendo juzgados, ni probablemente lo serán nunca. La mayoría conserva sus prebendas y sus cargos.
Una vez producido el desastre, los servicios de salvamento marítimo se dispusieron a contemplar la tragedia en primera fila en vez de fajarse con la situación, entrar en el buque y ayudar a los pasajeros que aún permanecían en el interior. Tampoco ellos están siendo procesados.
Los únicos acusados en el juicio norcoreano, los únicos por tanto que serán condenados y que quedarán como los únicos villanos de esta historia son los marinos, el capitán Lee Joon-seok y los quince tripulantes supervivientes. Ningún funcionario, ninguna autoridad, ningún directivo de la empresa naviera ni por supuesto el dueño del ferry se espera que sean juzgados.
En definitiva, de la tragedia del SEWOL, 304 muertes, sólo conoceremos la verdad oficial de una pequeña parte del drama, la parte que corresponde a los tripulantes que no supieron ni pudieron ayudar a los pasajeros. Todos los demás, tal vez mucho más culpables, seguramente mucho más culpables, dormirán tranquilos en sus casas, aplaudiendo con las orejas las medidas de reforma y reorganización que propone la presidenta Park. Que algo cambie para que todo siga igual.