A veces, las ideas, como las cerezas que se intentan extraer de un cesto, surgen encadenadas entre sí. Así me ha sucedido con la reflexión sobre la atención médica a los marinos mercantes embarcados en tiempos más o menos pretéritos, suscitada por la lectura de una novela ambientada en el siglo XIX, “La mar dels traïdors”, de la cual he publicado recientemente la correspondiente reseña en NAUCHER.
Pocos días después de haber puesto negro sobre blanco la citada reflexión, recordé vagamente un determinado pasaje de las “Obres Completes” de Josep Pla. Me costó un cierto trabajo localizarlo, entre los treinta y pico volúmenes de la recopilación de la variopinta e ingente producción literaria del insigne escritor ampurdanés, pero mi curiosidad se vio finalmente satisfecha.
Agrupado con otros relatos en el libro “Cinc històries del mar”, Pla dedicó un texto bastante minucioso y extenso a la desaparición del pailebote “Cala Galiota”. Los hechos, tal como los describe el autor son, en síntesis, como sigue:
A finales del año 1946, el motovelero “Cala Galiota”, de la Naviera Mallorquina, zarpó en lastre del puerto de Barcelona despachado para Palma de Mallorca. Al parecer, la noche siguiente a su salida se desató un fuerte temporal de poniente. Nunca más se tuvo noticia de la embarcación ni de sus siete tripulantes.
Como muchos marinos seguramente recordarán bien, hasta los postreros años sesenta o principios de los setenta del pasado siglo, un buen número de pailebotes a los que —con posterioridad a su botadura más o menos remota— se había incorporado un motor, realizaban un activo tráfico entre Barcelona, Valencia u otros puertos peninsulares y las Baleares. Cuando devenían demasiado viejos, eran generalmente eliminados por el sencillo procedimiento de incendiarlos en alta mar, por resultar ello más económico que enviarlos al desguace. El “Santa Eulalia” (ex “Carmen Flores” y ex “Cala Sant Vicenç”) fue rescatado de tan triste final mediante una meritoria iniciativa del Museu Marítim de Barcelona y, una vez restaurado, hoy puede ser admirado y visitado en el Moll de la Fusta por nuestros conciudadanos y por los turistas que visitan la ciudad. También en el puerto de Torrevieja existe otra muestra de este tipo de buque, aunque ignoro su estado actual de conservación o uso.
Volviendo al caso concreto del “Cala Galiota”, Josep Pla explica que, a mediados de 1947 y residiendo él transitoriamente en Cadaqués para dedicarse a la redacción de su “Guia de la Costa Brava”, fue interpelado por el notario Dalí, padre del famosísimo Salvador Dalí. Dicho señor, una vez jubilado de su notaría, había dejado su anterior residencia en Figueres para instalarse en el pequeño pueblo, a la sazón oasis de calma y tranquilidad, del Cabo de Creus.
El motivo de la conversación de los dos caballeros fue, precisamente, el presunto naufragio del pailebote. Se daba la circunstancia que su contramaestre era natural de Cadaqués y su esposa y dos hijas, además de la lógica angustia por la suerte que hubiese podido correr su cabeza de familia, se encontraban sumidas en una negra miseria material. El señor Dalí, que estaba intentando aclarar el estado de las actuaciones legales y burocráticas del caso y tratando de activarlas, deseaba contar para ello con la colaboración de un periodista tan relevante y conocido como el señor Pla.
Al no llegar el “Cala Galiota” a su destino en un plazo razonable de tiempo, cundió la inquietud y se desataron las especulaciones La prensa local de la época barajó la posibilidad que el “Cala Galiota” hubiese intentado correr el temporal poniendo proa a Córcega o Cerdeña pero, transcurridos los días y las semanas sin que llegase la menor noticia procedente de aquellas islas, la tesis de que el barco hubiese zozobrado se fue afirmando fatalmente. También se había dado la circunstancia de haber aparecido en la costa de Pollença algunas piezas de maderamen y cabullería, pero los enviados de la Naviera Mallorquina que los examinaron indicaron que no tenían elementos de juicio suficientes que les permitieran asegurar que dichos restos procediesen del infortunado pailebote. Naturalmente, la Auditoria Marítima de Baleares había incoado el correspondiente expediente. Como se entendía que no había sido posible hallar resto alguno cierto de un posible naufragio en la zona, el auditor militar había cerrado provisionalmente el sumario al cabo de unas semanas, declarando al barco “en ignorado paradero”. Un sumario que, probablemente, estaba destinado a dormir el sueño de los justos en el fondo de un cajón durante largo tiempo
En su aspecto más humano, sin embargo, la situación era chocante y provocaba la indignación del venerable notario Dalí. Al estar el barco oficialmente “en ignorado paradero”, las familias de los siete desgraciados marinos no podían percibir las indemnizaciones del seguro de accidentes en su modalidad de fallecimiento o las pensiones de viudedad, en tanto tal desenlace fatal no fuese legalmente establecido. Por otra parte, la compañía naviera propietaria del “Cala Galiota”, haciendo gala de una sensibilidad humana fácilmente descriptible, había interrumpido el abono de los salarios de sus tripulantes al mes siguiente de su desaparición y se negaba asimismo a abonar ningún adelanto de cualquier posible futura indemnización; en ambos casos se escudaba en una “imposición de sus aseguradores” en tal sentido. Como resultado de tal actitud, siete familias se hallaban en la pura miseria, en el marco de unos duros años de posguerra, durante los cuales el margen de resistencia o ahorro de los hogares de este país era más bien precario o incluso nulo.
Se daba la circunstancia, afortunadamente, que Josep Pla había conocido al propietario de la naviera en cuestión, el señor Salas Garau —a la sazón procurador en las Cortes franquistas en representación de la Diputación de Baleares— en el transcurso de una cena con don Joan Ventosa Calvell, último ministro de Hacienda de Alfonso XIII. Estuvo en condiciones de poder concertar una entrevista del notario Dalí con los abogados de la Naviera Mallorquina en Barcelona. Asimismo, Pla publicó un artículo sobre el presunto naufragio en la revista “Destino”, poniendo el acento —en la medida que ello era factible en aquellos años— en la triste situación de las familias afectadas.
Como resultado de estas gestiones, que de todos modos requirieron algunos meses, se logró que el expediente del “Cala Galiota” dejase de vegetar en los cajones de la Administración y fuese aceptada oficialmente la hipótesis del naufragio y sus tripulantes declarados legalmente fallecidos. La viuda e hijas del contramaestre del barco, recibidas ya las compensaciones que les correspondían, emigraron a Francia, para volver a Cadaqués al cabo de los años y establecer allí un restaurante que tengo entendido que alcanzó gran prestigio y que se llamaba, precisamente, “Cala Galiota”.
La reflexión que este relato suscita consiste en la situación, como mínimo extravagante y claramente discriminatoria, de aquellos pobres siete marinos y sus familias. Fue necesaria la decidida y benemérita intervención de dos personas con medios e influencias —los señores Dalí y Pla— para dar fin a la pasividad y a un ridículo peloteo de responsabilidades entre autoridades marítimas, navieros y aseguradores y desbloquear un expediente administrativo de cuya conclusión dependía la subsistencia de un numeroso grupo de personas. Algo que tratándose de trabajadores de cualquier otro ramo de la actividad económica resultaría difícilmente imaginable… incluso en aquellos años.