Cuando se aprestan para atracar, el primer oficial le informa que las leyes de la marina exigen que sea el capitán en persona quien decida cómo ha de quedar amarrado el buque. “¿Cuántos cabos damos a proa, capitán?”, le preguntan. “Todos”, contesta Vasco Moscoso de Aragâo, con voz temblorosa, ignorante del nombre concreto de cada cabo. “¿Cuántos a popa?”. “Todos”. “¿Y cuántas anclas, capitán?”. “Todas”, responde completamente azorado. Quienes presenciaron el atraque en tierra y a bordo se mondaban de risa, perdida ya toda contención ante el embustero, que abandona el buque quebrado y solo.
El fiscal Álvaro García, que interviene en el proceso contra Apóstolos Mangouras, capitán del Prestige, ha armado un escrito de acusación que constituye un monumento al disparate (véase adjunto, en formato pdf). ¿Cómo entender, si no, la falacia de que el capitán sabía que el petrolero se hundiría y aún así zarpó de San Petersburgo para un largo viaje, y con el buque averiado y la tripulación a salvo permaneció a bordo en un postrer intento por impedir el naufragio? ¿Qué explicación a un relato fáctico que se parece a la realidad de lo acaecido como un huevo a una manzana, construido a base de seleccionar aquellos detalles, aun los más nimios, increíbles o directamente falsos, que apuntan a la culpabilidad de Mangouras, despreciando de forma grosera el alud de datos que prueban la profesionalidad intachable del capitán del Prestige, su valeroso comportamiento durante el siniestro y el acierto de sus decisiones? ¿Dónde hallar, en fin, una mínima justificación a la escabrosa pena de doce años de prisión solicitada por el fiscal? ¿Acaso fue el capitán Mangouras quien averió el Prestige? ¿Fue él, por ventura, quien lanzó al petrolero contra el temporal con la consigna de “rezar para que se hunda”? ¿No fue Apóstolos Mangouras quien consiguió con sus decisiones adrizar el buque, evitando con ello una desgracia mayor?
Pero donde el fiscal se supera hasta límites sólo alcanzables desde la imaginación de un novelista tropical es en la lista de las leyes supuestamente infringidas por el capitán del Prestige, una asombrosa lista de decretos, convenios internacionales, reglamentos, directivas, decisiones, leyes, órdenes, estatutos y ordenanzas que suman seis fatigosas páginas. Tal parece que el fiscal haya obrado con la simpleza de Vasco Moscoso de Aragâo. ¿De qué infracciones se acusa a Mangouras, señor?, le debió preguntar una becaria o un secretario. De todas, respondería el fiscal. ¿De qué normas, de qué leyes?, insistiría la secretaria. De todas, repetiría el fiscal. Y el becario o la secretaria abrieron el Google y copiaron el resultado de la búsqueda en el escrito de acusación, sin preocuparse de las reiteraciones ni de precisar los supuestos artículos infringidos ni, por supuesto, detenerse ante absurdos del tamaño de acusar al capitán de violar el Reglamento General de Practicaje o la Ley de Costas. Seis páginas abigarradas en las que cabe casi todo el derecho marítimo.
En la novela, Jorge Amado redime al infeliz “capitâo de longo curso” convocando a todos los vientos conocidos. No haría falta tanto para redimir al señor fiscal. Bastaría un poco de rigor, algo de respeto a la verdad y menos ensañamiento con el marino que hizo cuanto pudo, y lo hizo muy bien, para evitar las desastrosas consecuencias del siniestro que sufrió el buque a su mando.
Nota. El texto anterior fue publicado en El Confidencial con fecha 9 de julio de 2010. El fiscal que firma tan infame acusación contra Apóstolos Mangouras resulta ser el mismo que sometió al capìtán del Prestige a un interrogatorio bochornoso (ver el artículo de NAUCHERglobal), el mismo que se negó a interrogarme como perito durante el juicio porque no admite que alguien escriba sobre su necedad (ver el artículo en NAUCHERglobal). Un fiscal no al servicio de la ley sino al servicio de quienes acusan a Mangouras de falsos delitos para esconder su responsabilidad en el siniestro. Un fiscal que calla y oculta un sinfín de datos relevantes del accidente mientras saca conclusiones inverosímiles de datos inveraces que interpreta como le da la gana. Apostolos Mangouras es considerado un héroe en su país, Grecia, un magnífico profesional entre la comunidad marítima internacional y un chivo expiatorio por quienes en España conocen el caso y entienden alguna cosa de buques y navegación. Las acusaciones que ha de soportar (desobediencia y delito ecológico) no se sostienen a menos que distorsionemos lo que sucedió y falseemos, con mentiras y silencios engañosos, los datos y los hechos. Que el fiscal, un servidor de la ley y un funcionario público, se preste a interpretar esa farsa constituye una mala noticia para la sociedad española, excesivamente maltratada por tanta corrupción económica, moral y social.